Una apuesta que rindió frutos
Ariel Virgil trabajaba en una pinturería industrial, por lo que tenía fluido contacto con las empresas petroleras. En noviembre del 2010 se decidió: se desvinculó del negocio de la pintura y compró dos viejas máquinas textiles en Buenos Aires. “Me di cuenta de que la proveedora más cercana de trapos rejilla estaba en Mendoza y que esto podía funcionar”, recuerda. Los comienzos fueron difíciles: había que aprender el oficio, conseguir que los proveedores se interesaran en vender a una pequeña empresa, optimizar gastos y salir a vender el producto. Y por supuesto, dejar las utilidades para más adelante y reinvertir cada peso de ganancia en incorporar capital de trabajo. “Comencé produciendo 500 kilos por mes y hoy, luego de incorporar cuatro máquinas más, despacho 7.000 kilos. El objetivo más cercano es llegar a los 10.000 kilos, para lo cual nos mudaremos a un galpón de 150 metros cuadrados, con espacio para instalar más máquinas y almacenar stock”, señaló. Cuando se le pregunta por qué decidió utilizar esas máquinas tan antiguas, aseguró que “no le sirve tener una máquina moderna y cara para sacar provecho del 10% de las utilidades que puede brindar. Es como tener una Ferrari para dar vueltas por el barrio”. Ariel mira el futuro con optimismo y cree que este año será el del definitivo despegue para la actividad petrolera. Recuerda que estuvo a punto de abandonar todo antes de comenzar, ya que el primer día de trabajo rompió 500 agujas. “Esto no es para mí –pensé–, pero la perseverancia rindió sus frutos”.
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