Tecnología digital, internet y producción distribuida de la cultura
(Por Ariel Vercelli*) Hasta hace poco se creía que el ciberespacio, los mundos virtuales, los entornos digitales o las realidades virtuales (entre muchos otros conceptos) eran sólo vacuos simulacros de la realidad, construcciones ajenas y disociadas del mundo físico, material, analógico, real, urbano.
Bastaron pocos años para que la ubicuidad y penetración de las tecnologías digitales y las redes electrónicas distribuidas fueran borrando estas aparentes diferencias. Algo está cambiando rápidamente.
Las décadas del 50 y 60 significaron grandes desarrollos sobre electrónica y tecnologías digitales. Se desarrollaron tecnologías que, a diferencia de las analógicas, utilizaban codificaciones binarias (números, símbolos) discretas (limitadas a valores fijos) y discontinuas (sólo limitadas a algunos estados o bi-estables). La electrónica digital, entre otros puntos, permitió codificar la información en dos únicos estados o codificaciones binarias (verdadero/falso, positivo/negativo ó 0/1).
El desarrollo de microprocesadores permitió procesar información mediante la presencia o ausencia de electricidad en los circuitos electrónicos. A su vez, la computación electrónica digital favoreció el desarrollo de redes electrónicas.
Es decir, un conjunto de computadoras interconectadas (puntos, nodos) por algún medio físico que, operadas a través de un software (o programa de computación), pueden lograr comunicarse con otras computadoras que están distribuidas espacialmente.
Las redes electrónicas se expandieron masivamente a mediados de los años 80 y principios de los 90 gracias al desarrollo y comercialización de las computadoras personales.
Esto generó la posibilidad de que se sumen usuarios-finales hogareños a estas redes y que ésta se expanda a nivel mundial.
La articulación entre las tecnologías digitales, las redes electrónicas y la posibilidad de que usuarios-finales puedan sumarse a la red generó lo que hoy se conoce como Internet.
El crecimiento y estado actual de Internet no fue diseñado por ninguna persona física, corporación comercial o Estado. Es un emergente, una resultante de desarrollos incrementales, luchas, tensiones y negociaciones de los diferentes grupos sociales que la construyeron.
El crecimiento de Internet puede explicarse a través de su arquitectura. Internet todavía es una red distribuida, abierta, de pares y basada en la producción colaborativa (principio E2E, de extremo a extremo).
Las tecnologías digitales y la expansión de Internet contribuyeron a producir un fuerte aumento en las capacidades de los usuarios-finales.
También favorecieron un aumento sin precedentes en las capacidades de producir valor intelectual de una forma distribuida, de acceder y disponer de la cultura, de crear, copiar, compartir, producir, comunicar al público y comercializar obras intelectuales a nivel global.
Así, con mayor o menor originalidad, todos pasaron a ser autores / creadores de obras intelectuales, las que a su vez comenzaron a producirse directamente en formatos digitales, lo que favoreció las copias sin pérdida de calidad ni costos adicionales y su transporte hacia todo tipo de soportes distribuidos y portátiles.
En poco más de tres décadas, Internet se transformó en una gigantesca red de millones de soportes (discos rígidos de computadoras, teléfonos móviles, servidores, etcétera) de obras intelectuales distribuidos e interconectados a nivel global.
Por su especial arquitectura política Internet se desarrolló más como un medio de producción de todo tipo de obras intelectuales distribuido, colaborativo y entre pares que como un canal centralizado de distribución y comercialización en manos de las corporaciones comerciales de las industrias culturales.
Hace varios años que tanto la gestión de las culturas como la de sus industrias a nivel global están cambiando súbita, radical y profundamente.
Conceptos como los de cultura digital, cibercultura o e-cultura también parecen haber perdido su capacidad explicativa. Hasta hace unos años podían caracterizar procesos culturales específicos y dar cuenta de subculturas emergentes.
Sin embargo, hoy parece difícil pensar que la cultura ya no es digital o vaya a serlo en algunos de sus procesos de producción o reproducción.
En este sentido, ¿es posible seguir hablando de cultura digital? ¿No sería redundante y anacrónico?
A nivel global las tecnologías y redes digitales son masivas, capilares y ubicuas desde hace bastante tiempo. Es muy importante entender que estas tecnologías ya modelan, diseñan y regulan la mayoría de las actividades cotidianas.
La cultura es una de estas actividades, tal vez una de las más importantes. Es necesario que la gestión de la cultura y de sus diferentes industrias tomen un lugar central y estratégico dentro de las agendas digitales de Argentina y los países de la región.
*: Presidente de Bienes Comunes AC e Investigador del CONICET
(Télam).-
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