Chabela, nominada al Premio para la Mujer Rural: «Me fui a Bariloche, pero el campo no se deja nunca»
Nora "Chabela" Toro es tercera generación de agricultores. Esta mujer de 68 años nació y se crió en Villa Llanquín, a 40 kilómetros de Bariloche.
«Atravesé un estado depresivo y la tierra me ha salvado«. Nora «Chabela» Toro es tercera generación de agricultores. Nació y se crió en Villa Llanquín, un paraje paradisíaco ubicado a 40 kilómetros de Bariloche, a donde decidió regresar 25 años atrás para retomar su vínculo con la tierra.
Esta mujer fue nominada por segunda vez para el Premio “Lía Encalada”, organizado por Mujeres de la Ruralidad Argentina (MRA) que homenajea a «las mujeres que transforman cada día el agro y la ruralidad con compromiso, saber y trabajo», en Santa Fe.
El reconocimiento, que lleva el nombre de Encalada (la primera mujer en recibirse de ingeniera agrónoma en la Universidad de Buenos Aires en 1927) pretende visibilizar historias de mujeres trabajadoras del ámbito rural, muchas veces invisibilizadas o relegadas en un sector aún marcado por desigualdades de género.
Siendo muy joven, Nora se radicó en Bariloche, donde nacieron sus cuatro hijos. Con 43 años decidió volver a sus raíces y hoy, 25 años después, supo que tomó el camino correcto.

«Me crié viendo a mi abuela paterna, a mi mamá y a mi papá trabajar la tierra. Es una vida muy sacrificada, pero es lo único que teníamos para sobrevivir. Hay que levantarse a las 6, y si bien a las 7 estás tomando mate, hay que darle alimento a las gallinas que nos dan el alimento principal todos los días. Con los huevos hacemos muchas cosas. Sigue el riego, los trasplantes, la limpieza de la huerta, el mantenimiento de los cercos», puntualizó Chabela, de 68 años.
Contó que su padre fue ganadero «de la familia Criado hasta que se jubiló. Después se vino al campo con mi abuelo y siguió trabajando con la ganadería. El campo no se deja nunca«.

Cuando Chabela terminó sus estudios secundarios, la directiva de su padre fue clara: o trabajaba o estudiaba. Decidió establecerse en Bariloche donde cuidaría a los hijos de la familia Criado, «los patrones de su padre». «Con 20 años, conocí al padre de mis dos primeros hijos. Pero enviudé muy joven estando embarazada. Así comenzó mi lucha sola con dos criaturas. Había que seguir«, comentó.
Sufrió una fuerte depresión, pero logró detectar que cuando trabajaba la tierra, se sentía fuerte, tranquila y en paz. «Sentía que la conexión con la tierra, me sacaba de ese estado depresivo», dijo. Entonces, le pidió a su padre un lugar en su campo para sembrar. «Se rio y me dijo: ‘¿Y cómo lo vas a hacer?’ No me tenía fe. Pero yo, en cada lugar donde viví, siempre sembré frutas para comer. Usé el aprendizaje de mis padres para sembrar. Donde viví, dejé frutos y trabajé la tierra de alguna manera«, expresó.

En su rincón en Llanquín, ubicado a 6 kilómetros de la población costeando el río Limay, Chabela está abocada principalmente a la fruta fina. Orgullosa, exhibe sus frutillas (que «ya están floreciendo»), frambuesas, arándanos, damascos, pelones, duraznos y guindas. También cultiva ajo, arvejas, habas, zanahorias, tomate, lechuga y todo tipo de aromáticas.
«Este año el clima fue terrible. Para esta época, solía tener cantidades de acelga y ahora, está muy chiquita. No hay mucho sol, ni humedad. Hay muchísimo viento«, comentó.
¿Qué se hace en estos casos? Chabela aseguró que es cuestión de esperar. Hay que tener paciencia, es su lema. «Nosotros corremos con la naturaleza. Si las heladas matan la fruta, pues no habrá fruta. Se hace otra cosa. Este año fue aún más complicado porque no nevó. Y no hay llovido nada», reconoció.

Pero el año más complejo, recordó, sin dudas fue el 2011, con la caída de la ceniza del volcán cordón Caulle Puyehue. «Tapó toda la tierra que al día de hoy, sigue compactada, pese a que la trabajé y aboné. Nunca más pude sembrar papa porque no crece. Pero al resto, le hizo bien la ceniza. Crecieron infinidad de retoños de maitenes, por ejemplo», contó con una fascinación que se traducía en el tono de su voz.
«Amo lo que hago. De otra forma, no se podría trabajar la tierra porque es muy sacrificado. Todos los días camino dos kilómetros ida y vuelta y paso, al menos, 5 horas en la huerta. A veces, me hago hasta cuatro viajes. Nunca se corta el trabajo, ni siquiera cuando el clima no ayuda. Por suerte, tengo muy buena salud», admitió. Solo la artrosis de cintura le pasa factura.

Chabella destacó que cada vez son más mujeres abocadas al agro. En su caso, vende frutas y hortalizas en la Feria Franca de Bariloche, pero sus hermanas y vecinas, por ejemplo, cultivan a modo de autosustento. «Mi abuela fue todo un ejemplo. Y todo era muy distinto: en su época, no había mangueras ni regadores. Todo era con agua de los arroyitos y con baldes. Ahora hay más facilidades«, advirtió. Esta mujer es madre de tres varones y una mujer, pero ninguno siguió sus pasos.
¿Qué sensaciones tiene al estar en contacto con la tierra y las plantas? En esos momentos, aseguró, no piensa en nada mas. «Es todo tranquilidad. Me olvido del mundo. Solo pienso en la madre tierra», afirmó.
Respecto al premio para el que está nominada por segunda vez, planteó que «le genera una gran emoción. No solo soy yo, es un reconocimiento a todas las mujeres rurales».

"Atravesé un estado depresivo y la tierra me ha salvado". Nora "Chabela" Toro es tercera generación de agricultores. Nació y se crió en Villa Llanquín, un paraje paradisíaco ubicado a 40 kilómetros de Bariloche, a donde decidió regresar 25 años atrás para retomar su vínculo con la tierra.
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