Y son de cuarto grado

Muchas veces me han invitado desde establecimientos escolares, para conversar de mi historia política y, sobre todo, el testimonio de lo que tantos y tantas vivimos en la dictadura que comenzó en 1.976. Muchas veces, también, el tema ha sido el Cipolletazo, por qué sucedió, cómo era mi papá -Julio Dante Salto, comisionado municipal, protagonista de tal gesta -, y cómo terminó la historia. Ambos acontecimientos tienen que ver con la mirada regional con que la Historia prioriza la enseñanza. Así surgen de muchas personas relatos vivos – con sus protagonistas o descendientes ahí -, con los alumnos y alumnas, y debo añadir que al menos en el caso del Cipolletazo, centros comunitarios barriales e instituciones de la comunidad también son abarcados por la memoria. Es importante contarle este marco narrativo, para explicarle mi asombro, mi admiración, por la más reciente experiencia. La Biblioteca Bernardino Rivadavia de Cipolletti organizó, como parte de los festejos por el aniversario de la ciudad, una charla entre los niños y niñas de dos cursos de cuarto grado, turno tarde, de la escuela número 53. Cuatro fuimos testigos y testimonios, elegidos con tal acierto que abarcaron diversas etapas de vidas y realizaciones: Raquel Menguelle, hija de ese pionero que levantó el establecimiento “La Mayorina”; Jorge Herzig, nieto de quien se dedicó a la producción de vinos. El casco inicial de la bodega, situada en el paraje La Falda, es museo histórico y forma parte de la” ruta del vino”; Lorenzo “Beby” Kelly, cineasta de reconocimiento nacional y que entre otras realizaciones, fue el autor, junto con Carlos Procopiuk, del primer documental sobre el Cipolletazo, y la “Televisión Comunitaria”, que refleja los acontecimientos y testimonios de la ciudad; y yo, con el tema de ese movimiento popular del año 1.969. Crucial el rol cumplido por María Paz y Paola, de la Biblioteca, coordinando, más de un mes antes, con las maestras de ambos cursos, las “seño” Ethel y Claudia; de tal manera que niños y niñas ya habían estudiado y buscado material gráfico y dibujado de los cuatro acontecimientos, conmovedoras imágenes, que están en exposición en la Biblioteca Rivadavia. Vale la pena darse una vuelta. ¡Cuarto grado!, ¿me entiende? Chicos y chicas de nueve años, con sus preguntas escritas, relatando lo que sabían sobre esas personas grandes y sus historias. Y era mucho, se lo aseguro. Y a medida que se extendían las explicaciones, y se distendía todo el mundo, hicieron preguntas y observaciones que denotaban pasta periodística. Y siempre, sin opacarlos nunca, la guía de Ethel y Claudia. Puedo afirmar sin equivocarme, que no sólo chicos y chicas aprendieron. Invitadas e invitados, también. Yo me enteré de aspectos de esas otras vidas sentadas a mi lado, que desconocía, y lo mismo les pasó a Raquel, Juan y Beby, y a veces las preguntas o las exclamaciones eran entre nosotros… Emocionante, emocionante. Conmocionante. De pronto, por esos misteriosos caminos que abre la memoria, era yo quien estaba ahí en cuclillas en el piso, con guardapolvo blanco, levantando la mano, “¡yo señorita, yo señorita!”. Sucede que no sólo alguna vez fui a cuarto grado y tuve nueve años, sino que ¡ésa fue también mi escuela! Cambiada, muy cambiada. Sin embargo, el olor, esa mezcla de tiza, papel y piel; el sonido de las risas, las corridas, el severo José de San Martín que nos miraba desde el hall central… era lo mismo. No quiero dejar pasar, de modo que usted tenga el cuadro completo, que al final, se nos abalanzaron con carpetas, lapiceras, dibujos en ristre, para que pusiéramos nuestra firma en sus trabajos. Créame: nunca jamás en nuestra vida firmamos -quizás nunca lo volveremos a hacer – tantos autógrafos. Nos sentimos Maradona. O Aymar.

MARÍA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com

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