La odisea de pobladores de Cuyín Manzano que cruzan un río a caballo para salir del aislamiento

Familias del paraje deben pasar a caballo el caudaloso río en invierno porque no tienen otra alternativa. El puente que había lo destruyó en los años 90 una crecida histórica y nunca lo volvieron a construir. La comunidad reclama desde hace 30 años por una pasarela.

La última vez que Segundo Chamorro vio el puente sobre el caudaloso río Cuyín Manzano era un niño. Lo cruzaba con frecuencia para ir desde su hogar, ubicado detrás de la loma escarpada de un cerro, hasta la escuela primaria del paraje, que funcionaba como albergue. Recorría los casi 8 kilómetros de distancia sin sobresaltos. “Me manejaba solo desde mi casa, con mi mochilita, me iba a la escuela los lunes y volvía los viernes, solito, ni un problema”, rememora, con nostalgia, montado sobre la yegua “Tormenta”.

Pero el puente no existe más. Segundo cuenta que una crecida histórica que hubo en los años noventa, en el siglo pasado, destruyó por completo la estructura. Allí, comenzó una historia de décadas de aislamiento para las familias de las poblaciones de la margen este del río Cuyín Manzano. Llevan más de tres de 30 años reclamando por un nuevo puente o una pasarela. Pero nadie responde.

Los hijos de Segundo no alcanzaron a usar el puente. La única manera que Ailín, Agustín y Valentín tienen para cruzar todos los días el río Cuyín Manzano es a caballo. Así lo hacen desde pequeños, en el paraje ubicado a unos 76 kilómetros de Bariloche.

El jueves, su padre, Segundo, los ayudó a vadear el río con dos caballos. Sobre el campo caía por momentos una tenue llovizna y hacía mucho frío.

Ailín y su hermano, Agustín, cruzan de lunes a viernes el río Cuyín Manzano como parte del viaje para ir al CPEM 91 de Villa Traful. (foto Alfredo Leiva)

Los chicos pasaron el río, que en esta época del año se ensancha y gana en profundidad. Y, después, su padre los asistió con los caballos para superar el arroyo Chamorro, que también había aumentado su caudal por las intensas lluvias.

Una vez que los tres hermanos pasaron, siguieron su camino. Todavía les quedaba un trecho de caminata hasta el punto donde esperan la combi del servicio de transporte escolar que los llevará hasta el CPEM 91 de Villa Traful, donde cursan el secundario. En invierno, la camioneta no llega hasta el arroyo Chamorro, porque el camino está muy deteriorado y el riesgo de que el transporte quede atrapado en el barro es alto.


Una travesía cotidiana


El viernes, ultimo día de clases de la semana, Cuyín Manzano amaneció pintado de blanco. Una helada intensa congeló los charcos que abundan por estos días de crudo invierno y peinó los coirones y neneos. También, las cumbres de los cerros que rodean el paraje. Las vacas y caballos pastaban mansamente al costado del camino, mientras que las ovejas lo hacían en los cuadros de los campos.

Agustín apareció a caballo en la margen este del río. Llegó solo. Comenzó a prepararse para la travesía de pasar a sus hermanos que minutos después llegaron caminando.

El rugido de la correntada no los intimida. Todas las mañanas Agustín, Ailén y Valentín tienen que cruzar a caballo el río, con sus mochilas a cuestas. Con la precaución de no mojarse. Es que en algunos sectores, el curso de agua es bastante profundo y el agua roza el vientre del animal.

Agustín cruzó primero a su hermana, que se sujeta con fuerza. “Ahora no está tan crecido, hay veces que sube mucho el río”, explica Ailín a RÍO NEGRO tras arribar a la margen oeste y bajar del caballo. El chico regresa en busca de Valentín y juntos avanzan.

“El papá se quedó hoy en la casa”, explican los chicos. “Cuando la nevada es grande no podemos ir a la escuela”, comenta Ailín.

