Un dominó explosivo

Desgraciadamente para la coalición occidental que optó por intervenir militarmente en Libia para ayudar a los rebeldes por motivos supuestamente humanitarios, el dictador Muammar Gaddafi dista de ser el único tirano árabe que para aferrarse al poder sería capaz de ordenar matanzas en gran escala. También podría hacerlo el sirio Bashar al Assad, pero según la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton el gobierno de Estados Unidos no tiene ninguna intención de participar de una eventual intervención en dicho país a pesar de los vínculos del régimen de Siria con grupos terroristas, su colaboración con los insurgentes que están tratando de frustrar la consolidación de la democracia en Irak y su estrecha alianza con Irán. Sin embargo, debido a las divisiones sectarias, el riesgo de que se produzca un baño de sangre en Siria es aún mayor de lo que es en Libia. La dictadura de Al Assad se basa en la minoría alauita que, en opinión de muchos sunnitas y chiítas, ni siquiera es musulmana –entre otras cosas rinde culto a la Virgen María–, de suerte que es legítimo temer que, de estallar una revolución, sus miembros serían perseguidos sin remordimiento por quienes los consideran infieles. Y, como si esto no fuera suficiente, los islamistas tienen buenos motivos para odiar a los alauitas, ya que en 1982 el padre del dictador actual, Hafez al Assad, aplastó una rebelión de la Hermandad Musulmana en Hama, demoliendo la ciudad y matando a aproximadamente 20.000 personas. Los disturbios de las últimas semanas en Siria ya han costado al menos un centenar de vidas, quizás muchas más. De agravarse la situación las muertes no tardarían en contarse por miles porque el régimen de Al Assad sencillamente no puede retroceder mucho sin poner en riesgo a todos los integrantes de la secta alauita. Como saben muy bien los cristianos, judíos y otros, los países dominados por el islam no suelen caracterizarse por la tolerancia mutua y muy pocos sienten respeto por los derechos de las minorías religiosas ajenas a menos que estén en condiciones de defenderse. Es por lo tanto comprensible que los tres millones de alauitas teman que, de caer el régimen de Al Assad, serían blanco de una ofensiva vengativa que bien podría alcanzar proporciones genocidas. Aunque Al Assad ha procurado apaciguar a los manifestantes levantando, después de casi medio siglo, el estado de emergencia y anunciando algunos cambios en el gobierno, sigue dependiendo de la lealtad de las fuerzas armadas y de la policía que, desde luego, están dominadas por su correligionarios. Lo mismo que otros países árabes, Siria se ha visto perjudicada por el aumento de los precios de los alimentos. Los esfuerzos del gobierno por impedirlo sólo han servido para brindar oportunidades a los acaparadores: según se informa, en las últimas semanas el costo de la canasta básica en Siria ha subido el 30%. Puesto que es más que probable que la situación se agrave en los próximos meses, la combinación de una lucha a favor de la democratización de una sociedad sumamente represiva con el hambre de sectores cada vez más amplios virtualmente asegura que toda la región siga agitada por mucho tiempo más sin que ningún gobierno, trátese de una dictadura o de uno auténticamente democrático, logre restaurar un mínimo de estabilidad. Para los países occidentales, los dilemas que enfrentan son difíciles. Como Hillary Clinton acaba de recordarnos, no quieren intervenir, aunque sólo fuera para defender los derechos humanos de los civiles amenazados por regímenes notoriamente crueles. Tampoco les entusiasma la idea de enviar más ayuda humanitaria porque sus propias economías ya están en apuros. Por lo demás, los europeos no tienen ningún deseo de abrir las puertas a oleadas de refugiados políticos acompañados por inmigrantes económicos, como los que ya han llegado a la isla italiana de Lampedusa. En otras circunstancias, el que el régimen sirio que tantos problemas ha ocasionado en el Líbano y otros países de Oriente Medio y que, como el aliado principal de los teócratas iraníes, plantea una amenaza a Israel parezca estar tambaleando sería considerado una noticia muy positiva, pero en las actuales la posibilidad de que la dictadura de Al Assad tenga los días contados motiva más preocupación que esperanza.


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