Rompecabezas europeo
La gran crisis en la que se debate la Unión Europea se debe a la resistencia de los más comprometidos con el proyecto a asumir plenamente todo cuanto significa. La canciller alemana Angela Merkel, el presidente francés Nicolas Sarkozy y otros coinciden en que para salir adelante se necesita “más Europa”, pero siguen pensando en términos nacionales, negándose a tratar a sus socios como provincias o regiones de un conjunto. He aquí el motivo del desconcierto que sienten los líderes de los miembros solventes de la Eurozona ante los problemas planteados por Grecia y, en menor medida, Portugal, España e Italia. De tomarse en serio la consigna “más Europa”, entenderían que les corresponde encargarse de la debacle económica de los socios sureños de tal modo que se minimicen los costos sociales de las reformas que todos, incluyendo a los dirigentes de dichos países, consideran imprescindibles. Pero hasta ahora el gobierno alemán, acompañado por el francés, holandés y finlandés, insiste en que Grecia sufra un ajuste mucho más drástico que los que solía pedir el FMI a los países que solicitaban su ayuda, pero sabe que aun cuando el gobierno de Lucas Papademos lograra instrumentar todos los recortes reclamados, la deuda griega seguiría creciendo en relación con el producto bruto, al contraerse cada vez más la economía. Mientras tanto, está reeditándose en Grecia el desastre que experimentamos en el 2002 al caer en la pobreza franjas crecientes de la población. Sin embargo, a diferencia de la Argentina, Grecia forma parte de una supuesta unión supranacional y por lo tanto sus habitantes tienen derecho a esperar algo más de los demás europeos que una mezcla de insultos y órdenes contundentes. A la larga, la supervivencia de la Eurozona dependerá de la voluntad de los dirigentes de las zonas más prósperas y pujantes a colaborar con sus homólogos de las más deprimidas y poco dinámicas. Si bien en algunos países, entre ellos la Argentina, provincias paupérrimas acostumbradas a un nivel de vida parecido a aquel de partes de África del Norte convivan con jurisdicciones como la Capital Federal en que el ingreso por habitante es equiparable con el del Primer Mundo, a los europeos no les será dado tolerar disparidades tan flagrantes. Podrían aceptarlo si fuera cuestión de las diferencias entre las distintas regiones de un solo país, pero éste dista de ser el caso. Por razones evidentes, la debacle de la Eurozona ha servido para dar un nuevo impulso a los sentimientos nacionalistas tanto de los griegos, italianos, españoles e italianos como de los franceses y, desde luego, los alemanes. Lejos de ayudar a consolidar la Unión Europea, la moneda común ha agravado las diferencias entre los distintos países. Ante esta realidad sombría, nadie parece saber muy bien lo que convendría hacer. No resulta viable la “solución” que, es de suponer, quisieran los manifestantes violentos que día tras día chocan contra la policía en Atenas y otras ciudades, según la que los alemanes tendrían que subsidiarlos para que todo siga más o menos igual. Tampoco es viable el planteo del gobierno alemán, y de la mayoría de los alemanes, conforme al cual sus socios sureños tendrían que someterse enseguida a una dosis fortísima de rigor teutón aunque como resultado sus países sufran una prolongada depresión económica que tendría consecuencias sociales devastadoras. Si los líderes de Alemania, Francia y Holanda realmente quieren “más Europa”, tendrán que respetar la lógica de la unión monetaria que ellos mismos propusieron, asumiendo la responsabilidad por las deudas acumuladas por sus socios, los que, a su vez, se verían obligados a permitir que las autoridades europeas participen directamente del manejo de sus economías respectivas, como hacen sus equivalentes de Estados Unidos y otros países en que se da por descontado que las regiones más ricas han de ayudar a las relativamente pobres. Últimamente, parecería que lo entienden quienes están al mando del Banco Central europeo, pero los dirigentes políticos que, desde luego, se ven constreñidos a tomar en cuenta la opinión política local, se resisten a reconocer que una unión monetaria es inherentemente incompatible con la fragmentación política supuesta por casi veinte gobiernos distintos resueltos a aferrarse a su propia independencia.
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