Otra agricultura es posible en el Alto Valle del río Negro
El ingeniero agrónomo Jorge Aragón plantea que la crisis frutícola de la región no marca un final, sino la oportunidad de construir un nuevo paradigma agrícola: diverso, resiliente y cercano a la comunidad, donde la producción, la alimentación y la salud se unan en un mismo camino.
Como ingeniero agrónomo egresado en 1980 de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Comahue en Cinco Saltos, he dedicado estos 45 años de profesión a la producción en el Alto Valle. Los primeros 30 años fueron en el sistema productivo frutícola empresarial, comprendiendo sus fortalezas, complejidades y las fuerzas que lo mueven. Los últimos 15 años los he dedicado a consolidar una alternativa consistente en un modelo productivo diversificado.
El propósito de este manifiesto es compartir una visión profesional sobre el futuro de nuestra región, que no nace solo de la teoría, sino de su conjunción con la práctica y los resultados. La crisis que hoy atraviesa el modelo original no será el epílogo de nuestra historia, sino el prólogo de una nueva era. Estamos en una encrucijada que nos obliga a elegir entre el abandono o la producción. Yo afirmo que tenemos la obligación de construir un nuevo paradigma agrícola que responda con inteligencia y resiliencia a las necesidades económicas, sociales y ambientales del siglo XXI.
El pasado pionero: cimientos de un gigante frutícola
Para proponer soluciones realistas, primero debemos comprender las claves del éxito pasado. Analizar los orígenes y la consolidación del modelo que nos definió es fundamental para diagnosticar con precisión los desafíos actuales. El Alto Valle no surgió por azar. Fue forjado durante un siglo por una trinidad de fuerzas visionarias: políticas públicas audaces, la arteria de acero del ferrocarril y un monumental sistema de riego que hizo florecer el desierto.
El objetivo central de este modelo era tan simple como ambicioso, expandir los territorios de la Nación para poblar la Patagonia Norte y consolidar un modelo exportador. Esta meta definió cada aspecto de la región, desde la estructura productiva y la economía hasta el tejido social. Un paradigma de éxito que nos posicionó en el mundo. Sin embargo, a pesar de su histórica fortaleza, este gigante comenzó a mostrar fisuras frente a las realidades de un nuevo siglo que demandaría agilidad, diversificación y otra relación con la comunidad local.
El presente imperfecto: la crisis de un modelo exitoso
Durante los últimos 30 años, una convergencia de factores económicos, sociales y demográficos ha puesto en jaque al modelo productivo preexistente. Ya no enfrentamos problemas aislados, sino una realidad compleja que exige un diagnóstico honesto y profundo para poder superarla.
La crisis agrícola actual tiene dos raíces principales. Por un lado, la macroeconomía nacional, con sus vaivenes, ha golpeado duramente a un sector orientado a la exportación. Por el otro, y por ser de familia chacarera, lo he vivido como una herida abierta en el tejido productivo. El chacarero no fracasó, fue vuelto obsoleto por un sistema que priorizó la escala sobre la resiliencia, en tanto que el modelo empresarial, por su mayor envergadura, lograra sobrevivir.
Los resultados de esta dinámica son visibles en el paisaje del Valle, cuando generaciones enteras de familias chacareras abandonaron sus chacras (especialmente aquellas más pequeñas que han salido de producción y hoy se encuentran sin el riego que les daba vida) radicándose en las ciudades cercanas, definiendo el desarraigo como un fenómeno social imparable.
El consumidor quiere saber quién los produce, dónde y cómo. Se ha generado una demanda creciente de transparencia, cercanía y calidad que abre las puertas a un modelo productivo diferente.
Al mismo tiempo, la migración irrefrenable a las ciudades de la confluencia ha convertido a esta región en una de las zonas de mayor crecimiento poblacional de la Argentina, manifestándose como una gran metrópolis que superará el millón y medio de habitantes en los próximos años.
El impacto de la urbanización es doble. Por un lado, observamos un crecimiento por densificación y por el otro un incesante crecimiento por expansión, dejando un vacío productivo por el cambio del uso del suelo.
En medio de esta compleja crisis, emerge una poderosa oportunidad ante el cambio fundamental que hemos presenciado desde 2020 en la percepción social sobre la alimentación. Ha nacido una nueva conciencia, en la que producción, alimentación y salud comparten un mismo origen. Este despertar impulsa a la sociedad a preocuparse activamente por la procedencia de sus alimentos. El consumidor quiere saber quién los produce, dónde y cómo. Se ha generado una demanda creciente de transparencia, cercanía y calidad que abre las puertas a un modelo productivo diferente.
Este diagnóstico no es un callejón sin salida, sino el punto de partida para una solución probada que responde a las nuevas necesidades de nuestra comunidad.
El futuro condicionado: hacia un nuevo paradigma productivo
No propongo una utopía teórica, sino una alternativa real y en funcionamiento; un camino tangible hacia el necesario equilibrio económico, social y ambiental en nuestro Alto Valle.
Este nuevo paradigma se fundamenta en un sistema de producción diversificada enfocado en la venta local y directa. Utiliza las herramientas de difusión masiva a nuestro alcance para conectar a quienes producen con quienes consumen, creando un sistema visible, transparente y basado en la confianza, donde el alimento tiene un rostro y una historia.
Sin embargo, el futuro productivo regional se define a nivel local, mediante un plan de ordenamiento territorial que establece el uso del suelo. En Río Negro, tenemos numerosos antecedentes de política pública provincial y municipales, siendo este es el instrumento necesario para guiar un desarrollo económico y productivo diversificado y sostenible.
Un llamado a la acción ciudadana
La situación del Alto Valle nos ofrece la oportunidad única de forjar un futuro resiliente, próspero y saludable para responder a los desafíos del presente. La pregunta ya no es si “otra agricultura es posible”. La evidencia demuestra que lo es. La verdadera pregunta es si productores, ciudadanos y gobernantes tendremos la valentía de reconocerla y la voluntad para consolidarla.
Construir esta «otra agricultura» no es tarea de un solo proyecto, sino una misión que nos involucra a todos. Es posible, pero solo si, como sociedad, decidimos pedirla y sostenerla juntos.
(*) jorgeraragon@me.com
Como ingeniero agrónomo egresado en 1980 de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Comahue en Cinco Saltos, he dedicado estos 45 años de profesión a la producción en el Alto Valle. Los primeros 30 años fueron en el sistema productivo frutícola empresarial, comprendiendo sus fortalezas, complejidades y las fuerzas que lo mueven. Los últimos 15 años los he dedicado a consolidar una alternativa consistente en un modelo productivo diversificado.
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