Tus recuerdos

mediomundo

claudio andrade candrade@rionegro.com.ar

Perdí sus señas en el camino. Era un tipo gracioso. De voz aflautada. Vivía en una pensión y atendía una zapatería. Lo acompañaba los lunes, muy tarde, a ordenar nuevas partidas de zapatos. No sé qué fue de él. Cuándo partió ni hacia dónde. No fue mi amigo con todas las letras. Sin embargo, esa simple anécdota me permite viajar al tiempo en que escuchaba “Sometimes it Snows in April” de Prince y a toda la gente cuya imagen atraviesa esa música y esa letra. Ricardo amaba el fútbol y el rock pero se transformó en sociólogo. Me buscó en Facebook. Y ahora sé que el chico con el que bailaba hasta desmayarme canciones interpretadas en castellano por David Lee Roth, trabaja en el departamento de marketing de un banco. Una vez lo quise. Fue casi un primo para mí y su familia, mis tíos. Hace 20 años que no hablamos. O menos, si es que un mail puede considerarse una conversación. Salvador ponía en el éter a Charly García y a Sumo en las fiestas del invierno. Sus parlantes estallaban en las noches bajo cero del sur. Después marchó a estudiar filosofía o algo así, se hizo comunista o conservacionista o revolucionario (era un “algo así” definitivo). Protagonizó protestas estudiantiles, despeinó peinados a la gomina, sacó caspa rabiosa, enervó ánimos ajenos. Al final, volvió a nuestro pueblo donde hace radio y lucha por causas humanitarias. Sigue siendo un Buda de las provincias. Un iluminado. Un par de años atrás nos cruzamos en la calle y me habló del diario de Kurt Cobain, de la Fierro y de Bob Dylan. Claudia fue mi mejor amiga. Mi alma protectora en el tiempo en que yo era un frágil proyecto de hombre. Sus padres han fallecido. Sus raíces están en otro lado. Es la pareja de un cubano hermoso, Francisco. Tuvo una hija. Estudió Psicología. Vivió y sufrió para contarlo. Para inspirarme. Por una breve fracción de tiempo recuperamos horas perdidas. Vimos pasar nuestras vidas como a una liebre asustada en un camino oscuro apenas iluminado por un relámpago. La extraño mucho y tengo la incómoda sensación de que no nos volveremos a encontrar. Cristian tiene un hogar, una familia. A veces pienso en la infancia y lo veo en una bicicleta, a los saltos, con una gotita de sudor bajando por sus mejillas llenas de pecas. José Luis (su casa que siempre fue mi casa) ha luchado hasta lo increíble contra el cáncer, y casi siempre, temo preguntar por él a mi madre. Murciélago trabaja en un servicentro y es la exacta réplica del Murciélago de los 15, el que fumaba Hilton y jugaba al arco con reflejos de gato. La Caty, la chica más linda del barrio, murió en un accidente de motocicleta. Luis vive en una pensión en Valdivia. Conversamos largo y tendido en julio cuando pasó por el Valle. Iban 22 años que no sabía nada de él. Tiene un buen trabajo. Ha estado en un montón de países donde se realizan explotaciones forestales. Chacho vive en Buenos Aires. Mi estimado y respetado Chacho cósmico. Paola tampoco ha cambiado mucho. Lamentablemente dejó de tejer unos corderitos fantásticos que pensé la iban a transformar en millonaria. Goyo está demasiado lejos para que continuemos nuestras interminables y apasionadas conversaciones sobre cine. Y odio eso, que algunas de las personas que amo y respeto, se encuentren a millones de años luz. La verdad, es que no entiendo que fue de todo aquello que una vez fue. La materia, la energía luminosa que sostuve con mis manos. Entre mis 17 y mis 40 no pasaron 23 años sino 23 segundos, 23 segundos que no tengo guardados en ningún lugar. Cuando te dicen que vivas tu momento, te lo dicen en serio. Tantos rostros, tantas historias, tantas personas. De la gran mayoría he olvidado sus rostros y sus nombres. Espero que haya quien rememore a los ausentes. Que cada cual tenga seres queridos que aún los conservan grabados en sus corazones. Como yo conservo estas postales que escapan de una canción de Prince.


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