Poder y ecología

Años atrás, con el propósito de anotarse algunos puntos en el conflicto con Uruguay sobre las papeleras de Fray Bentos, el gobierno kirchnerista procuró convencer al resto del mundo de que cuando del respeto por el medio ambiente se trataba la Argentina era una auténtica campeona mundial, pero sólo fue cuestión de una maniobra propagandística. Por desgracia, hasta ahora la ecología no ha figurado en la lista de prioridades oficiales. No extraña, pues, que de acuerdo común la decisión de nombrar al intendente de Berazategui, Juan José Mussi, secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable, en reemplazo de Homero Bibiloni, se haya debido exclusivamente a su deseo de congraciarse con “los barones” peronistas del conurbano bonaerense, premiando a un integrante notorio de la cofradía por sus muchas manifestaciones de lealtad. Con todo, si bien Mussi nunca ha mostrado mucho interés por los temas medioambientales, es por lo menos posible que sus dotes administrativas resulten suficientes como para hacer de su falta de conocimientos técnicos un detalle meramente anecdótico. En nuestro país la ecología, como la educación, es una asignatura pendiente que todos los gobiernos han preferido postergar hasta nuevo aviso, acaso porque los problemas planteados son sumamente difíciles y son inciertos los eventuales beneficios políticos de atenuarlos. En otras partes del mundo, ser progresista supone estar dispuesto a privilegiar el cuidado del medio ambiente por encima del crecimiento económico, pero por razones comprensibles los políticos nacionales que dicen militar en dicha corriente han sido propensos a pasar por alto las infracciones cometidas a diario por empresas tanto privadas como públicas. Las consecuencias de las décadas de desidia resultante están a la vista. La cuenca del Riachuelo sigue siendo un foco de contaminación que perjudica a millones de personas aunque, gracias a las presiones de la Corte Suprema, se ha puesto en marcha un plan de saneamiento que andando el tiempo podría producir algunas mejoras. Sea como fuere, a pesar de la indignación patriótica que tantos políticos dijeron sentir por el impacto hipotético en Gualeguaychú de las papeleras uruguayas, escasean las plantas industriales locales que acatan las normas internacionales en la materia. Mussi, pues, se ve frente a un desafío muy grande. Ya es tradicional culpar al secretario de Ambiente de turno por deficiencias que fueron acumuladas en el transcurso de muchos años. Con razón o sin ella, todos han terminado acusados de ineficiencia atribuible a su presunta incapacidad para manejar una burocracia frondosa y enfrentarse con la firmeza necesaria con empresarios habituados a tratar la zona en que operan como un gigantesco basural, sin preocuparse en absoluto por la salud de los habitantes, además de su propensión a repartir cargos entre familiares y amigos, práctica ésta que aquí puede considerarse perfectamente normal, ya que todos los políticos y funcionarios jerárquicos obran así. Fue éste el destino de la menemista María Julia Alsogaray y la “transversal” Romina Picolotti. En cuanto a Bibiloni, los resultados decepcionantes de su gestión se han visto imputados a su debilidad como administrador. Si Mussi entiende que su función consiste sólo en prestar servicios electoralistas a Cristina o, en el caso de que la presidenta opte por conformarse con un período en el poder, al eventual candidato oficialista, su gestión no contribuirá a hacer de la Argentina un país menos contaminado. En cambio, si el ex intendente de Berazategui toma en serio la tesis optimista de quienes insisten en que la mejor forma de cosechar votos consiste en gobernar bien, su carencia evidente de experiencia ecológica no será una desventaja. Siempre y cuando logre incorporar a su equipo especialistas capacitados y los respalde toda vez que choquen contra intereses adquiridos reacios a cambiar, debería estar en condiciones de aprovechar el hecho de que, a diferencia de otros funcionarios, cuenta con cierto peso político propio para que, por fin, el gobierno kirchnerista haga del respeto por el medio ambiente una prioridad, de tal modo cumpliendo con las promesas un tanto vagas hechas por el entonces presidente Néstor Kirchner cuando afirmaba que la lucha contra las papeleras uruguayas sería una “causa nacional” .


