“Portación de apellidos”

En la generalidad de los casos, salvo vergonzosas excepciones, los individuos contamos con nombre/s y apellido/s que nos identifican y, aun cuando estos coinciden, nos diferencia el número de documento. Si existen documentos mellizos o trucados, contamos con otros datos filiatorios o de referencia que nos distinguen. Básicamente, la “portación de apellido” refiere a aquellas personas que son hijos de, sobrinos de, parientes lejanos de… Precisamente, esos “de” sobreviven en las pequeñas o grandes historias locales y/o mundiales por haber producido o haber participado de hechos épicos que los han destacado en el mundo de la ciencia, la política y el deporte, tan solo por dar algún ejemplo. Sea cual fuere el origen de la identificación de un sujeto, es esta sólo la primera fase del conocimiento del mismo. En realidad, a toda persona se la termina conociendo y, en muchos casos, lamentablemente por sus actos. Estos pueden responder o no a las normas o pautas culturales, a las reglas de juego dictadas por la sociedad dentro del marco de respeto a la ley, de las libertades de los individuos, del derecho y la defensa de la vida, de los derechos del niño, etc. Frente a este panorama, muy escueto y discutible por cierto, las personas tienen intrínsecamente incorporados conceptos que luego van a ir moldeando acordes a la educación recibida en el seno de su hogar y en toda su carrera educativa. Por ejemplo, uno sabe a priori –salvo que se trate de una mente enferma y asesina– que no le puede quitar la vida a un semejante. Pero aquí, y sin poder negarlo, el mundo se torna mucho más complejo y en esta eterna lucha del bien y del mal existen ladrones, delincuentes, corruptos, narcos, estafadores, asesinos, violadores, tratantes de personas, etc. En mi carta del 20/1/14 “Al árbol por sus frutos lo conoceréis” describía someramente lo que, a criterio personal, termina por identificar a una persona, y lo hace, más allá de que con el arma más usada en estos tiempos, “la mentira”, quiera disimular. Para ser claro, a modo de ejemplo digo: el que mata es un asesino, el que viola es un violador, el que estafa es un estafador, el que genera actos de corrupción es un corrupto, y dejo abierta la posibilidad de que cada lector haga una recorrida mental y fabrique su propia lista comenzando desde el gobierno nacional hasta aquellos, muy cercanos por cierto, que nos salpicaron y aún hoy algunos lo siguen haciendo por estos días. Con el avance de la inmoralidad social se fue instalando la corrupción, buscando generar el medio que le permita delinquir, a tal punto que los que están en esta mettié no sólo creen que están haciendo lo correcto sino que hacen de la burla la épica de la viveza criolla, es decir, no somos inmorales, sino “transgresores y pro” frente a una sociedad débil, atrasada y estúpida. Recomiendo la lectura de “La vigencia de Hayek y la Argentina” de Pablo Benítez Jaccod, aparecida en este medio el 19/2/14, donde describe, someramente, el análisis efectuado por Friedrich Von Ayek en el capítulo 10 “Por qué los peores se colocan a la cabeza”, de su célebre libro Camino de servidumbre, que también recomiendo. Éste comienza con una cita de Lord Acton: “ El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Cita además este nobel de economía, entre otras, que los grupos que se forman con las características arriba mencionadas tienen la tendencia de conformarse con los peores elementos de la sociedad, aplicable por cierto a todas las disciplinas y a todas las personas a quienes se las termina identificando y conociendo no precisamente por el apellido, ratificando la certeza del dicho popular que versa: “Genio y figura hasta la sepultura”. Silvano Giacolla Caruso DNI 8.119.34 Cinco Saltos


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