Los hermanos siguieron su caminata por el campo silencioso. Cuando llegaron al arroyo Chamorro, Agustín ubicó el caballo cerca de una piedra para que los chicos pudieran montarse en el recado.

Apenas los cruzó, se dirigió hacia unos corrales situados en las inmediaciones. Allí, le quitó la montura y las riendas, el bozal, cabestro, freno, el fierro y el cabezal a su caballo «Muñeco”. Luego, salió corriendo para alcanzar a sus hermanos que se habían adelantado.

Agustín tiene 14 años y va a segundo. Ailín tiene 16 y cursa cuarto año y Valentín termina el secundario este año. Los tres deben hacer ese recorrido de casi 7 kilómetros de lunes a viernes para asistir a clases.

Tras atravesar a caballo el río, a los hermanos Chamorro les queda una caminata de alrededor de 2 o 3 kilómetros hasta llegar al sitio donde el transporte escolar los busca. (foto Alfredo Leiva)

Una obra necesaria


Una pasarela o un puente les facilitaría el camino. No solo a ellos. A todas las personas que viven en las poblaciones asentadas entre los cerros de la precordillera.

Del puente solo quedan vestigios. Los cimientos del hormigón agarrados a la barda de piedra en la margen este es todo lo que hay. Y los recuerdos.

Segundo rememora que a veces los pobladores utilizaban el puente como lugar de encierro de las ovejas, para facilitar la carga. Su padre, Cosme Chamorro, murió en 1991 de un infarto en ese puente, mientras cargaba animales.

El viernes por la mañana la zona de Cuyín Manzano estaba pintadas con algunos manchones blancos por una tenue nevada que había caído en la madrugada. (foto Alfredo Leiva)

Señala que el año de la crecida histórica no había forma de volver de la escuela a su casa. Cuenta que regresó en helicóptero porque era imposible cruzar el río.

Su esposa Laura Novoa también debe atravesar el río todo el tiempo, porque trabaja como auxiliar de servicio en la escuela primaria del paraje. Ella cruza a caballo con el hijo menor, Hernán, que asiste a esa primaria.


El rigor del invierno

“Este invierno no fue tanto la nieve, sino el frío. Hela hasta los huesos, escarcha mal”, indica Segundo. “Estos días atrás que vino el temporal de lluvia quedamos totalmente aislados y nos tenemos que quedar tranquilos nomás. No queda otra”, explica.

El hombre nacido y criado en plena cordillera sostuvo que la pasarela “es necesaria”. Una prioridad.

“Imaginate, acá pasa una emergencia con mi vieja, que tiene 80 años, ¿cómo la sacás a ella?”, pregunta. “En tiempo de verano, uno de mis hermanos se quebró una pierna en dos partes, ¡sabe lo que fue sacarlo en un tractor desde allá arriba con el camino como lo tenemos!”, señaló.

Entre los cerros, donde están asentadas las poblaciones, casi no hay camino. Durante años transitaron una huella carrera. “Nosotros acondicionamos a pico y pala el camino para poder transitar”, asegura el hombre.

“Recién este año pudo entrar la máquina de Parques Nacionales a acondicionarlo un poco, a ensancharlo, que lo hizo este invierno y le costó trabajo”, indica. Pero la tarea quedó “a medio hacer”. “Queremos que en verano se termine hasta mi casa, ¿pero la gente que vive más arriba?”, plantea el hombre.


Cada vez quedan menos pobladores


Señala con el brazo extendido que a 3 kilómetros de su casa viven los Varnes. “Y los Cornelio más arriba todavía”, añade. «Antes había cinco o seis poblaciones para arriba, y cada población tenía 8, 10 y hasta 15 hijos», afirma. Pero muchos se fueron, sobre todos los jóvenes, por la falta de oportunidades en el campo.

Segundo piensa que tal vez como son pocos pobladores a ningún dirigente político le interesa resolver el problema que ellos enfrentan desde hace mucho tiempo. «Cada vez que viene un político, directamente traigo la silla para escucharlo, porque parado ya me canso de esperar», ironiza.

