Realidades diferentes a un lado y otro del cerro Otto

El cerro Otto separa El Frutillar de Melipal, dos barrios de Bariloche que, aunque distantes en lo social, tienen en común la incertidumbre. Hay concentraciones en torno de los comercios.

Las restricciones impuestas por la provincia y agravadas por el municipio en el marco de la pandemia de coronavirus no saben de fronteras interbarriales y calaron hondo en cada rincón de la ciudad.


La amplitud de la viviendas, las posibilidades recreativas y hasta el tamaño de las familias en las áreas residenciales son bien distintas de las que se pueden observar en los sectores con menos recursos, pero el cumplimiento de las normativas de prevención para frenar al coronavirus corren muy parejos.

El cerro Otto parte en dos a la ciudad. Sobre su ladera sur viven en su mayoría familias obreras y beneficiarias de planes sociales. En el lado opuesto, y de cara al lago Nahuel Huapi, se afincaron muchos de los barilochenses de mayor capacidad económica.

Si bien cada barrio es un mundo, el movimiento registrado estos días en Melipal (al norte del Otto) no es muy distinto del que se pudo ver en El Frutillar, sobre el faldeo sur, donde las calles de tierra lucían desiertas, salvo en el entorno de los pocos comercios y en la colectora de la avenida Juan Herman.

Entre la avenida Juan Herman y el cerro Otto, crece el barrio El Frutillar. Foto: Alfredo Leiva

La vida cotidiana quedó alterada por completo con la emergencia sanitaria. La gran mayoría de los transeúntes respeta el distanciamiento y cumple con la ley del barbijo, pero hay excepciones. El viernes a media mañana el trabajador de un frigorífico descargaba carne de un camión en Pioneros al 4.500 sin tapabocas ni protección alguna.

Detrás del mostrador de una panadería ubicada a pocos metros, Carolina comentó al observarlo que “algunos así hay”, que ella no les dice nada, pero por las dudas no se acerca.

Los dos barrios aun siendo muy distantes tienen vínculos impensados. Carolina, por ejemplo, trabaja en la panadería de Melipal pero vive en El Frutillar. Lo mismo pasa con Norma, que atiende la despensa Las Pioneras, ubicada a unos 100 metros. Las dos tienen la suerte de moverse en auto. Si necesitaran viajar en colectivo todo los resultaría más engorroso, porque la distancia es larga y las frecuencias se redujeron a un mínimo con la cuarentena.

Carolina trabaja en una panadería de Melipal y vive al otro lado del cerro Otto, en El Frutillar. Foto: Alfredo Leiva

Ante la propuesta de comparar, Carolina dijo que el movimiento en las calles es similar entre su lugar de trabajo y el barrio donde vive. Observó que en El Frutillar “a lo mejor la gente sale un poco menos, porque hay menos negocios”, aunque “no cambió gran cosa” con las nuevas prohibiciones impuestas esta semana. Recordó que la reclusión más disciplinada se vivió en las primeras semanas de la cuarentena y después ya no volvió a ser igual.

“Yo tengo más miedo que la gente, a la mayoría no se les nota mayor preocupación, vienen de a dos o de a tres –comentó–. Muchos están aburridos y cansados. No le ven el propósito a tanto aislamiento”.

El pulso del movimiento lo marcan las zonas comerciales. El tránsito de vehículos y peatones es bastante fluido en el horario habilitado para la apertura de los locales (de 10 a 18). Antes y después el ritmo baja considerablemente y allí aparece una diferencia nada menor.

En Melipal es difícil encontrar quejas sobre la actuación policial. En el Alto no ocurre lo mismo. Daiana Cárdenas trabaja en la despensa y carnicería Fermín, de El Frutillar, junto a su amiga María. Ambas aseguraron que cuando van por la calle después de las 18 se han sentido tratadas “casi como delincuentes”. Se quejaron de que la Policía aplica una severidad injustificada.

