Pesar en Las Grutas por la muerte de “Pulpito”

El hombre, famoso por ofrecer sus pulpos a los gritos durante la temporada, era parte del paisaje cotidiano del balneario. Falleció en Carmen de Patagones, donde había sido trasladado para reunirse con su familia

Todos lo vieron alguna vez en Las Grutas. Menudo, de barba, con unos ojos enormes y un baldecito en la mano, ofreciendo a los gritos su fresca mercancía. “Puuuuulpoooos gritaba”. Y asustaba a veces, en esa delgada línea que manejaba, donde la simpatía estaba al límite de convertirse en una mueca de rechazo.

Siempre hacía lo mismo. Se acercaba a alguien y, cuando uno menos lo esperaba, voceaba fuerte su oferta de frescura, haciendo saltar de sorpresa a los desprevenidos. Ésa era la teatralización que anticipaban todos.  Y la que terminaban por aceptar sus víctimas casuales, que, aturdidas por el inesperado vozarrón, se sumaban a las risas de sus compañeros de playa, que pasaban a convertirse en cómplices, al formar parte de una escena que sólo podía ocurrir en Las Grutas.

Le decían Pulpito. Falleció el sábado, en Carmen de Patagones, donde lo habían trasladado para que estuviera cerca de su familia, tras una descompensación producto de su historia, signada por el alcohol.

Ahora se supo que tenía 66 años, pero parecía mucho mayor, con esa cara cuarteada por el sol y ese cuerpito flaco, en el que la ropa ondeaba siempre, por estrecha que fuera.

No se sabía mucho de él. Se llamaba Domingo Tolosa, aunque nadie lo nombraba así. Y vivía en una precaria casilla del barrio de los pulperos, ubicado a la altura de la séptima bajada.

Ayer, conmovió la noticia de su partida. Vecinos y funcionarios postearon en sus redes con una tristeza genuina, de ésas que sólo se sienten cuando a alguien le arrebatan parte de su historia. Y es que él era parte de la historia de todos. De esa historia cortita que se teje y se desteje cada verano. Cuándo el último día de playa eterniza momentos donde la felicidad habita.

Apena despedirlo. Porque ahora habrá pulperos predispuestos, que al vender sus capturas contesten sin cansarse preguntas sobre su oficio. O parcos, que sólo atinen a ofrecer su mercancía. Pero como él, que a cada paso convertía la playa en un escenario, que asustaba y fascinaba por igual a los más chicos, que enternecía y espantaba un poco… Como él no, como él no habrá ninguno. Se te extrañará mucho, Pulpito.


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