«Ya nos han prometido muchas veces. Imaginese que ya para 30 años que venimos reclamando y no pasa nada«, asevera. «Lo que pasa es que hablando mal y pronto, la poca población que hay tal vez no les satisface a los políticos o a los gobernantes y dicen: para qué la vamos a hacer si son 2 o 3 gatos locos, pero somos seres humanos que la necesitamos», asegura.

Los chicos deben atravesar además el arroyo Chamorro que en invierno aumenta su caudal por las lluvias. (foto Alfredo Leiva)

Segundo puntualiza que ya tienen estudiado dónde quieren que se construya la pasarela. Es un lugar del río, donde abundan los sauces de ramas largas y anaranjadas. «Ahí es donde queremos hacer la pasarela por el hecho de que es un terreno que nunca cambió y es estable para ese lado. Tiene barda de piedra para este lado para los cimientos y jamás cambió el cauce siempre pasó por ahí», destaca.

Desde la margen del río no se observa la casa de Segundo. Un árbol solitario sirve para ubicarla. “Parques nos entregó la población donde habitamos ahora cuando quedó deshabitada más o menos en 1986 o 1987”, relata. Antes su familia vivía a 20 kilómetros más adentro. En el corazón de la cordillera. Allí, él nació.

Donde viven las poblaciones tampoco hay señal de celular. “Por ahí nos piden hacer una nota para enviarle a alguien (por el pedido de la pasarela) y aislados como estamos es difícil”, comenta. “Por ahí, cada cinco o seis días subo a los cerros cuando voy a ver a mis animales y trato de enganchar señal, pero tengo que tener crédito”, explica. La única forma de comunicación con las familias que están abajo, en el paraje es por handy. «Por ahí nos avisa una cosa o que la trafic viene adelantada y hay que bajar a vadear a los chicos», indica.


Las estaciones del año


El clima ya es indescifrable. Y esa incertidumbre, también complica. “Antes las estaciones estaban mucho más marcadas y los viejos te decían en tal época: muchachos los animales bájenlos, mantenganlos cerca de la casa porque en esta época siempre nieva. Hoy en día no es así”, advierte Segundo.

«Difíciles han sido siempre los inviernos. Pasa que uno se acostumbra, no lo cambia por nada. Por más difícil que sea seguís eligiendo vivir acá», asegura. Este invierno no hubo tantas nevadas como años anteriores. «Los inviernos que vienen nevadores es una odisea, tenés que manejarte con estos 4 x4 nada más. No queda otra», destaca Segundo y señala el caballo, que monta que mira de reojo el río que debe cruzar.

«Han habido inviernos nevadores que nos hemos quedado semanas enteras aislados y bueno ahí ha llegado gente de Gendarmería», valora. Explica que el acopio de forraje y fardo para los animales «se hace en época de otoño ya casi entrando al invierno. Entonces ya como para aguantar el invierno tenés una reserva, que siempre no alcanza, siempre se hace poco».

Agustín, Ailín y Valentín se despidieron de su padre y emprendieron el viaje hacia el secundario en Villa Traful, distante a unos 40 kilómetros. (foto Alfredo Leiva)

“Si sabés que hay mucha nieve en los cerros, aperate de algunas cosas porque el río en la tarde crece. Le ha pasado a mi señora salir por la mañana, un día hermoso, de calor y empezó el vientito y sabés que a la tarde el río viene como mar. Se va toda la nieve para el río”, asevera.

«Ahora es cuando está la verdadera realidad y es duro también cuando el invierno viene nevador para los animales chicos, porque en verano vienen se comen un asado, que chivito, cordero, pero esos animales hay que cuidarlos ahora en invierno», afirma. Menciona que cuando tienen una nevada intensa, «ya no anda un animal chico, tenés que llevarlo vos, porque si no se te muere».