“Cuando volvemos a casa a las 19 la policía nos para y nos trata mal –contó–. A un compañero el otro día lo detuvieron y le pegaron. Le dicen que a esa hora no se puede transitar y salía de trabajar, mostró el permiso y se lo arrugaron todo. Cuando está la Gendarmería es otra cosa, te preguntan de mejor modo, pero la Policía de Río Negro es terrible”.

A un lado y otro del cerro Otto los temores son parecidos, también el hastío y la incertidumbre que genera el futuro. Los diferencian, y no es poco, el nivel de zozobra económica que se ahonda cada día y no tiene final a la vista.

Junto a la avenida Juan Herman, en El Frutillar, se concentra la mayoría de los comercios. Foto: Alfredo Leiva

Melipal, en el oeste de mil colores


El barrio Melipal fue de los primeros en tener población estable y abundante en la zona oeste de Bariloche. Sus calles surcan lo que fue un tupido bosque, cuyos últimos vestigios todavía resisten y en estos días lucen los tonos del otoño.

Sobre la avenida Bustillo hay una estación de servicio YPF, donde las ventas en el inicio del período de aislamiento se derrumbaron, al punto de que llegaron a atender 30 vehículos por día. Hoy están en 140, un indicador elocuente del mayor movimiento. Uno de los despachantes, Agustín Rosas, dijo que “hay gente que pasa todos los días a cargar 200 pesos y otros piden que les llenes el tanque, aunque no pueda viajar a ningún lado”.

Colas en la mayoría de los comercios al pie del cerro Otto. Foto: Alfredo Leiva

Una singularidad que es difícil de observar en barrios como El Frutillar, donde durante décadas no hubo cerca ninguna estación de servicio, hasta que fue inaugurada la primera hace pocos meses.

Sobre Pioneros, un remisero fumaba el viernes en la puerta del local (desde ya, sin barbijo) y el operador aseguró que ve menos gente en la calle “tal vez por el fin de mes”.


El Frutillar, en el sur postergado


Los habitantes de El Frutillar están integrados como pocos a la Pampa de Huenuleo, sus polvaredas y vientos impiadosos, su escasez de árboles y los inviernos más fríos del Bariloche urbano. Uno de los puntos de referencia es la farmacia Ruta 40 (avenida Herman y Molle), la única en kilómetros a la redonda, que tiene alta demanda en estos días. La gente camina desde lejos en busca medicamentos y también aprovecha para controlar su peso.

«Muchos sumaron esa preocupación a todo lo que va a dejar la cuarentena” comentó con humor una de las empleadas, Florencia Mainero, mientras señalaba la balanza.

La farmacia de la avenida Juan Herman, la única en kilómetros a la redonda en el Alto. Foto: Alfredo Leiva

Las calles aparecen desoladas, salvo alguna señora que marcha con su bolsa a aprovechar “el día del DNI”. Por eso llamó la atención el paso de dos jóvenes por Cacique Chocorí, con barbijos improvisados y caídos sobre el cuello. Uno de ellos, Matías Cuevas (22 años) presentó a su amigo Maximiliano (la misma edad) y contó que se conocieron tiempo atrás cuando trabajaban en una chocolatería. Hoy están sin empleo. “Yo también aprendí peluquería y ahora mismo vengo de hacer un corte a domicilio –aseguró Matías–. No se puede, pero no hay un mango y tenemos que vivir”.

No es ningún secreto que los microproblemas de muchos escapan a los reglamentos. En la distribuidora de gas Los Notros Estela Lagrás afirmó que las ventas subieron desde que la garrafa de 10 kilos, por decisión oficial, bajó de 500 a 350 pesos. Dijo que hay gente que depende de la garrafa y como no tienen envase de reserva y son caros y no se consiguen, van a buscar el recambio cualquier día.

Otra vicisitud imposible de encontrar en Melipal, donde el gas natural, más barato y seguro, fluye por los ductos y no se corta nunca.


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