Raro

Redacción

Por Redacción

Isidoro Reyes estaba confundido: “Ni bien ni mal, me siento raro”. No encontraba una explicación. Y no era la primera vez que le pasaba. Para disolver ese sentirse raro a veces se tira a dormir. Otras, como hace unos días, piensa algún plan. Porque –está convencido y repite– no se puede manejar lo que se siente pero sí qué hacer con eso. En medio de ese estado, agarró un papel. Hizo unos garabatos y después se propuso ponerles palabras a sus sensaciones: “Es como si de repente viniera un tornado y me revolviera. Y ya no importa nada: ni mis lógicas ni mis pensamientos. Es como si algo externo reclamara una porción de algo. Y yo no me animo a decirle que sí ni que no. Igual se lleva algo. Es como si me robaran algo de mi habitación pero no sé qué es”, escribió. Después de esta suerte de descarga, llamó por teléfono a su compañera. Le contó que se sentía raro. –¿Tenés una basurita en el ánimo, como le pasa a Mafalda? –le dijo Latana Buendía. –No sé, puede ser… ni idea. Tampoco es tan dramático. Creo que lo importante en estos momentos es estar bien armado. –¿Con un fusil o un revólver? –Yo también hago chistes malos –dijo Reyes–. Me refería a armarse en el sentido de construir plataformas o reforzarlas cada día para tener donde apoyarse. Fantaseaba con la idea de ir en un avión que de pronto es atacado. Si no tenés paracaídas vas muerto. Y no es lo mismo caer en el océano que en una isla. –A veces buscás respuestas de manera incansable… hasta que te cansás, ¿no? –Puede ser… Y creo que voy relacionando cosas que no tienen sentido. Pero me vienen a la cabeza. Por ejemplo, ahora me acuerdo de una frase de Casciari que dice que en las crisis, aunque parezca lo contrario, hay más respuestas que preguntas. Y que nadie se encierra en una depresión por exceso de preguntas sino por exceso de respuestas. –Me interesa esto de más respuestas que preguntas –dijo Latana–. Pero estamos hablando de una mirada negativa, ¿no? Respuestas del tipo: “El mundo es todo un desastre”. Además, ¿por qué hablamos de depresión? –Qué sé yo, te dije que se me mezclan las cosas en la cabeza. También me acuerdo de Hank. –¡¿De quién?! –preguntó Latana. –Hank Moody, el de “Californication”. El tipo, escritor exitoso, felicita a su hija por su primera novela. A él, como padre, no le importa la calidad de lo que escribió ella, que tiene 20 años. Le destaca que nadie a su edad hace eso: “Están demasiado ocupados enviando SMS, en Twitter, escribiendo en Facebook y sintiéndose con derecho a una vida por la que no quieren trabajar”. Ella, con sonrisa cómplice, responde: “Qué forma de abofetear a una generación completa, papá”. –Es interesante. Igual, no sé adónde va esta conversación. Es como si quisieras hablar de algo a lo que no podés llegar –dijo Latana. –¿Por qué tiene que ir a algún lado? Lo bueno es que ya no me siento raro.

Juan Ignacio Pereyra


Isidoro Reyes estaba confundido: “Ni bien ni mal, me siento raro”. No encontraba una explicación. Y no era la primera vez que le pasaba. Para disolver ese sentirse raro a veces se tira a dormir. Otras, como hace unos días, piensa algún plan. Porque –está convencido y repite– no se puede manejar lo que se siente pero sí qué hacer con eso. En medio de ese estado, agarró un papel. Hizo unos garabatos y después se propuso ponerles palabras a sus sensaciones: “Es como si de repente viniera un tornado y me revolviera. Y ya no importa nada: ni mis lógicas ni mis pensamientos. Es como si algo externo reclamara una porción de algo. Y yo no me animo a decirle que sí ni que no. Igual se lleva algo. Es como si me robaran algo de mi habitación pero no sé qué es”, escribió. Después de esta suerte de descarga, llamó por teléfono a su compañera. Le contó que se sentía raro. –¿Tenés una basurita en el ánimo, como le pasa a Mafalda? –le dijo Latana Buendía. –No sé, puede ser... ni idea. Tampoco es tan dramático. Creo que lo importante en estos momentos es estar bien armado. –¿Con un fusil o un revólver? –Yo también hago chistes malos –dijo Reyes–. Me refería a armarse en el sentido de construir plataformas o reforzarlas cada día para tener donde apoyarse. Fantaseaba con la idea de ir en un avión que de pronto es atacado. Si no tenés paracaídas vas muerto. Y no es lo mismo caer en el océano que en una isla. –A veces buscás respuestas de manera incansable... hasta que te cansás, ¿no? –Puede ser... Y creo que voy relacionando cosas que no tienen sentido. Pero me vienen a la cabeza. Por ejemplo, ahora me acuerdo de una frase de Casciari que dice que en las crisis, aunque parezca lo contrario, hay más respuestas que preguntas. Y que nadie se encierra en una depresión por exceso de preguntas sino por exceso de respuestas. –Me interesa esto de más respuestas que preguntas –dijo Latana–. Pero estamos hablando de una mirada negativa, ¿no? Respuestas del tipo: “El mundo es todo un desastre”. Además, ¿por qué hablamos de depresión? –Qué sé yo, te dije que se me mezclan las cosas en la cabeza. También me acuerdo de Hank. –¡¿De quién?! –preguntó Latana. –Hank Moody, el de “Californication”. El tipo, escritor exitoso, felicita a su hija por su primera novela. A él, como padre, no le importa la calidad de lo que escribió ella, que tiene 20 años. Le destaca que nadie a su edad hace eso: “Están demasiado ocupados enviando SMS, en Twitter, escribiendo en Facebook y sintiéndose con derecho a una vida por la que no quieren trabajar”. Ella, con sonrisa cómplice, responde: “Qué forma de abofetear a una generación completa, papá”. –Es interesante. Igual, no sé adónde va esta conversación. Es como si quisieras hablar de algo a lo que no podés llegar –dijo Latana. –¿Por qué tiene que ir a algún lado? Lo bueno es que ya no me siento raro.

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