Pinochet, el “César” chileno

Un día de octubre del 88. –Mire –dice Alejandro Foxley al enviado de este diario a cubrir el referéndum–, seguramente con los años se investigará, se escribirá mucho sobre el tema. Pero hoy hay mucha sequedad. La dictadura chilena ha sido estudiada desde su criminalidad, su economía, sus relaciones internacionales. Pero restan trabajos sobre la naturaleza, las características que tiene el poder personal de Pinochet, su textura… todo un sistema de decisión distinto a los ejercidos por Videla, los dictadores de Brasil, Bolivia, Uruguay… trabaje esa línea…

Economista. Democristiano. Ajeno a reflexionar desde el absoluto, ya en la transición chilena, Foxley será ministro de gobierno, de Hacienda y canciller de la Concertación. Y le sigue disgustando, aunque lo disimula, que lo llamen “Dandy”.

–Recuerde– acota Foxley mientras camina en la calle Morandé, lateral a La Moneda. Hay que profundizar la mirada sobre el poder de Pinochet… cómo mandó este caballero…

Desde aquel 88 a este presente, el guante ha sido recogido por las ciencias sociales. Se ha publicado una catarata de investigaciones de desigual rigor. Pero en todas prima un convencimiento: el poder de Pinochet no se desplegó testeando la opinión de sus camaradas de armas. Sabía de su pensamiento. De sus miras. No ignoraba los criterios corporativos que serpenteaban en esos planos sobre cómo ejercer el poder y reproducirlo.

El poder de Pinochet se organizó y extendió a partir de su propia visión sobre el mando. Jamás reclamó consenso al resto del poder castrense para forjar decisiones. Este estilo garantizó la longevidad de su poder. En ese lapso jamás prendió en el espacio castrense la idea de tornar rotativo el ejercicio de la presidencia de facto, por caso. No es un dato menor en dirección a definir singularidades del régimen pinochetista. Que lo diferencia de lo sucedido contemporáneamente con lo sucedido en los regímenes militares en Bolivia, Argentina, Brasil y Uruguay.

No parece una ligereza señalar que Pinochet fue a Chile un César. César como lo define el americano e historiador William Manchester: un poder que para ejercerse no hace de la intriga y la sospecha un instrumento. Simplemente se ejerce.

Autonomía en el poder

O, en otros términos, en relación a la estructura de poder que lo llevó al mando –la militar y sectores hegemónicos en el campo empresarial y social–, la autonomía conque se movió Pinochet fue terminante.

Al año de estar en La Moneda, se desprendió de infinidad de mandos militares que respaldaron su ascenso. Al retiro o a cargos sin gravitación decisiva en el rango operacional de las fuerzas. Para manejar franjas enteras del aparato de Estado, Pinochet buscó civiles. Por caso, la Cancillería, espacio históricamente muy profesionalizado en Chile. Lugar complejo de manejar para un país sobrecargado de diferendos limítrofes. En aquellos 70, por ejemplo, 13 sólo con Argentina. Entre ellos nada menos que el Beagle. Pinochet corrió a la Armada del manejo de la política exterior y colocó a diplomáticos de carrera en su manejo. Sólo rendían cuentas ante él.

En términos de ejercicio del poder, en un interesante trabajo (1) el francés Alain Rouquié encuentra en Pinochet “franquismo sudamericano’’.

Una suma de lo que el inglés Paul Preston, en su formidable biografía (2) sobre aquel gallego sangriento define en términos de:

• Determinación para desmalezar e incluso aniquilar todo atisbo o realidad que le impidiera –eventualmente– la práctica excluyente de su poder.

• Férrea voluntad de supervivencia.

• Astucia instintiva e imperturbabilidad –sangre fría, concretamente– a la hora de decidir.

Quizá la habilidad de Pinochet para manipular fue más rústica que la del Caudillo. Más tosca. Pero habilidad al fin.

Todo en un general chileno que llegó tardíamente al golpe del 11 de septiembre de 1973 contra el legítimo gobierno del socialista Salvador Allende. Porque Pinochet se sumó en las últimas horas del lunes 10, cuando un mando de la Armada y otro de la Fuerza Aérea le dijeron que con el Ejército o sin él salían en la mañana del 11 a derrocar a Allende. Y Augusto Pinochet comenzó entonces su camino hacia el cesareato.

1) Alain Rouquié, en “A la sombra de las dictaduras”, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 2010

2) Paul Preston en “Franco, Caudillo de España”, Grijalbo, Barcelona, 1994

* Periodista, enviado especial del “Río Negro” al plebiscito de 1988 en Chile


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