Visita imperdible: Raúl Barboza viene a la región

El talentoso acordeonista radicado en París se presentará este miércoles en Casa de la Cultura de Roca; el jueves en el Aula Magna de la UNCo de Neuquén, y el viernes 10 y el domingo 12 en la Caja Mágica Cipolletti.

MUSICA

A tres años de su última visita, vuelve el maestro del chámame Raúl Barboza.

El multipremiado acordeonista tocará en Sala 2 de Casa de la Cultura de Roca, el miércoles 8 a las 21:30; el Aula Magna de la Universidad Nacional del Comahue (UNC), Neuquén, el 9 a la misma hora, con auspicio de la Secretaría de Extensión de la UNC, músico invitado Nicolás Leiva; el viernes 10 a las 22:15 en Caja Mágica Cipolletti, donde volverá el 12 a las 21, siempre junto a Nardo González en guitarra y el contrabajista Roy Valenzuela.

A los 76 años, Barboza sigue representando a Argentina en cada una de sus actuaciones internacionales. Desde que su padre curuzucuateño, Adolfo, le regaló su primer acordeón en 1945, esparció sus sonidos por todo el mundo. Grabó más de treinta álbumes originales y participó en nueve películas, una sobre su vida y obra, “El sentimiento de abrazar” de Silvia Di Florio. Desde el 87, junto a su esposa Olga, se radicó en París. Hace un tiempo ya, Barboza escribió en francés: “Cuando salen de mi acordeón las notas de una melodía, no es sólo una melodía en cuestión. Es como si fuera el principio de una historia, el silencio es como respirar, un reposo… Un acorde puede expresar un sentimiento de amor o de miedo. De mis ancestros aprendí que el acordeón se convierta en una continuación de mi espíritu que no utilizará la palabra como medio de expresión…”

El acordeón es un traductor de emociones “Eso es mi instrumento, como lo es la palabra. Uno debe empujar con el aire, con la respiración para darle énfasis, cambiar los colores como estoy haciendo ahora en mi entonación, tomar aliento. A lo mejor expresar una frase con calidez, con otros matices otra posterior. Y como el acordeón, es exterior a mí. Para que salgan los sonidos, lo empujo con el brazo, muevo las manos, los dedos, pienso mientras toco, en lo que estoy interpretando. Mucha veces hay automatismos, pero si me descuido puedo ir a cualquier lado, o estar tan concentrado que olvido la ilación de una frase musical… Hago otra porque improviso”, le dice a “Río Negro”. “Es como una conversación la música. Yo voy explicando emocionalmente y las personas que van a ver un espectáculo, pienso que se preparan y cuando presencian mi trabajo que no es de ayer porque ya hace casi setenta años que toco, ven una experiencia que he adquirido y me permite, haciendo menos, dar un carácter a cada tema para que hable de una historia”.

-De una búsqueda de sentido, también.

-Así como hoy se escuchan todo tipo de expresiones sin sentido, se oye más el tiro de un revólver que las palabras de amor a una persona que está por partir definitivamente. Qué importante es ayudar a alguien para que transite al otro mundo, en paz. Llama mucho más la atención el disparo de un fusil o un grito, una orden, un insulto. Lo otro no hace ruido, no se ve. Tampoco al hombre que camina despacio para no molestar a quien está al lado, o dice perdón si lo empujé, no fue mi intención. Es mucho más fácil para algunas personas proferir un insulto, una palabra soez… El esfuerzo de emitir un sonido vocal es el mismo, pero el impulso de una frase grosera es mucho más agresivo, resuena más que una palabra cariñosa, agradable, sincera. Nadie diría te amo a los gritos. Entonces, esta forma no se escucha, pero sí lo que se dicen dos que pelean porque han chocado en el tránsito. Es lo que más se ve y se habla.

-Ocurre esto en otras partes del mundo, existe el mal uso de la palabra y de los sonidos musicales?

