Vañka, la evolución circense

La agrupación comenzó como un elenco de acrobacias y con los años afianzó su lado creativo y su tarea social y docente.

Cleopatra y Marco Antonio, Lennon y Yoko Ono, Poe y Virginia, Juan Domingo y Eva. No parece ser casual que los hechos más importantes de la cultura hayan empezado con una historia de amor. Tal vez sin saber esto, el ruso Vitalyi Chersunov, que en 1998 era integrante del Circo de Moscú, vino a conocer Neuquén, se enamoró de una neuquina, y ya no pudo irse.

La frase dice que todo el que prueba las aguas del Limay se queda en estas tierras. En este caso no fue del todo atinada, y años después El Ruso abandonaría el país, embarcado en el Cirque Du Soleil. Sin embargo, una de las creaciones que dejó en este continente, el elenco de acrobacias circense Vañka, cobró vida y ahora tiene su propio espacio.

Cuando llegó al país ya se estaba desplomando la URSS, tras décadas de un régimen que ya no reflejaba la realidad capitalista que imperaba. En el país la ebullición social crecía y ya no se podía contener la crisis que, poco tiempo después, terminaría representada en lo que hoy es un triste recuerdo que sobrevuela el presente.

Roque Palomeque es uno de los integrantes más antiguos que hoy conserva este elenco, y cuenta que desde enero están ocupando su nuevo espacio, en la calle Independencia. “Durante 14 años nuestra casa fue el CPEM 42”, relata. “Pese a que tenemos un muy buen trato, las condiciones allá no eran las mejores, y además teníamos que tener mucho cuidado, cuidar mucho todo”, reveló.

Ahora se acercan cada vez más a ser un Centro Cultural, y apuntan a un modelo de gestión autosustentable. Carmela Landaeta, Giselle Gurruchaga, Isidro Grison, Fernando Ibarra, Nicolás Dolce y Roque, son el sustento que mantiene vivo este colectivo que, además, tiene su pata social, con “Circonfluencia”. Una organización civil que da clases en los barrios, escuelas y centros comunitarios. “Estamos mucho más cómodos, y además ahora abrimos más parte del día, antes era solo cuando terminaba la actividad escolar”, comparó.

Si bien Vañka llena el corazón, por ahora no llena la heladera de estos jóvenes, que en su mayoría tienen otros empleos y profesiones para pagar sus cuentas. Abogados, contadores, profesores de educación física y artistas callejeros sueñan con vivir de la actividad cultural y que el círculo cierre para todos. Mientras tanto, con mucha garra y pulmón sostienen a diario las actividades y suman cada vez más talleres.

Desde el éxito de “’Un pedacito de cielo’, la obra que volvió a ponernos en el escenario, y luego de ‘Sobrevuelo’, un espectáculo interdisciplinario que también tuvo mucha repercusión”, este año volverán a presentar algo de lo que hacen.

“Vamos a estrenar un espectáculo pequeño del nuevo Vañka en la región. Todavía no tiene nombre y es algo ‘chiquito’ sin guión, es el reflejo de nuestras actividades de todos los días”, anuncia Roque. Será en el comedor y merendero El Trébol, en el barrio Martín Fierro de Cipolletti. También en Piedra del Águila, para un evento del Día del Niño.

Vañka, según les explicó Vitalyi, es uno de esos muñecos o pelotas que uno golpea y siempre se vuelven a levantar. “Pasaron tantos altos y bajos, siempre al grupo lo golpeaban y se volvía a levantar. Tenía un poco que ver con la crisis, con lo difícil que es mantener el grupo sin subsidios ni apoyo estatal”, consideró.

Los talleres

Actualmente, en su edificio de Independencia 1938 dictan numerosos talleres: tela, trapecio, el central de acrobacia circense, parada de manos y elongación, ninjutsu, pole dance, acroyoga, malabares, educación física infantil (para chicos de 8 a 14 años y con perfil lúdico). En total son cerca de 100 alumnos y poco más de 20 profesores.

Los precios son accesibles.

Se lo extraña al Ruso

Roque se dedicaba al karate, poco antes de conocer a Vitalyi. Había ganado varios torneos y de repente lo convocaron para viajar al Brasil, adonde participaría del Mundial de Artes Marciales. “Necesitaba complejidad, y me recomendaron que haga acrobacias, por eso le pedí ayuda a mi primo, Sebastián Martínez, que participaba en Vañka”, revivió.

“Así fue que lo conocí al Ruso y la pasión por la acrobacia fue creciendo, tanto que terminé dejando el karate, no viajé al Brasil y nunca más me fui”.

“Era una persona muy buena, que nos quería mucho”, expresa. “Un tipo afectivo, bajito, ojos claros, la típica cara de ruso, y muy trabado para hablar”, así lo recuerda Roque.

“Hablaba como si fuera un cavernícola: ‘Ponte zapatillas y vete casa”, se ríe. “La verdad es que lo extraño mucho, nos encantaría que vuelva y que trabaje acá con nosotros”, anheló.

Vitalyi nació en Bielorrusia, en febrero de 1971. Por ese entonces todavía existía la URSS, y los años de la Perestroika marcaron su juventud. Desde que empezó la escuela primaria entrenó para ser acróbata.

En números

20
profesores dictan 11 talleres que actualmente tienen
100
alumnos toman clases en esta academia

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