Ping-pong infantil

La mayoría sabe que a la clase dirigente le cabe la responsabilidad de que la Argentina sea uno de los pocos países que se permitieron caer en una crisis sin precedentes.

Ya es tradicional que los gobernantes tercermundistas traten de hacer pensar que todas las medidas antipáticas que se ven obligados a tomar son obra del FMI, mientras que las que podrían suponerles votos se deben únicamente a su voluntad de luchar con heroísmo contra la tiranía de aquel organismo despiadado, de suerte que no ha sorprendido a nadie que distintos voceros del gobierno de Eduardo Duhalde hayan adquirido la costumbre de responder a los dichos del director general Horst Köhler o de la subdirectora Anne Krueger haciendo gala de un grado de sensibilidad a todas luces exagerado. Así, pues, el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, reaccionó ante el afirmación de Köhler de que «la Argentina no podrá salir adelante sin sufrimiento» virtualmente acusándolo de querer atormentarla y aseverando que «no necesitamos que nadie nos diga cómo tenemos que sufrir» y que, de todos modos, «esperamos mucha comprensión del mundo» y «de los organismos multilaterales de crédito», es decir, al gobierno le encantaría que le enviaran varias decenas de miles de millones de dólares más sin pedirle nada a cambio. Claro, es poco probable que el FMI se deje conmover por tal planteo puesto que su jefe acaba de formular una especie de autocrítica señalando que debió haberse negado a seguir ayudando a la Argentina hace tres años o más en lugar de esperar hasta noviembre del año pasado para decirle que no serviría para nada continuar subsidiando a un país cuyos líderes políticos anteponían sus propios intereses personales y partidarios al bien común.

Que no habrá salida del pozo en que nos encontramos sin «sufrimiento» es evidente. También está en lo cierto el gobierno cuando dice que los argentinos ya han sufrido bastante. Sin embargo, insinuar que los victimarios han sido el FMI y los bancos extranjeros ya sólo convence a los irremediablemente politizados, porque la mayoría reconoce que a la clase dirigente local le cabe la responsabilidad de que la Argentina sea uno de los muy pocos países -otro será el Ecuador- que se han permitido caer en una crisis sin precedentes, y esto a pesar de contar con una multitud de ventajas objetivas. Para colmo, hasta ahora por lo menos, no se han dado muchas señales de que los políticos que rodean a Duhalde estén por modificar sus actitudes. Desde el presidente para abajo, siguen insistiendo en oponerse a medidas que, nos dicen, podrían afectar a los sectores de escasos recursos, lo cual, en buen romance, significa que se resisten a desmantelar sus costosas redes clientelistas o reducir las dimensiones del sector público cuyos gastos crecientes pusieron fin a la convertibilidad, hicieron inevitable el default y amenazan con arruinar a millones de ahorristas. Aunque quienes obran de este modo siempre atribuyen su tenacidad a su voluntad irrenunciable de defender a «los pobres», los resultados más visibles de su «lucha» en tal sentido han sido la depauperación de una parte importante de la clase media y la caída en la indigencia de millones que ya eran muy pobres, tragedia que no ha impedido que sus defensores autoproclamados se las hayan arreglado para acumular patrimonios envidiables.

En la actualidad, un gobierno que estuviera sinceramente comprometido con la «lucha contra la pobreza» daría prioridad a la eliminación del déficit fiscal y al fortalecimiento del sistema financiero por entender que la inestabilidad, que se ha visto intensificada últimamente por el temor a que la indisciplina fiscal desate una vez más la hiperinflación, contribuiría más que ningún otro factor al hundimiento de una proporción cada vez mayor de los habitantes del país. Debería ser innecesario informarles que de producirse otro colapso los más perjudicados serían los más vulnerables. Lejos de ayudar a los pobres, persistir en gastar recursos meramente imaginarios con el propósito de crearlos después imprimiendo dinero sin respaldo es una manera sumamente eficaz de privarlos de la posibilidad de mantenerse a flote. Sin embargo, el grueso de los políticos presta menos atención a la experiencia, o sea, a los hechos concretos, que a los planteos teóricos que más le convienen, motivo por el que la larga declinación de nuestra economía apenas ha incidido en su forma de pensar.


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