-Somos humanos y tenemos particularidades sociales. Usted, por ejemplo, va a Uruguay y si se para en el cordón de la esquina, los autos se detienen. En Japón, los coches tenían luz verde pero no avanzaban porque yo estaba pisando la raya blanca; cuando subí a la vereda todos partieron y nadie me insultó. Acá hay quienes se jactan de andar haciendo eses en medio de una autopista, pasando autos por derecha o izquierda. Una manera de generosidad es saber que no vivimos solos, que estamos en compañía de gente y debemos cuidarnos y cuidar al otro. Un modo es evitar un roce inútil… Pareciera que estoy hablando desde la estratósfera. En Argentina existen ambas cosas, el hombre que baja el vidrio para insultar a otro, descuidando el manejo, y otros que conducen sin responderle y no por cobardía, sino por buen sentido, por prudencia.

-La música me rescata de momentos duros, me ayuda a pensar, a entender, a tomar distancia, me alimenta. ¿Cómo es para usted?

-Yo subo al escenario, soy portador de una cultura y lo hago para mostrar lo mejor de mí. No toco para ganar plata, el dinero es resultado del trabajo y nada más. La música es un alimento, sí, espiritual. Hay quienes se curan escuchándola. Aquieta el espíritu, dulcifica el alma, pone más tranquilo. Es vibración y si bien entra por los oídos, acciona todo el cuerpo, todos los sistemas, el corazón se agita o se aplaca. Por ahí dan ganas de bailar o de tomar la mano de la compañera. Sirve para muchas cosas, como acto humano. Pero también hay música en la naturaleza, en el viento que silba entre las casuarinas, en las hendijas de puertas y ventanas y parece cien flautas sonando. En el galope de un caballo, el llanto de un niño, la risa de una mujer, el pedido de una monedita, por favor, que no tengo para comer… Hay tantos sonidos en la vida que vale la pena escuchar, tener en cuenta. Como el latido del corazón hasta que se detiene en el último aliento.

-Al tocar, Raúl, usted cierra los ojos, buscándose por dentro, en sus emociones, en su imaginación.

-Claro… Yo imagino aunque no me doy cuenta. Son aventuras imaginarias, espirituales, me río con mis compañeros o advierto una señal del Nardo (su guitarrista) porque no hice bien una frase y me la recuerda si es que la olvidé, o miro al bajista (Roy Valenzuela) porque me gustaría que marque más una nota en particular. Estamos en contacto y en comunicación permanente durante una hora y media. Y eso es hermoso. Cada tres o cuatro minutos comenzamos otra nueva historia, con un tono mayor una música alegre, con uno menor un tema nostálgico. Yo nunca escribo la lista de lo que voy a tocar, imagino, de repente improviso algo. Es mi forma de presentarme y eso es tal vez, tal vez digo, lo que algunos vienen a ver. El repertorio puede ser el mismo pero lo toco distinto. Ahí está lo lindo… En vivo, el público no viene a escuchar un disco siempre igual, allí están las emociones del momento. Puedo andar con dolor de cabeza, con un dolor en el alma como cuando murió mi papá (Adolfo, 1992) y yo estaba en Canadá y no pude venir a verlo. Tuve que imaginarme bien porque la gente quería oír a un artista y tiene derecho a recibir lo mejor. Bueno, yo estaba mal. Pero para algo soy un artista. Lo que sentía lo traduje en emociones y toqué mientras acá estaban velándolo. La vida es también saber controlar las emociones.

-Fue durante el Festival de Jazz de Montrèal

-Mmm… Yo fui a tocar chamamé. Me dijeron que lo hacía con el espíritu de un jazzero, que era un jazzman. Así, descubrían un jazz indolatinoamericano, nuevo. Como hago el chamamé, para ellos es jazz… Para muchos, hace unos años atrás, yo estaba distorsionando la cosa, ahora comprenden que no es así. Sabía que me podía pasar como le ocurrió al maestro (Astor) Piazzolla, con quien tuve una amistad muy linda, y a otros artistas que se adelantaron a sus tiempos. Hay que saber aceptar el reto, esta instancia conflictiva en la vida personal, y aprender a esperar. Yo supe hacerlo y hace sesenta y ocho años que toco…

Eduardo Rouillet


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