Vida y muerte de un «operador» de un campo del terror

Fue una sorpresa. Hacía 20 días que el hombre, en una larga charla, confirmó a "Río Negro" que había sido uno de los "operadores" de un campo de tortura y muerte de la dictadura. Cuando se lo llamó para un nuevo encuentro, su ex esposa dijo que había muerto. Se llamaba Víctor Carlos Gard, vivía en San Martín de los Andes. Fue custodio de Lorenzo Miguel, miembro de la banda de Aníbal Gordon y colaborador de Raúl Guglielminetti.

El 3 de setiembre último la página necrológica de este diario informó sobre el deceso del vecino de San Martín de los Andes Víctor Carlos Gard.

Sorprendía que la noticia no diera la fecha, pero de todas maneras decía que los familiares participaban el fallecimiento y que la inhumación se haría ese mismo día a las 11 en el cementerio de la ciudad.

Fue llamativo también que el certificado de defunción consignara que la muerte se había producido «por causas desconocidas». Pero no lo fue para la justicia, que se abstuvo de intervenir, y no había otra circunstancia a la vista que sacara al acontecimiento de lo estrictamente privado.

Sin embargo, sí las había, y de sobra, a poco que se profundizara en la biografía de ese conocido vecino de la ciudad designada por la intendenta Luz Sapag como «zona no nuclear a favor de la vida y de la paz».

Gard fue uno de los operadores del centro clandestino de operaciones del Plan Cóndor que funcionó en Buenos Aires durante el segundo semestre de 1976. Se lo conoce por el nombre de una concesionaria de automóviles, Automotores Orletti, que funcionaba en el lugar.

Poco antes de morir, Gard lo admitió a «Río Negro».

Todo comienza en la UOM

Casi todo lo que uno debe saber de Víctor Gard está en el libro «Buenos muchachos», de Carlos Juvenal, una investigación sobre «la industria del secuestro en la Argentina» que editó Planeta en 1994. La historia se inicia en la Unión Obrera Metalúrgica.

Gard fue, en funciones de custodio, uno de los integrantes de la seguridad del gremio que encabeza Lorenzo Miguel desde hace 30 años. Ya entonces sus compañías eran poco recomendables, y lo fueron mucho más después. En una introducción que titula «están entre nosotros», Juvenal menciona a Gard junto a Raúl Guglielminetti y Aníbal Gordon.

En 1984, ya presidente Raúl Alfonsín, el subsecretario de la Presidencia, Dante Giadone, contrató a Guglielminetti -o «mayor Guastavino»- para que organizara un grupo de inteligencia y le asignó oficinas muy cerca de la Casa Rosada, en Alem 218.

Guglielminetti llevó allí a Juan Carlos del Cerro, «Colores», un torturador de larga fama, y a Gard. De éste el libro dice que era amigo de César Enciso, secuaz de Aníbal Gordon y también custodio de Lorenzo Miguel.

En julio de 1975 Enciso fue baleado en un departamento de Barrio Norte que le prestaba Gard. Pero sobrevivió, y quienes lo atacaron pagaron meses después.

La esposa de uno de los asesinados en el ajuste de cuentas, Eduardo Fromigué, identificó a Gard entre los integrantes de la banda agresora, cuyo jefe era Aníbal Gordon.

El grupo de Alem 218 fue disuelto cuando el gobierno conoció la currícula de la estrella contratada. Pero el vínculo profesional continuó en Centroamérica, donde Guglielminetti llevó a un nutrido grupo de expertos en «guerra irregular» entre los que estaba Gard y también Juan Antonio Ciga Correa, uno de los autores del atentado en Buenos Aires que costó la vida al general chileno Carlos Prats.

Con Gordon

Si, como se sospecha, Víctor García era un nombre que encubría a Víctor Gard, entonces éste formó parte de la banda que, con Aníbal Gordon como jefe operativo y varios militares por encima suyo, secuestró en junio de 1977 al agente de bolsa Pedro León Zavalía.

