Tres guerreros entre las patadas y el drama familiar

“Warrior” de Gavin O’Connor se distancia de los típicos filmes de lucha y acción mediante escenas de profundo dramatismo. Fuera de las patadas, se encuentra el gran Nick Nolte como un padre que quiere recuperar a sus hijos adultos y ya distantes. Con las actuaciones del ascendente Tom Hardy y de Joel Edgerton.

Si no fuera por un par de detalles, por una que otra escena que parece sacada de una película muy diferente, “Warrior” podría rendirle un más que obvio homenaje a su título original en inglés. Al fin de cuentas, ¿cuánta psicología y sensibilidad se le puede exigir a un filme bautizado “Warrior”? Sin embargo, las tiene. En cuotas homeopáticas pero están. Uno las puede encontrar en los momentos más inusitados. En las circunstancias más extrañas. “Warrior” no es una película que respete los códigos del cine más solemne. Si tiene que golpear bajo y fuerte lo hace. Y ahí se queda el espectador, confundido con un súbito dolor entre las piernas. En “Warrior” uno encontrará tantos golpes de puño y patadas como golpes emocionales. Su director, Gavin O’Connor, se guarda poco en el bolsillo. La historia es básica y hasta cierto punto no más exótica que la vida misma. Tommy (Tom Hardy) y Brendan (Joel Edgerton) son peleadores profesionales. O más o menos. Ambos talentosos aunque con sus diferencias de estilo. El primero es una demoledora, un ser poderoso e implacable. El otro gana sus combates con maña, con inteligencia y una determinación suicida. Tienen detrás a su padre, Paddy (Nick Nolte), un ex marine y entrenador con un pasado regado de violencia familiar y alcohol. Como es de esperar la relación de los chicos con su progenitor es en el mejor de los casos lamentable y, en el peor, patética. Pero a no llorar en vano estimado espectador. Todavía hay una oportunidad para este trío de malditos. Y el oro en el horizonte surge en la forma de un campeonato de estilo libre en el cual participan ambos hermanos. Sucede lo que tiene que suceder, pero en el medio, pues, ocurre lo diferente. Uno puede llegar a percibir que Gavin O’Connor no se privó de tomar elementos sensibles de “El Campeón” (1979) de Franco Zeffirelli, notablemente bien actuada por Jon Voight, quien, dicho sea de paso, guarda un parecido con Joel Edgerton. Por si alguien no recuerda la trama de “El Campeón”, este filme cuenta la historia de un boxeador ya en el retiro que insiste en pararse arriba del ring para ofrecer un último espectáculo pugilístico. El final ha sido considerado como el más triste de la historia del cine. Ni hablar, es un cierre a puro llanto. “Warrior” le brinda tributo tanto a “El Campeón” como a “El luchador”, de Darren Aronofsky, protagonizado por Mickey Rourke. Con la diferencia sustancial de que “Warrior” es, primero y principal, un filme de acción, es decir de pelea. Esas verdaderas perlas que iluminan al filme de un modo tan particular que podrían mover en su “video amigo” a “Warrior” de la sección “Lucha” a la de “Drama”, tienen la impronta de Nick Nolte. Nolte como el padre omnipresente y bestial que encuentra su redención en la Biblia y los grupos de alcohólicos anónimos. El entrenador sabio y retirado. El hombre que ama a sus hijos y que a esta altura sólo desea verlos más seguido. No es casual que haya sido nominado en los Oscar como mejor actor de reparto. Los “momentos” de Nolte en “Warrior” justifican a la película en cualquiera de sus formas. El resto es golpe y patada filmados con talento. Cuerpos esculpidos a base esfuerzo que subrayan esta época obsesionada por el tono muscular.

Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar

Video

Drive. “Drive” es una de esas películas que prometen mucho en sus primeros 20 minutos y luego se pinchan. Ni si quiera la presencia de una estrella como Ryan Gosling logra salvar de su propio ocaso, de su suicido logrado, a este filme de Nicolas Winding Refn. Uno llega a sospechar que el guionista la escribió en dos momentos, el segundo de ellos con resaca. Sin embargo, esos primeros 20 minutos, esos en los que un conductor genial esquiva a la policía y compromete sus acciones a un código tan efectivo como estricto, son realmente muy buenos. Hace pensar un poco en “El camino del samurai” de Jim Jarmush. Pero ése ya es otro cuento. Un filme con excelentes persecuciones que también merece ser recordado.

El fantástico Sr. Zorro. Solía decirse: “Una película para toda la familia”. “El fantástico Sr. Zorro” es eso, pero no para “cualquier familia”. Porque aunque se trata de un filme animado, su trama, su desarrollo y su concepción estética y ética la instalan en una categoría distinta. No se podía esperar otra cosa de un director como Wes Anderson (“Los excéntricos Tenenbaum”). Las épocas de ladrón de poca monta del Sr. Zorro han quedado atrás y ahora debe arreglárselas con un trabajo normal, como escribir una columna en un diario. Su nuevo hogar queda enfrente de las propiedades de tres tipos ricos y poco amigables. Por un minuto el espíritu salvaje vuelve a Sr. Zorro y los problemas comienzan a multiplicarse. Divertida. Extraña.

El Dorado. Quien vio “El Dorado” también vio el otro clásico, anterior, de Howard Hawks, “Río Bravo”. Lo curioso, lo divertido y lo anecdótico es que ambas películas fueron hechas con el mismo molde. Como sea, ambos filmes constituyen clásicos del western. Hawks compuso así una trilogía que se resolvió con “Río Lobo” (1970). Aquí la historia es más o menos la que todos recuerdan: un pistolero con alma de sabio, un sheriff borracho con un ayudante bufón, un joven talentoso e independiente, un malo malísimo de turno y una banda de asesinos. John Wayne se encuentra en el momento más alto de su carrera. También con Robert Mitchum y un joven James Caan.


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