Proyectos personales

El desconcierto generalizado plantea el riesgo de que, una vez más, la ciudadanía se deje engañar por un programa fantasioso.

No bien se cerraron las urnas después de celebrarse los comicios del 14 de octubre, media docena de dirigentes peronistas decidió declarar abierta la campaña presidencial que de respetarse el calendario previsto por la Carta Magna culminaría dos años después. A partir de entonces, casi todas sus maniobras y sus afirmaciones han servido para brindar la impresión de que están alistándose para la próxima contienda. Aunque los comprometidos con el gobierno actual han criticado con aspereza lo que consideran la impaciencia de José Manuel de la Sota, Carlos Ruckauf, Carlos Reutemann, Eduardo Duhalde y otros, virtualmente acusándolos de estar conspirando contra la Constitución Nacional, el que ya tengan los ojos puestos en la Casa Rosada es a la vez natural y positivo. Como entienden muy bien sus homólogos de naciones como Estados Unidos, conquistar la presidencia de un país debería exigir años de preparación para formar equipos adecuados, elaborar programas y, de más está decirlo, intentar convencer al electorado de la bondad de las propuestas planteadas y del carácter del candidato a manejar sus asuntos. ¿Es lo que están haciendo en este momento los presidenciables peronistas y los aspirantes, si los hay, de otros movimientos? En algunos casos, es posible que sí, pero en aquellos de personajes como Ruckauf y Duhalde los motivos parecen tener más que ver con la autopromoción, que con la seguridad íntima de estar en condiciones de brindarle al país el liderazgo firme y realista que sin duda alguna necesita, lo que hace pensar que, lo mismo que tantos en el pasado, les interesa mucho más el premio que les supondría un triunfo electoral y la oportunidad para repartir el botín así conseguido, que los cuatro años de trabajo durísimo e ingrato que vendrían después.

Todos los precandidatos dicen estar resueltos a ayudar al presidente Fernando de la Rúa a llegar al día final de su cuatrienio. Es probable que por lo menos algunos sean sinceros: al fin y al cabo, a cualquiera le convendría iniciar su eventual gestión en una situación menos alarmante que la imperante. Sin embargo, a pesar de su presunta voluntad de contribuir a que el período delarruista se complete sin sobresaltos, para no hablar de lo que sus adversarios no vacilarían en calificar de «golpes constitucionales», los aspirantes a gobernar al país se ven frente a un dilema: si tanto su propia persona como sus propuestas resultan convincentes, no les sería nada sencillo impedir que sectores ciudadanos muy amplios reclamen que ponga manos al trabajo en seguida. Puesto que muy pocos creen que el presidente actual está a la altura de las circunstancias y que es bien posible que esté en juego el destino del país mismo, sería difícil encontrar motivos significantes para oponerse al reemplazo de un gobierno débil en que nadie confía por otro que contara con la aprobación de la mayoría.

Con todo, si bien incluso una precampaña promisoria plantearía un peligro a la continuidad del gobierno del presidente De la Rúa, por ahora no se da señales de que los deseosos de sucederlo sean capaces de organizar una. Por desgracia, la «crisis» se debe no tanto a las deficiencias del gobierno actual cuanto a la incapacidad de las demás fuerzas para pensar en una «solución» coherente para el país que efectivamente existe en el mundo tal y como es. El desconcierto generalizado así supuesto plantea el riesgo de que, una vez más, la ciudadanía se deje engañar por un programa de gobierno que sea meramente fantasioso que se deshilvane a pocos días del inicio de un nuevo período presidencial, asestando de este modo un nuevo golpe contra la fe pública en las instituciones. Para colmo, la propensión acaso comprensible de los dirigentes más ambiciosos a privilegiar lo inmediato por encima del mediano plazo ha tentado a muchos a asumir actitudes virtualmente suicidas: por cierto, la resistencia oportunista de los gobernadores a tomar en serio las connotaciones de la bancarrota no podría contener el germen de una estrategia viable para un gobierno nacional que aun cuando llegara al poder mucho antes de diciembre del 2003 tendría que funcionar en un marco de estrechez sin precedentes.


No bien se cerraron las urnas después de celebrarse los comicios del 14 de octubre, media docena de dirigentes peronistas decidió declarar abierta la campaña presidencial que de respetarse el calendario previsto por la Carta Magna culminaría dos años después. A partir de entonces, casi todas sus maniobras y sus afirmaciones han servido para brindar la impresión de que están alistándose para la próxima contienda. Aunque los comprometidos con el gobierno actual han criticado con aspereza lo que consideran la impaciencia de José Manuel de la Sota, Carlos Ruckauf, Carlos Reutemann, Eduardo Duhalde y otros, virtualmente acusándolos de estar conspirando contra la Constitución Nacional, el que ya tengan los ojos puestos en la Casa Rosada es a la vez natural y positivo. Como entienden muy bien sus homólogos de naciones como Estados Unidos, conquistar la presidencia de un país debería exigir años de preparación para formar equipos adecuados, elaborar programas y, de más está decirlo, intentar convencer al electorado de la bondad de las propuestas planteadas y del carácter del candidato a manejar sus asuntos. ¿Es lo que están haciendo en este momento los presidenciables peronistas y los aspirantes, si los hay, de otros movimientos? En algunos casos, es posible que sí, pero en aquellos de personajes como Ruckauf y Duhalde los motivos parecen tener más que ver con la autopromoción, que con la seguridad íntima de estar en condiciones de brindarle al país el liderazgo firme y realista que sin duda alguna necesita, lo que hace pensar que, lo mismo que tantos en el pasado, les interesa mucho más el premio que les supondría un triunfo electoral y la oportunidad para repartir el botín así conseguido, que los cuatro años de trabajo durísimo e ingrato que vendrían después.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios