Un fenómeno cordobés

La singularidad de Córdoba entre las provincias argentinas viene de lejos. De su pasado colonial, del alzamiento de Liniers contra la Primera Junta, de su confesionalismo católico y su cielo poblado de torres eclesiales, de su fama y orgullo de «docta» por haber tenido la primera universidad y el Observatorio Astronómico del norteamericano Gould que trajo Sarmiento, de su filosofía reaccionaria (Nimio de Anquín), sus lujosos poetas Lugones y Capdevilla, su conservadurismo democrático (Cárcano), su radicalismo principista (Sabattini, del Castillo, Illia). Fue cuna de la Reforma Universitaria que irradió a todo el continente y sacudió a sus juventudes. Aquella raíz católica y una tradición civil esclarecida -hombres como Bermann, Garzón Maceda, Saúl Taborda- la convirtieron en algo así como un laboratorio político-cultural equilibrador del cosmopolitismo del Puerto. Medio europea y medio latinoamericana por conformación demográfica, Córdoba funcionó también en eso como una bisagra entre dos mundos.

En el último medio siglo fue varias veces noticia de tapa y letras grandes en los diarios del país. En 1955 vino desde allá el alzamiento militar que llamaron Revolución Libertadora y que nos trajo muchas cosas malas y sólo muy pocas buenas. Epicentro del posterior conflicto social, en 1969 se produjo allá el «Cordobazo», una insurrección que sacudió, como buscaba el general Lanusse, las bases de lo que denominaban la Revolución Argentina. Entre 1974 y 1982 transcurrieron en la provincia los «años de plomo» y la cruzada siniestra que comenzó el brigadier Lacabanne y remató el general Luciano Benjamín Menéndez, el de La Perla.

Pero hay un rasgo típico, aparte de la tonada, en la singularidad de los cordobeses: su gusto por la zumba, por el chiste. Hace unos años los jóvenes de una generación de intelectuales empezaron a publicar cosas divertidas del folclore ciudadano y a bromear apelando a ese rasgo provinciano idiosincrático, su sentido del humor, su «chispa». Algo que, también en broma, atribuían al cruzamiento de arcanos genes de andaluces y comechingones pero que quizá, podemos proponer, no debe ser ajeno a los siglos de censura eclesiástica y el consecuente chismorreo de la gente sobre los curas. Una revista humorística se llamaba «Jerónimo». Otra, posterior, «Hortensia». Como ejemplo, un par de chistes que recordamos de ellas. El primero: un lustrabotas se dirige a un vendedor ambulante que pregonaba «¡¡Presto barba vendo… Presto barba vendo..!!». «Che, negro, ponete de acuerdo con la barba, o la prestás o la vendés». Otro (gráfico): un linyera golpea la puerta y aparece la dueña de casa, una gorda loreta. «¿Tiene algo como para la boca?». «¿Quiere comida?». «No, si vuá queré un beso». Éstos son sólo una muestra. En internet pueden hallarse cientos de humoradas actuales bajo el rubro «humor cordobés», algunas con pie de imprenta de humoristas conocidos como el Negro Álvarez o el Cacho Buenaventura.

¿A cuento de qué viene esta historia? Resulta que en los últimos tiempos ha copado el ambiente público cordobés un personaje fuera de lo ordinario, un político con ingenio de humorista. Se llama Luis Juez, ha sido intendente de «la docta», perdió por un punto la gobernación no hace mucho y es ahora candidato a senador nacional por su partido, el Frente Cívico, aliado para junio con parte de la UCR y el partido de Carrió. Sus chistes son formidables. Referido a su poca estatura, por ejemplo, este diálogo en almuerzo televisivo: Mirtha Legrand: «¿Usted es fascista?». Luis Juez: «No, señora, enano nomás». Tan buenas son sus salidas que ya existe un género de ocurrencias que en internet figuran como «juecismos» y que hacen reír con ganas a una platea entusiasta que rebalsa ya de la provincia y se extiende por blogs en el ciberespacio.

Aunque no podemos apostar a sus virtudes porque no conocemos bien ni a él ni a los entresijos cordobeses, dado que los votos de sus paisanos parece que lo acompañan, habría que darle la bienvenida a la política nacional por la ventilación, el oxígeno que nos promete en el Congreso y en la prensa. Frente a una «clase política» aburrida y enfurruñada, frente a tanto entrecejo torvo, a tanto malhumor y un domador con látigo, nos viene de maravillas la llegada de un personaje que promete no hablar «con palabras esdrújulas como Angeloz o poner cara de enojado como Schiaretti». Que comenta que «De la Sota fue a Cuba y volvió diciendo que es revolucionario; menos mal que no fue a Disneylandia, sino hubiera vuelto diciendo que era el Ratón Mickey». O que avisa que «Si a Carlos Menem le das la mano te chorea un dedo». O previene que «Néstor Kirchner tiene menos imagen que el televisor de mi vieja» y que el susodicho «es muy parecido al riojano porque es igual de corrupto, pero tres veces más mentiroso».

Un hombre que se ríe de sí mismo y de los otros con tanto ingenio y frescura, un petiso que cuando le preguntan «¿Le gustaría ser presidente de la Nación? ¿Hasta dónde quiere llegar?» contesta, con una fluidez como la de Sancho para enhilar refranes, «Hasta el metro setenta», es un fenómeno del ingenio cordobés que merece una republicana bienvenida.

 

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Doctor en Filosofía.

HÉCTOR CIAPUSCIO


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