Una comedia que flota en las alturas

“Los amantes pasajeros” es el regreso a la comedia, esa que le puso el sello de su propio apellido al director de películas, como “Mujeres al borde de un ataque de nervios” y “La ley del deseo”. Una comedia que decididamente toma distancia de la oscuridad a la que nos había acostumbrado Pedro Almodóvar con “La piel que habito”, entre otras. Es el regreso también a los ochenta, a ese despilfarro visual, humorístico y desprejuiciado que tanto caracteriza al director manchego. El filme puede ser visto como una caricatura gay y sexual sobre aquellas viejas películas de cine catástrofe y hasta de “Y… ¿dónde está el piloto?”. En esta película un grupo de personajes variopintos vive una situación de riesgo dentro de un avión que se dirige a México DF. La indefensión ante el peligro provoca una catarsis generalizada que acaba convirtiéndose en el mejor modo de escapar de la idea de la muerte. En medio de esa situación la tripulación debe entretener a los pasajeros de primera clase –a los de la clase turista los drogó y dejó durmiendo como para demostrar que no le importan a nadie–. Para calmarlos, el plan incluye un cóctel de drogas que desata sus pulsiones sexuales y los vuelve ávidos de excesos, mientras el vuelo que supuestamente los lleva a México da vueltas en círculo hasta conseguir un aeropuerto que les permita hacer un aterrizaje forzoso. El vuelo tiene momentos para reír y disfrutar como el musical 100% gay con los azafatos que bailan una coreografía exageradamente amanerada de “I’m So Excited”, de The Ponter Sisters. Pero no todo es ochentoso, porque la España que se pinta en este nuevo filme de Almodóvar no es la del destape. Aquí, debajo de ese avión que vuela a miles de pies de altura, hay una España en crisis. Y aun desde esas alturas y desde la comedia se puede ver que allí abajo hay corrupción. Aunque sea en medio de esta comedia que no deja de ser eso: una comedia que flota en las alturas y no admite profundidad.

Los amantes pasajeros