Progresistas sin servidumbres
ALEARDO F. LARÍA (*)
La palabra “progresista”, vinculada con una idea de avance temporal, ha ido sustituyendo paulatinamente a la metáfora espacial “izquierda” en esa búsqueda afanosa de palabras que les resulten más atractivas a los votantes que no tienen adscripción partidaria. Izquierda es una expresión que viene asociada con las batallas ideológicas del pasado y, en el peor de los casos, con las dictaduras comunistas que se vinieron abajo junto con el Muro de Berlín. La palabra progresista, en cambio, luce menos contaminada de historias negativas, pero en la Argentina mantiene una ambigüedad similar a la que en el pasado tenía la palabra izquierda. Un ejemplo que prueba esta afirmación es la existencia de una corriente “progresista” que actualmente brinda calor a un gobierno de indudable perfil conservador. El gobierno de Cristina Fernández habrá tomado alguna que otra medida progresista, pero la coalición que le da sustento está apoyada sobre dos columnas estratégicas del viejo tronco conservador del peronismo: una sindical, conformada por unas burocracias de los negocios que tienen secuestrada la representatividad de los trabajadores, y otra política, que para no abundar en detalles escabrosos, digamos simplemente que es la misma que dio sustento al gobierno de Carlos Menem. Los métodos de construcción de poder que ha venido utilizando esta coalición conservadora no tienen nada que envidiar a los empleados por los partidos conservadores que a principios del siglo XX reclamaban “orden y progreso” para la Argentina. El spoil system, es decir el sistema de expolio, apropiación y uso de los bienes públicos con propósitos facciosos y las redes clientelares tejidas alrededor del poder han logrado un grado de perfección que ni Julio A. Roca hubiera imaginado. La peculiar anomalía fiscal argentina, que permite que personas adineradas como la presidenta Cristina Fernández, puedan incrementar raudamente su espectacular fortuna sin pagar prácticamente impuestos, parece poco compatible con la idea actual que se tiene del progreso. De igual modo que este “capitalismo de amigos” que favorece la aparición de personajes como Sergio Schoklender –hasta hace pocos minutos “uno de los nuestros”– tampoco parece ser el signo representativo de una economía dinámica, moderna y avanzada. Frente a esta singular idea de progreso que tienen algunos, ha salido a la palestra otro grupo de intelectuales que también reivindican su condición de progresistas al tiempo que han anunciado su apoyo a la candidatura de Hermes Binner. Figuras de gran prestigio intelectual, como Beatriz Sarlo, Hilda Sábato, Marcos Novaro, Emilio de Ípola, Carlos Altamirano, Tomás Abraham, Sergio Bufano, Carlos Gabetta, etc. critican en un manifiesto el escenario actual marcado por “deudas sociales pendientes, vicios antiguos y problemas nuevos que conspiran contra la posibilidad de establecer una red social más justa, pluralista y democrática”. Consideran que a pesar del crecimiento económico persiste una gran deuda social porque los programas de asistencia social, si bien trajeron alivio para muchas familias, no acortaron sustantivamente la brecha entre ricos y pobres. Señalan que si se aspira a revertir el actual patrón de la desigualdad y dejar atrás la indefensión de los pobres y el clientelismo político, son imprescindibles verdaderas reformas profundas que propicien una mayor autonomía de los ciudadanos. En el terreno político denuncian que la acción del actual gobierno “propende a la concentración del poder y no favorece la afirmación de las instituciones de deliberación, gestión y control”. Sostienen que el discurso oficial tiene a la polarización permanente de nuestra sociedad y que de este modo “el debate público se encuentra jaqueado por visiones maniqueas del presente y el pasado argentinos”, de modo que “vuelve a cernirse sobre nuestra vida política la tentación del pensamiento único convertido en doctrina estatal”. Apoyan la postulación a presidente de Hermes Binner por considerar que su candidatura representa la posibilidad cierta de un gobierno democrático, progresista, honesto y respetuoso del pluralismo político. Exhiben como prueba la sensibilidad y honestidad demostrada por Binner en sus períodos de gestión como intendente de Rosario y gobernador de Santa Fe y afirman que la Argentina “necesita de las cualidades de este dirigente socialista de principios firmes, vocación de reformas y aptitud para la convivencia democrática”. En realidad, la Argentina necesita algo más. Además de dirigentes de principios, en nuestro país hace falta una fuerza política auténtica de centroizquierda liberada de las servidumbres de los gastados populismos de expresión progresista y fondo conservador que sobreviven todavía en nuestro país. Los ciudadanos independientes, que no han perdido espíritu crítico y buscan conciliar los deseos de una mayor justicia social con la preservación de los valores democráticos tienen, por fin, una opción clara por la que pueden apostar. Ya es posible ser de izquierdas o “progresista” en la Argentina sin necesidad de tragar sapos.
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