El hombre se despide, sujeta la garrafa de gas que debe llevar a su casa y emprende el cruce del río. Dos perros lo acompañan. El más valiente se lanza al agua apenas el caballo empieza a avanzar. La corriente lo arrastra varios metros al animal que con esfuerzo logra salir hacia la orilla. El otro perro duda. Dos o tres minutos después, resuelve entrar al agua a los ladridos y con dificultad sale en la otra margen del río.

Ese sector del río es el más indicado para pasar. Segundo conoce el terreno y los movimientos del Cuyín Manzano. «Este es el paso que ahora nos da pasada buena aun estando hondo», enfatiza.

Cerca de las 20 volverá al mismo punto, en busca de sus hijos que llegarán de noche de regreso de la escuela. Allí es cuando el cruce se pone más peligroso, porque el caballo, en alguna ocasiones, pierde el equilibrio en la oscuridad. «Sabe que lo que es de noche estar tanteando para vadear el río y que se te tropiece un caballo», comenta el padre.

«Mientras tenga caballos para vadear el río con mis hijos y la posibilidad de hacerlo, lo haré. Pero ya cuando crece mucho directamente tenemos que avisar que los chicos no pueden ir a clases», explica.

“A veces te mojás bastante”, dice Ailín. Los chicos deben alumbrar el camino, con las linternas de sus celulares, sobre todo, en esas noches cerradas y sin luna llena, en este rincón de la Patagonia.


El reclamo histórico por una obra


Marisol Cañumir llegó hace 11 años a la escuela primaria de Cuyín Manzano y el reclamo para que se construya una pasarela sobre el río ya estaba instalado. Sin embargo, nadie hizo la obra.

Hoy, es la directora del establecimiento que funciona además como albergue y sostiene que las familias que viven en las poblaciones ubicadas entre los cerros enfrentan el problema de manera cotidiana.

El reclamo ha sumado solidaridad en Villa Traful, donde los docentes y directivos del CPEM 91 también solicitaron a las autoridades del Gobierno neuquino que construyan la pasarela.

El frío y las intensas heladas caracterizan este invierno, según observaron pobladores de Cuyín Manzano. (foto Alfredo Leiva)

Marisol conoce además de primera mano la situación porque Laura Novoa, la madre de Ailín, Agustín y Valentín trabaja como auxiliar de servicio en la escuela, que tiene jornada completa, porque los alumnos entran a las 9 y salen a las 17. Retomarán las clases desde el martes porque estuvieron de receso invernal.

En el caso de Hernán, que concurre al nivel inicial cruza el río a caballo con Laura, su mamá”, contó la directora. “Tenemos organizado su ingreso laboral para que coincida con el ingreso del niño. Pero en tiempos de lluvia es imposible que el niño venga a estudiar y la madre a trabajar”, señaló.

Dijo que la pasarela es “algo que están pidiendo con urgencia y desde hace muchos años para que se construya”.

“En su momento venían acá los otros hijos de Laura, que ahora van al secundario en Traful. En esos años, los chicos vivían la misma situación y a veces llegaban mojados” por el cruce del río Cuyín Manzano, que en invierno aumenta mucho su caudal. Para ellos, agregó, era “muy complicado poder llegar a la escuela”.

“Estoy hace once años y siempre fue el mismo problema. Inclusive antes de que yo llegara a la escuela ellos ya estaban pidiendo una pasarela”, destacó Marisol.

Los hermanos Chamorro regresan por la noche a su casa, pero deben superar el río primero. (Foto Alfredo Leiva)

“No es únicamente por cruzar y llegar a la escuela, sino por el hecho de las necesidades cotidianas, de salir porque tienen que viajar a hacer las compras, el tema de la alimentación a los animales”, explicó. “Es una necesidad para cualquier habitante que está del otro lado del río”, afirmó.

Los pobladores que viven en el paraje Cuyín Manzano, que no tienen el problema que enfrentan a diario las familias de las poblaciones mucho más alejadas, entienden el reclamo de sus vecinos. Y lo apoyan.


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