SEGÚN LO VEO: Cuatro en carrera

En las elecciones norteamericanas, la imagen de los distintos aspirantes suele importar más que sus propuestas.

Siempre y cuando no se produzca una sorpresa, el próximo presidente de Estados Unidos se llamará Barack Obama, Hillary Clinton, John McCain o Mitt Romney. De los cuatro, el favorito tiene que ser el republicano McCain. Aunque en vista de la escasa popularidad actual de los republicanos, el eventual candidato demócrata debería llevar todas las de ganar. De celebrarse mañana las elecciones presidenciales, McCain derrotaría tanto a Clinton como a Obama por un margen muy respetable. En cambio, si Romney consigue la nominación republicana, perdería contra cualquiera de los dos.

En las elecciones norteamericanas, la imagen de los distintos aspirantes suele importar más que sus propuestas. Por el lado demócrata, Hillary Clinton se ha labrado una basada en su larga experiencia como primera dama y senadora, su inteligencia eficaz y su tesón, mientras que Obama se ha esforzado por encarnar la juventud, la esperanza y el deseo de que mucho cambie. Para perjudicar a Obama, Hillary y su marido, el ex presidente Bill Clinton -sus adversarios hablan de «Billary»- lo han tratado como un candidato negro y por lo tanto testimonial cuyo triunfo en Carolina del Sur, donde superó con facilidad a Hillary, se debió casi por completo al apoyo de la mayoría abrumadora de los llamados afroamericanos. Fue una maniobra astuta. Si bien todos quisieran creer que la identidad étnica de los candidatos es lo de menos, nadie ignora que el grueso de los hispanos es reacio a votar por alguien que toma por un militante negro. En estados como California, en que el voto hispano será clave, Hillary se verá beneficiada por la rivalidad a menudo intensa que se da entre las dos minorías.

A fin de captar el voto republicano, Romney subraya su condición de conservador, lo que le ha merecido el apoyo fervoroso de sectores de la derecha. También insiste en que por haber sido un empresario exitoso sería el más apto para gobernar su país en medio de una crisis económica que hoy en día preocupa a la gente más que la amenaza terrorista o las vicisitudes de las fuerzas armadas norteamericanas en Irak y Afganistán. Así y todo, McCain, que según el multimillonario mormón es «el republicano favorito de los demócratas» e incluso «un progresista», se impuso sin demasiados problemas en Florida donde sólo los afiliados del Partido Republicano pudieron votar en la primaria. Aunque a juicio de quienes manejan el aparato republicano y de los ideólogos neoconservadores Romney es el hombre indicado para llevar la bandera de su causa, los demás entienden muy bien que en última instancia lo que está en juego es la presidencia del país más poderoso del planeta y que por lo tanto les convendría respaldar a quien tendría una posibilidad auténtica de conquistarla.

El martes próximo, cuando se celebren las primarias en 22 estados, entre ellos California y Nueva York, se aclararán muchas cosas. Se prevé que McCain logrará distanciarse aún más de Romney y se supone que Hillary hará valer su ascendiente sobre el establishment demócrata para acercarse a la nominación. Pero nada está escrito todavía. La supuesta falta de escrúpulos de «Billary» y la sensación de que el monstruo bicéfalo así llamado iría a cualquier extremo para hundir a Obama, insinuando que es en verdad un musulmán y afirmando que está vinculado con ciertos líderes negros poco recomendables, no han ayudado a quienes sueñan con una restauración clintoniana. Tan malhumorados han sido los intercambios entre los dos precandidatos demócratas que quedan en carrera, que algunos simpatizantes de Obama dicen que en el caso de que pierda su hombre votarán por McCain en noviembre.

Como es natural, los demócratas propenden a describir la situación en que Estados Unidos se encuentra en colores más oscuros que los elegidos por los republicanos, pero aun así el cuadro que pintan Obama y Clinton dista de ser tan sombrío como esperarían los convencidos de que la superpotencia está en caída libre, con su economía a punto de desmoronarse, sus ejércitos en retirada y su influencia internacional virtualmente nula. Aunque son conscientes de que la era de supremacía indiscutida puede estar aproximándose a su fin y que por lo tanto será necesario adaptarse a las exigencias de un mundo multipolar en que gigantes como China y la India desempeñen papeles relevantes, Obama y Clinton no hablan como si a su país le aguardara una hecatombe. Por el contrario, dan a entender que es cuestión de recuperar lo que suponen son las virtudes tradicionales norteamericanas.

De forma menos dubitativa, McCain y Romney comparten la misma actitud. Cuando de cuestiones militares se trata, McCain es un duro. Siempre respaldó la guerra en Irak y cuando no era nada popular hacerlo impulsó la estrategia, basada en el incremento de tropas, que en los meses últimos ha contribuido a una reducción notable de la cantidad de atentados sanguinarios en Bagdad y otras ciudades. Al difundirse la impresión de que, gracias a dicho incremento y a la alianza que se ha entablado con tribus sunnitas horrorizadas por las atrocidades cometidas por los islamistas de «Al Qaeda en Irak» contra musulmanes juzgados tibios, aún es factible que Irak se convierta en una democracia que con toda seguridad sería imperfecta pero que así y todo resultaría mejor que cualquier alternativa, McCain ha adquirido la reputación de ser la clase de líder que Estados Unidos necesita.

La palabra que usan más los comentaristas norteamericanos, incluyendo a los emotivamente comprometidos con los demócratas, cuando aluden a McCain es «honor». Lo creen un hombre recto que a diferencia de Romney y Clinton -pero no tanto de Obama- se resiste a modificar su actitud para que refleje mejor lo que conforme a las encuestas de opinión piensa la mayoría de sus compatriotas. Su fama de ser rebelde deriva de su oposición tenaz a las violaciones de los derechos humanos, a la naturaleza extrajudicial de la cárcel militar de Guantánamo en que están recluidos combatientes enemigos capturados en Afganistán, a la histeria contra la inmigración clandestina. De resultar elegido McCain, lo más probable sería que resultara ser un presidente moderadamente conservador. Lo mismo podría decirse de Hillary Clinton. En cuanto a Obama, pocos quisieran arriesgarse formulando pronósticos ya que, si bien su retórica de campaña motiva el fervor de sus adherentes, nadie sabe muy bien qué tiene en mente cuando asegura que lo que más necesita Estados Unidos es un «cambio» .


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