Turistas pendientes del dólar

Néstor O. Scibona

En estas semanas previas a las vacaciones de invierno, la peatonal calle Florida es un hervidero dentro el congestionado centro porteño. Y no sólo porque el gobierno de Mauricio Macri todavía no concluyó en varias cuadras las obras de remodelación de veredas y desagües que inició antes de la última Navidad. También porque, en medio de los trabajos inconclusos, reaparecieron en todo su esplendor decenas de “arbolitos” encargados de comprar o vender dólares, reales o euros sin preocuparse por su origen, como ahora lo hará la AFIP con el nuevo blanqueo de capitales. Para porteños o turistas, locales o extranjeros, el espectáculo no deja de llamar la atención. A plena luz del día es imposible caminar una cuadra sin escuchar a hombres o mujeres voceando el clásico “cambio, cambio, casa de cambio” sin ningún disimulo. Lo mismo ocurre en Lavalle, la otra peatonal, la avenida Corrientes y en las cercanías de la plaza San Martín. Pero más llamativo resulta que, aunque viene declinando el arribo de turistas extranjeros, no son pocos los que se animan a cambiar dólares por 8,40 pesos cada uno, mientras las pizarras de agencias de cambio cercanas muestran la cotización oficial de 5,30 pesos. O sea que quienes concretan estas transacciones clandestinas obtienen a su favor una diferencia del orden del 60%. En estas condiciones, los precios argentinos les resultan muy baratos ya que la brecha cambiaria los cubre de la inflación. Lo contrario ocurre si pagan con tarjeta de crédito, donde los precios en pesos se convierten a dólares al tipo de cambio oficial. Para citar un ejemplo, un par de zapatos de 600 pesos cuesta 113 dólares si el comprador extranjero paga con tarjeta y se reduce a 72 en dólares a precio blue. Por supuesto que esas diferencias a favor eran aún mayores a comienzos de mayo, cuando el dólar blue cruzó la barrera de los 10 pesos (llegó a cotizar a $10,45) y la brecha con el oficial trepó a 100%. También eran mayores las ganancias de los “arbolitos” y de los cambistas que los abastecen de pesos o moneda extranjera para cada transacción. De ahí que el gobierno de Cristina Kirchner dejara de ningunear al mercado paralelo y decidiera intervenir para bajar las cotizaciones y la brecha cambiaria que, cuanto más alta resulta, alimenta otras distorsiones macroeconómicas como la fuga de capitales a través de la sobrefacturación de importaciones o la subfacturación de exportaciones. Aunque lo logró con relativo éxito –el blue bajó casi dos pesos en un mes y dejó de aparecer en las tapas de los diarios– una brecha de 60% (similar a la de fines de marzo), es demasiado alta para evitar trastornos en la economía. De hecho, incentiva a los turistas extranjeros a correr el riesgo de cambiar sus monedas en el mercado ilegal, con lo cual esos dólares no ingresan a las reservas del Banco Central. Y éstas siguen declinando, entre otros motivos porque aumentó espectacularmente el gasto con tarjeta de crédito de los argentinos que viajan al exterior (e incluso pueden pagar los pasajes en pesos y cuotas sin interés). Aun con el recargo impositivo del 20% aplicado hace un par de meses, el “dólar turista” equivalente a $6,36, resulta 25% más barato que comprar dólares en el mercado paralelo, opción obligada desde que se impuso el cepo cambiario con las contadas excepciones permitidas por la AFIP. Para frenar ese drenaje de divisas, también se restringió al máximo la posibilidad de extraer dólares de cajeros automáticos en el exterior (como adelanto de efectivo) y que, al canjearse al regreso por más pesos en el mercado paralelo, abarataban los gastos de viaje. Ahora los topes se redujeron a 50 dólares por mes en países limítrofes y a 800 en los no limítrofes. Esta sucesión de controles desemboca en una situación paradójica: los turistas extranjeros tienden a cambiar sus dólares en el mercado ilegal para bajar sus gastos mientras que, con el mismo propósito, los viajeros argentinos buscan cualquier resquicio para obtenerlos en el mercado oficial (aún con recargos). En ambos casos el que pierde (reservas) es el Banco Central. Sin embargo, el saldo más lamentable de todo este entramado de retraso cambiario no reconocido oficialmente y su correlato de restricciones y contradicciones, es que la Argentina ha perdido el superávit de la balanza comercial del sector turismo, que había mantenido firme desde el 2003 hasta el 2011. Según datos del Indec, ese saldo favorable se transformó en un déficit de casi 90 millones de dólares en el 2012 y acaba de elevarse a 223 millones sólo en los primeros cuatro meses del 2013. Este resultado es consecuencia de que en el primer cuatrimestre de este año cayó 15% el arribo de turistas extranjeros (que en el caso de los brasileños se duplica a 30%), mientras que subió 6,5% el número de argentinos que viajaron a otros países. En números redondos, en ese período ingresaron algo más de 800.000 visitantes pero salieron del país unos 980.000 residentes argentinos; o sea casi 200.000 más que los extranjeros que vinieron. Con respecto al mismo período de 2012, los visitantes gastaron 20,5% menos (911 millones de dólares) y los locales redujeron apenas 1,85% sus gastos en el exterior (1.100 millones) sin incluir, obviamente, las transacciones en el mercado paralelo. Aunque una ínfima minoría de turistas extranjeros se anime cada más a operar con “arbolitos” u otras vías clandestinas, la realidad indica que en su gran mayoría están habituados a pagar con tarjeta de crédito y por lo tanto la Argentina les resulta cara en dólares comparada con otros destinos. Si a ello se suma el menor flujo desde el exterior, el sector turístico argentino se enfrenta así a un serio problema de competitividad, como ocurre con otras actividades económicas. Nadie elige un destino más caro porque sí; y menos cuando tiene la posibilidad de comparar precios, tarifas y ofertas en tiempo real a través de Internet. Esto obliga a toda la cadena turística a afinar la puntería a la hora de captar clientes. Quizás una de las posibilidades de contrarrestar este efecto sea aprovechar el flujo de turismo interno que se moviliza en las vacaciones de invierno, ya que quienes atesoraron dólares en los últimos tiempos han hecho una importante diferencia en pesos (45% sólo en los últimos doce meses). Pero también cabe la posibilidad de que los mantengan como ahorro, si perciben que la actual meseta del dólar blue puede ser transitoria. Quienes razonan así tienen en cuenta que a fin de junio habrá una fuerte inyección de pesos en la economía debido al pago del medio aguinaldo y los aumentos salariales de paritarias y que en los próximos meses preelectorales el gasto público habrá de aumentar, lo mismo que la emisión monetaria para financiarlo. De ahí que nadie descarte de plano que, una vez que estén a la vista los resultados del blanqueo, el gobierno de CFK “estatice” la brecha cambiaria creando un segundo mercado oficial para dólares turísticos o financieros, que le reste demanda y oferta al paralelo.

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