Cuando, un mes después, los secuestradores intentaban cobrar el rescate intervino la policía y arruinó el negocio. Un detenido, Carlos Martínez Ruiz, dio los nombres de los integrantes de la banda, García/Gard entre ellos, y también Enciso.

En el encuentro que tuvo con este periodista, Gard dijo que a partir de ese año, 1977, comenzó a viajar a San Martín para practicar el deporte de la caza, ya no de seres humanos sino de animales.

Dijo que uno de sus compañeros de cacería era Rodolfo Galimberti, y «el campo» que frecuentaba era la estancia Collón Cura.

Dio a entender que poco tiempo después de esas primeras incursiones se estableció en San Martín. Su socio en un taller de tornería le hacía trabajos antes de 1984 para una carpintería. En su Libreta de Enrolamiento figura que fijó domicilio en Fosbery 943 de esa ciudad el 28 de febrero de 1989.

Antes, en el segundo semestre de 1976, su actividad distaba de esos inocentes oficios: era un integrante del grupo de tareas de Automotores Orletti, un campo de concentración por donde pasaron, según el mismo Gard, unos mil secuestrados en solo seis meses. Uno de sus jefes fue allí el entonces capitán Eduardo Cabanillas, «una buena persona» a juicio de Gard.

Gard en Orletti

«Río Negro» habló extensamente con él un mes antes de su fallecimiento.

Con los 59 años que dijo tener Gard se presentó a la entrevista vestido sobriamente. Gordo, de físico corpulento pero algo vencido, pelo escaso y blanqueando, bigote, una boina negra en la cabeza.

Explicó que en Orletti funcionaba un grupo de la SIDE -en su lenguaje, «la secretaría»- cuyo objetivo principal era una «Junta de Coordinación Revolucionaria» (JCR), que nucleaba a las principales organizaciones guerrilleras del Cono Sur.

No tuvo inconveniente alguno en reconocer que secuestraban y torturaban, aunque no admitió explícitamente que asesinaban. Los extranjeros eran remitidos a sus países, mediante una conexión entre los servicios de informaciones como la DINA de Chile y el SID uruguayo, éste a cargo del general Amaury Prantl.

Negó haber participado en la entrega de personas al SID, y si admitió que había viajado a Uruguay varias veces, lo hizo «para pasear».

A los nacionales que «no tenían nada que ver con la subversión» los dejaban ir. Ejemplificó con el caso de la mujer de un primo hermano suyo, un desaparecido de apellido Antokoletz. Pero no dijo qué hacían con los que sí tenían que ver, que podían ser todos los complicados en «la subversión de valores» que Videla condenó al precisar los objetivos del Proceso.

Y no explicó cómo se las arreglaban para garantizar el silencio de los inocentes que habían secuestrado por las dudas.

Aclaró que él era un «inorgánico» de la SIDE. Otros como su amigo Eduardo Ruffo, un ladrón de bebés, eran orgánicos. Había también militares. Allí conoció al entonces capitán Cabanillas, «una buena persona».

Desmemoriado, Gard no pudo recordar a algunos desaparecidos por quienes le preguntó este periodista.

Exageró al decir que «unos cinco mil» secuestrados habían pasado por Orletti en el semestre durante el cual funcionó. Parecía mucho, de modo que redujo la cifra a mil. Como tenían capacidad para albergar a no más de 40, debían moverse rápido, señaló, con las «altas y bajas».

Renuente en un principio, Gard se manifestó dispuesto sobre el final de la charla a conseguir más información.

Cuando se le preguntó sobre si podría hablar con Ruffo dudó primero, porque según dijo el descubrimiento de que se había apropiado de la menor Carla Rutila Arlés había provocado una ruptura del vínculo que tenía con la SIDE y su consiguiente «desaparición».

Pero después juzgó que la ruptura no sería tan estricta y que, por lo tanto, podría ubicarlo. En unos veinte días viajaría a la costa (bonaerense) y de allí iría a Buenos Aires.

Haría el viaje en auto, y se manifestó dispuesto a hacer una escala en Neuquén con el objeto de ajustar detalles de lo que se pediría a Ruffo.

Murió antes.

Jorge Gadano


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