Solange

Lo mas certero que tenemos en nuestras vidas es que en algún momento dejaremos de existir. Llegará nuestra muerte, física si se quiere. Después todo se encierra en interrogantes, incertidumbres. Cuándo, cómo. No tienen respuesta.

Pero en el cómo, al menos, podemos poner mucho de parte de cada uno para llegar con dignidad al final. Con el cuidado general, con prevenciones al circular, siguiendo consejos médicos para cualquier enfermedad, etc. Morir sin sufrimientos es un estado con amplio consenso; y si le sumamos rodeado de afectos y con la conciencia sin reproches, llegamos a un estado ideal.

Ante lo irreversible del cuadro, Solange pretendía esto último. Partir rodeada del afecto de su madre, padre, hermano, tía. No pudo elegir las causas para dejar la vida terrenal, pero había elegido la forma de partida: rodeado de los suyos, “hasta el último suspiro…”, como escribió.

Se lo impidieron. La burocracia, los excesos de autoridad, la precariedad de medios, la vagancia para analizar casos excepcionales que deben ponerse sobre las normas generales (y excesivas, como tantas en vigencia). Por supuesto que a las normas alguien las aplica y la interpreta a su gusto y, a veces, a su estado de humor. Fundamentalistas en su máxima expresión.

Lo que ocurrió representa la deshumanización de la función pública. Es la demostración de una carencia de sentimientos y de valores solidarios, que lamentablemente forma parte de numerosas mujeres y hombres que ocupan despachos públicos o usan uniformes. Creen ser la ley y los propietarios de vidas y bienes comunes.

Solange tenía su destino marcado. Era irreversible. Pero se fue mal, sumando dolor a su alma al insoportable dolor físico, sufriendo por el sufrimiento que tenían en el camino su tía y su padre. Y esta situación es responsabilidad de ese grupo de funcionarios, que por insensibles y prepotentes no merecen ejercer una función pública. Pero aunque se vayan, el daño ya lo hicieron.

Ricardo Villar

DNI 8.377.070

Neuquén