¿Todos somos Charlie?

Salvo los extremistas pertenecientes a las organizaciones terroristas Al Qaeda y EI, la inefable decana platense Florencia Saintout y, es de presumir, Hebe de Bonafini, la gran mayoría del mundo ha condenado el violento atentado que les costó la vida a varios periodistas del semanario satírico francés “Charlie Hebdo” y su secuela con clientes que hacían sus compras en un mercado parisino, tomados como rehenes y luego asesinados.

No existe, en cambio, la misma unanimidad cuando se trata de juzgar las irreverencias satíricas, incluidas las caricaturas de Mahoma y su presunta provocación a los fieles del islamismo. Se trata de una cuestión esencial. Según algunas voces críticas, “Charlie Hebdo” sobrepasó los límites de lo razonable y su desprecio por las creencias musulmanas debe ser censurado, aunque se mantenga claramente la condena por los asesinatos.

La cuestión relativa al respeto por las creencias religiosas y la veda a la irreverencia periodística no se limita al islamismo, aunque en la actualidad sea, entre las confesiones dominantes, la más intolerante y propensa a la violencia. En la larga historia del periodismo, la religión -considerada como zona intangible y vedada a la crítica- recién pudo ser cuestionada en el siglo pasado en las mismas sociedades que hoy constituyen el escenario de protestas multitudinarias en su favor.

En Buenos Aires, hace unos pocos años se prohibió una exposición del artista plástico León Ferrari, cuya representación de figuras y símbolos religiosos fue considerada agraviante por las autoridades de la Iglesia Católica.

A mediados del siglo pasado, una encuesta realizada en Estados Unidos a nivel nacional reveló que el 90% de los consultados reivindicaba la libertad de expresión. Sin embargo, el 37% opinaba que esa libertad no debía ser respetada si era crítica de la religión.

Algunas décadas antes, en 1925, la policía de Dayton, Tennessee, detuvo al profesor de nivel secundario John Scopes por violar la ley del estado que prohibía la enseñanza de la ley de la evolución de las especies de Darwin, que contradecía y contradice las enseñanzas bíblicas sobre la creación. Scopes fue sometido a juicio y condenado como culpable por el jurado.

Su historia conmocionó a la sociedad norteamericana y años después, en plena época del macarthismo, se hizo del caso una obra de teatro sumamente exitosa, “Heredarás el viento”, convertida en 1960 en una película símbolo de la libertad de ideas y de crítica hacia la intolerancia del pasado y de aquel presente.

El punto hoy es si John Scopes debía abstenerse de enseñar una teoría que era ofensiva para la mayoría de las personas religiosas de su país.

La libertad de expresión se pone en juego en los casos límite, aquellos en los que compite con otros principios que tienen también valor en la sociedad.

El caso más resonante es el de Hustler v. Falwell.

“Hustler” es una revista pornográfica que se hizo famosa cuando publicó la foto de Jacqueline Onassis, viuda de Kennedy, desnuda en una playa griega.

Falwell, además de ministro religioso, era un hombre público ampliamente conocido por sus opiniones en los medios televisivos.

En noviembre de 1983, “Hustler” publicó una parodia de un aviso publicitario donde relataba que el obispo Falwell en “su primera vez” había tenido un encuentro incestuoso con su madre en la letrina, en estado de ebriedad. Al pie de la página, en letras pequeñas, el aviso aclaraba: “Parodia publicitaria. No debe interpretarse seriamente”.

El obispo demandó a la revista y el caso llegó a la Corte Suprema de Estados Unidos, que falló a favor de la revista fundada en que dichas expresiones no podrían razonablemente haberse interpretado como afirmaciones reales, sino como opiniones protegidas por la primera enmienda. La parodia sugería que el obispo Falwell actuaba como un hipócrita que predicaba en estado de ebriedad.

“El hecho de que la sociedad considere que un determinado discurso es ofensivo no resulta razón suficiente para suprimirlo. De hecho, si lo que ofende es la opinión de quien lo expresa, esa consecuencia es una razón para brindarle protección constitucional”. La interpretación contraria permitiría que un jurado determinara una responsabilidad en función de sus gustos o quizá según el desagrado que le causara una expresión en particular.

“La primera enmienda no reconoce la existencia de ideas falsas… cuando se toma conciencia de que el tiempo ha conciliado muchas posturas encontradas… el mejor camino para alcanzar el bien último es el libre intercambio de ideas”.

“Charlie Hebdo” usaba la sátira y la caricatura como forma de ejercer su crítica hacia el fanatismo religioso. Su audacia consistía en desafiar una cultura intolerante, poniendo en valor algo que es inherente a las sociedades abiertas, la libre expresión del pensamiento.

Y por eso será recordado.

Julio Rajneri


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