¿Quién es el jefe?
Por Arnaldo Paganetti
El trance argentino se asemeja a la historia del hombre angustiado que busca la ayuda de un sabio porque su morada es un infierno, ya que en una habitación vive con su esposa, sus hijos y sus cuñados. Para ser auxiliado, debe prometer con solemnidad hacer lo que le diga su benefactor. Este le pregunta cuántos animales tiene y él responde: «Una vaca, una cabra y seis gallinas». «Pues -le ordena-, pon los animales en el cuarto y ven a verme en una semana». Deprimido, hace lo que le mandan y al cabo de siete días regresa enloquecido. «Voy a acabar con un infarto, debe hacer algo…». El consejero le dice, entonces, que saque a los animales y retorne luego de otra semana. En la entrevista siguiente, se lo ve agradecer con sinceridad: «La casa es una maravilla, ¡tan limpia! ¡Es un paraíso!»
Moraleja: hay que valorar lo que se tiene, porque siempre se puede estar peor. El viva la Pepa debido, entre otros motivos, a la ineptitud e irresponsabilidad de los políticos y a la insaciabilidad de los sectores financieros, fue reemplazado el jueves pasado por una toma de conciencia de la catástrofe augurada por mercados implacables, que se desprendieron de los bonos nacionales y le colocaron al país la bandera roja de remate, detrás de Nigeria.
El temor no es zonzo. El giro de 180 grados que dio el superministro Domingo Cavallo, de retorno a las recetas ortodoxas del ajuste, provocó un tembladeral interno en el radicalismo y en el Frepaso, las dos fuerzas partidarias que dieron sustento a la llegada de Fernando de la Rúa al poder.
Pero el susto no se limitó a ellas. Se inquietaron los banqueros, recelados por los marginados del sistema, y los Estados Unidos, que empezaron a seguir «muy de cerca» la situación argentina por pedido expreso del presidente George Bush (h). El coloso del Norte y los inversores colaborarán con la premisa de que ya no hay margen para arreglar el problema con nuevos préstamos que, como viene sucediendo hace años, se dilapidan y demandan nuevos préstamos. Una eventual caída argentina arrastraría a Brasil, perjudicaría a Chile, afectaría a América Latina en su conjunto e incluso dañaría a la próspera economía española.
El presidente del Brasil, el sociólogo Fernando Henrique Cardoso, ratificó la confianza en su principal socio comercial, apenas horas después de haber declarado al diario «Valor» que había peligro de quiebre institucional por la debilidad del gobierno de De la Rúa y la característica de los argentinos de sentirse europeos desarraigados, insatisfechos por estar condenados a recluirse en esta parte del cono sur.
Los evasores también pusieron las barbas en remojo, habida cuenta del proyecto para privatizar el cobro de deudas que Cavallo se propone instrumentar cuanto antes.
Además, los legisladores tomaron nota del malhumor de la sociedad y aceptaron achicar sus voluminosas dietas y dar curso a la rebaja de las jubilaciones de privilegio.
Los bancos y las empresas privatizadas adelantarán mil millones en concepto de impuestos para atender las urgencias del déficit fiscal.
Acotados quedaron los que proponen la devaluación de la moneda, ante los argumentos que una devaluación podría provocar la pérdida de un 10% del Producto Bruto Interno en forma brusca, como ocurrió en Rusia.
La prudencia predominó incluso en el PJ, que adoptó posturas razonables y retornó al diálogo con el Ejecutivo, aunque supeditando su participación a un reparto equitativo de las cargas, en sintonía con el líder radical Alfonsín, quien afirmó que el Estado no puede quedar prisionero de los grandes intereses concentrados.
Hacia un pacto
El peronismo no impulsa ningún levantamiento popular, pero reclama un contenido a la propuesta de pacto que se elabora desde la Jefatura de Gabinete, para que el resultado de esta aproximación con De la Rúa no patentice la impotencia para administrar los asuntos públicos.
Alfonsín se doblegó ante la realidad. No hay más créditos y tanto los banqueros como allegados a Cavallo propalaron la versión de que estaba incurriendo en deslealtad partidaria. Dejó hacer a los más duros -Leopoldo Moreau y Federico Storani-, y a regañadientes fue a Olivos a respaldar las medidas de Cavallo, con fórmulas (ideadas por Mario Brodersohn) para hacer una reforma impositiva progresista y evitar castigar a los ancianos con retribuciones de subsistencia.
«Argentina perdió su capacidad de endeudamiento, el único que puede afrontar este dilema es Cavallo. No tenemos ningún otro ministro alternativo», se le dijo a Alfonsín en un plenario en el que Moreau despotricaba contra «Mingo» y el titular del Banco de Galicia, Eduardo Escasany. Los alfonsinistas más razonables argumentaron en favor de Cavallo, diciendo que éste sigue pensando en la reactivación como único camino para salir de la crisis. «Mirá, Raúl, el problema fiscal existe, no es un invento», expresó Brodersohn a un Alfonsín que hasta el jueves al mediodía insistía en que había una campaña para hacerlo responsable del derrumbe del gobierno radical.
«Es posible que la derecha se ensañe con vos, pero la política está desvalorizada ante la opinión pública. La gente está en contra de la baja de sueldos, pero no le gusta que el titular de la UCR le saque su apoyo a un presidente radical», concluyó otro exponente del alfonsinismo dialoguista.
Alfonsín empezó a sentirse mejor cuando lo llamó por teléfono De la Rúa. En una primera aproximación lo lisonjeó y en una segunda lo invitó a participar de una cena en Olivos. Allí el jefe radical, que se cree superior a su correligionario, mejoró su humor y flexibilizó posiciones. Storani quedó pedaleando en el desierto con su propuesta de recrear la alianza original y Moreau se fue enojado. Los frepasistas presentes (Graciela Fernández Meijide, Darío Alessandro y Rodolfo Rodil, entre otros) dejaron la sensación de no representarse más que a sí mismos, sin timón desde que «Chacho» Alvarez abandonó el barco.
Así las cosas, Enrique «Coti» Nosiglia actuó de nexo con el ámbito financiero, con una habilidad innata. Negociador permanente, tendió el puente «entre blancos y negros, pues él es blanco cuando está con los blancos, y negro cuando está con los negros», refirió crítico uno de los participantes del cónclave alfonsinista.
Los mercados reniegan de Alfonsín: siempre tiene un látigo a mano para intentar domesticarlos. Va como candidato a senador para las elecciones de octubre y son frecuentes sus contactos con el aspirante peronista y favorito en las encuestas, Eduardo Duhalde, un claro exponente del «antimodelo».
Con prudencia, Duhalde piensa en el 2003. Apaleado en las generales de 1999, buscará revancha. Quien pasa un mal momento es el actual gobernador Carlos Ruckauf. El Banco Provincia de Buenos Aires acumuló una morosidad de 2.400 millones de dólares (dos veces y media la deuda de Aerolíneas Argentinas) y no puede culpar a la herencia radical, pues el PJ gobierna en ese distrito desde 1987.
Duhalde y Alfonsín están convencidos de que hay que revalorizar la política y están dispuestos a conversar con Cavallo, aunque la ciclotimia de éste y las broncas del radical muchas veces minan el terreno. Además, Cavallo siempre pide todo, igual que los otros dos dirigentes, resignados por «patriotismo» a respaldar a De la Rúa, quien apichonado insiste en autodenominarse «el jefe».
Arnaldo Paganetti
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