Sin riesgo no hay automovilismo real

El ex campeón regional y argentino de rally señaló las diferencias que hay con las pruebas con los simuladores.

La pandemia del virus COVID-19 que asola el orbe ha provocado, entre otros efectos, que en el mundo del automovilismo deportivo surjan a la fama una legión de personas, hombres y mujeres, denominados simracers, llamados así porque practican simracing (simulated racing), es decir, hacen que una carrera de autos parezca real, no siéndolo.

La fama les viene dada por el hecho que, estando prohibido el realizar competencias automovilísticas auténticas, los organizadores de las mismas o quienes conducen las diferentes categorías del deporte se han visto en la necesidad de recurrir a esquemas virtuales masivos, en los que se actúan competencias, tratando de que las mismas se asemejen a las verdaderas con la mayor fidelidad posible.

En ese ámbito, quienes han adquirido destreza en el uso de las máquinas por medio de las cuales se simula conducir un vehículo de carreras se han destacado rápidamente, equiparándoselos desde lo mediático con los pilotos reales. Es más, en las publicidades los simracers aparecen vestidos con el equipamiento propio de quien compite en las carreras tradicionales.

Como espectáculo lo simulado es muy bueno, pero desde la esencia deportiva nunca podrá emular el automovilismo deportivo tradicional. La tecnología irá mejorando la asimilación pretendida, quizás hasta en sus más mínimos detalles, pero siempre estará ausente en lo simulado el peligro intrínseco de la velocidad real; el peligro de morir, que fue asumido por los héroes famosos (Juan Gálvez, Roberto Mouras, Jim Clark, Jochen Rindt, Ronnie Peterson, Gilles Villeneuve, Ayrton Senna, Henri Toivonen y su navegante Sergio Cresto, entre muchos otros), y también por una pléyade de ignotos, todos con una igual y valorable vida, estará ausente en el juego virtual.

Cuando el auto de carrera verdadero alcanza una velocidad a partir de la cual su conductor sabe que cualquier imponderable no será superado por su pericia sino por el azar, se amalgaman en el piloto el miedo y el placer, generando una sensación indescriptible; un shock de orgásmica adrenalina, fruto de la intensa carga emocional del momento. Ello jamás sucederá en una habitación, sobre piso inmóvil, frente a una pantalla y presionando un acelerador de un motor inexistente como el de un simulador.

Sin riesgo no hay automovilismo deportivo. La velocidad pura, aquella que tiene potencialidad para lastimar o matar a su cultor, no admite simulaciones.

Entonces, lo fingido como carreras de autos no es sino una mera actividad lúdica; respetable, por cierto, pero claramente carente de peligro, es decir, de lo principal y sustancial del deporte motor.

Por Sergio Barotto, ex campeón regional y argentino de rally.


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