Años atrás, con el propósito de anotarse algunos puntos en el conflicto con Uruguay sobre las papeleras de Fray Bentos, el gobierno kirchnerista procuró convencer al resto del mundo de que cuando del respeto por el medio ambiente se trataba la Argentina era una auténtica campeona mundial, pero sólo fue cuestión de una maniobra propagandística. Por desgracia, hasta ahora la ecología no ha figurado en la lista de prioridades oficiales. No extraña, pues, que de acuerdo común la decisión de nombrar al intendente de Berazategui, Juan José Mussi, secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable, en reemplazo de Homero Bibiloni, se haya debido exclusivamente a su deseo de congraciarse con “los barones” peronistas del conurbano bonaerense, premiando a un integrante notorio de la cofradía por sus muchas manifestaciones de lealtad. Con todo, si bien Mussi nunca ha mostrado mucho interés por los temas medioambientales, es por lo menos posible que sus dotes administrativas resulten suficientes como para hacer de su falta de conocimientos técnicos un detalle meramente anecdótico. En nuestro país la ecología, como la educación, es una asignatura pendiente que todos los gobiernos han preferido postergar hasta nuevo aviso, acaso porque los problemas planteados son sumamente difíciles y son inciertos los eventuales beneficios políticos de atenuarlos. En otras partes del mundo, ser progresista supone estar dispuesto a privilegiar el cuidado del medio ambiente por encima del crecimiento económico, pero por razones comprensibles los políticos nacionales que dicen militar en dicha corriente han sido propensos a pasar por alto las infracciones cometidas a diario por empresas tanto privadas como públicas. Las consecuencias de las décadas de desidia resultante están a la vista. La cuenca del Riachuelo sigue siendo un foco de contaminación que perjudica a millones de personas aunque, gracias a las presiones de la Corte Suprema, se ha puesto en marcha un plan de saneamiento que andando el tiempo podría producir algunas mejoras. Sea como fuere, a pesar de la indignación patriótica que tantos políticos dijeron sentir por el impacto hipotético en Gualeguaychú de las papeleras uruguayas, escasean las plantas industriales locales que acatan las normas internacionales en la materia. Mussi, pues, se ve frente a un desafío muy grande. Ya es tradicional culpar al secretario de Ambiente de turno por deficiencias que fueron acumuladas en el transcurso de muchos años. Con razón o sin ella, todos han terminado acusados de ineficiencia atribuible a su presunta incapacidad para manejar una burocracia frondosa y enfrentarse con la firmeza necesaria con empresarios habituados a tratar la zona en que operan como un gigantesco basural, sin preocuparse en absoluto por la salud de los habitantes, además de su propensión a repartir cargos entre familiares y amigos, práctica ésta que aquí puede considerarse perfectamente normal, ya que todos los políticos y funcionarios jerárquicos obran así. Fue éste el destino de la menemista María Julia Alsogaray y la “transversal” Romina Picolotti. En cuanto a Bibiloni, los resultados decepcionantes de su gestión se han visto imputados a su debilidad como administrador. Si Mussi entiende que su función consiste sólo en prestar servicios electoralistas a Cristina o, en el caso de que la presidenta opte por conformarse con un período en el poder, al eventual candidato oficialista, su gestión no contribuirá a hacer de la Argentina un país menos contaminado. En cambio, si el ex intendente de Berazategui toma en serio la tesis optimista de quienes insisten en que la mejor forma de cosechar votos consiste en gobernar bien, su carencia evidente de experiencia ecológica no será una desventaja. Siempre y cuando logre incorporar a su equipo especialistas capacitados y los respalde toda vez que choquen contra intereses adquiridos reacios a cambiar, debería estar en condiciones de aprovechar el hecho de que, a diferencia de otros funcionarios, cuenta con cierto peso político propio para que, por fin, el gobierno kirchnerista haga del respeto por el medio ambiente una prioridad, de tal modo cumpliendo con las promesas un tanto vagas hechas por el entonces presidente Néstor Kirchner cuando afirmaba que la lucha contra las papeleras uruguayas sería una “causa nacional” .

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