Se nos van antes de tiempo

Gabriela Renault*


En los últimos tiempos son cada vez más los jóvenes que pierden la vida en forma violenta. Tenemos que hacernos tiempo para reflexionar, los números no solo son símbolos que expresan cantidad, y si es así debería alarmarnos, es la responsabilidad de cada uno, como ciudadano o Estado, que le demos sentido y operatividad a esa cantidad que cada día, por diferentes medios, nos llega como información.

La sucesión de hechos fatales que reflejan los medios masivos de comunicación y aquellos de los que no nos enteramos pero existen son lamentablemente solo una muestra de la realidad: el grupo de jóvenes de 15 a 35 años es el sector de la sociedad más propenso a sufrir muerte violenta, sus tasas de homicidios, accidentes viales (Monte, Quilmes, ciclista, Pepo, entre tantos), suicidios, agresiones violentas, se van duplicando y en algunos casos triplicando año tras año. En otras palabras, la cantidad de jóvenes que mueren por estas causas es el doble que en el resto de los grupos de edad.

Pareciera que nuestros oídos se van acostumbrando a seguir los números de los jóvenes que pierden la vida por causas provocadas por alcohol, violencia de otro, depresión o adicciones.

Pareciera que se nos arma una coraza que nos protege de las malas noticias, pero que al mismo tiempo nos hace correr el riesgo de quedar aislados y volvernos indiferentes.

Pero el dolor no debiera dejarnos anestesiados, no debemos igualar lo banal con lo terrible, tenemos que mirar con profundidad, detenernos y ver qué podemos sumar, para que esto no siga ocurriendo.

Estamos ante una emergencia, nuestros jóvenes han desestimado los riesgos, los del alcohol, los de las drogas. Creen que tienen el control, o no comprenden que otro (u otros) puede no estar dispuesto a cuidarlos; el no cuidado vende más y se propaga camuflado en ventas de promesas de bienestar. El sujeto de la oración es el no control y la muerte es el predicado de la misma.

Vulnerables

Tenemos que ver lo que no se ve y asomarnos a los dolores del mundo juvenil, muchas veces disimulados. El 70% de los jóvenes de 15 a 24 años muere de manera violenta, y si mirásemos otros indicadores como la pobreza y la falta de acceso a la educación comprobaríamos la vulnerabilidad de los jóvenes en la realidad general de nuestro país.

Debemos reflexionar para no dejarnos vencer por el miedo, la confusión, la oscuridad y el derrotero de decir que es muy compleja la solución, que está todo perdido.

Porque debemos hacer todo para reclamar, hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para que el sufrimiento de ellos no caiga en el olvido y que la vida de ningún joven más se convierta en un show mediático para consumir, cuestionar o censurar.

Seguir luchando, para que podamos desentramar el dolor, para instalar la percepción de riesgo muchas veces dormida, para que aprendan a cuidarse y aprendamos a cuidarlos, para que no estén solos en sus decisiones, para que quienes tengan o tengamos que cuidarlos los cuiden y los cuidemos.

Día a día, estamos llamados a potenciar la vida de cada joven, aun más frágil y vulnerable, para que despliegue lo mejor de sí, desde la vida abundante que por su edad ya posee.

Debemos tejer redes entre todos que nos sostengan y los sostenga, no podemos quedar reducidos a nuestro propio telar, necesitamos aportar nuestro hilo y sumarlo a tantos otros que, desde distintos espacios y organizaciones, se preocupan y ocupan de los jóvenes.

No es solo deber de uno, es deber de todos, del Estado, de los padres, los docentes, de ellos mismos, que aprendan a ser responsables, que confíen sus dolores o descontentos; entender quién es el enemigo; que entendamos como sociedad que más allá de todo nuestros jóvenes son nuestro presente y nuestro futuro.

*Decana de la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador


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