Zuckerberg se sonroja

Señor Zuckerberg, ¿estaría cómodo compartiendo con nosotros el nombre del hotel en el que estuvo anoche?

Con esta inocente pregunta que el senador demócrata Dick Durbin le hizo, vimos sonrojarse a Mark Zuckerberg. Sentado sobre un maletín que despertó suspicacias, el creador de Facebook tuvo que responder esta semana cientos de preguntas ante el Congreso de Estados Unidos. Seamos honestos, ¿no nos dio una ínfima dosis de satisfacción ver al menos sonrojarse al responsable de convertir en mercancía la intimidad de millones de internautas?

Habría que confesar también que el “escándalo de Facebook” no nos ha escandalizado en absoluto. ¿O alguien pensó de verdad que las redes sociales son generosos servicios gratuitos y democráticas formas de comunicación que el capitalismo global nos ofrece en homenaje a la libertad de expresión? O bien, ¿con qué misterioso método cotiza en 300.000 millones de dólares –en alza– la marca creada por Zuckerberg?

Este jueves incluso se supo que ni siquiera hace falta usar Facebook para que nuestros datos sean recopilados y usados para vincularlos con publicidad de bienes y servicios adecuados a nuestro gusto, aunque no a nuestras necesidades. Porque mientras navegamos, cándidos, por el fascinante ciberespacio vamos dejando una huella que detectan los ávidos cazadores del consumismo planetario. Pero una cosa es recibir avisos de publicidad que no pedimos (en la tele, los PNT o publicidad no tradicional, antes chivos, son el verdadero contenido de la programación) y otra cosa es enterarnos de que nuestra huella digital favorece una elección presidencial como la de Donald Trump. ¡Socorro!

Por razones generacionales, supongo, o por simples reparos del pudor, me sonrojo como Zuckerberg ante el Congreso frente al comportamiento de multitudes pendientes de un “me gusta”, la perfecta trampa narcisista que bien estudiada tienen los que saben más de nosotros que nosotros mismos. Miren hasta dónde llega el experimento: “¿Cómo podíamos consumir la mayor parte de tu tiempo consciente? Teníamos que darte un poquito de dopamina a cada rato. Porque alguien te había dado ‘me gusta’ o porque había comentado tu foto. Y eso contribuye a la creación de más contenido para, de nuevo, crear más comentarios y más ‘me gusta’”.

Lo dijo Sean Parker, primer presidente de Facebook, un nerd multimillonario ¿arrepentido? cuyo aire es Internet. Además de Facebook, participó de la fundación de Napster, Plaxo y Causes y es uno de los accionistas de Spotify. Tiene 38 años y una fortuna estimada en 3.100 millones de dólares, según informó en el 2014 la revista “Forbes”.

Que hable Byung-Chul Han, ensayista y escritor de Corea del Sur, doctor en Filosofía y Estudios Culturales: tiene la suficiente amargura para describir este mundo ancho y ajeno. En su libro “En el enjambre” dice que el uso de las redes ha formado un enjambre digital, carente de alma y espíritu, porque no equivale a la masa –que es voluntaria y no es fugaz, como la masa de trabajadores– sino a la suma de individuos aislados que reúne fortuitamente una red. Solitarios y anónimos frente a la pantalla, sus acciones son efímeras e inestables. “Con un alma, unida por una ideología, la masa marcha en una dirección (*). Por causa de la resolución y firmeza voluntaria, es susceptible de un nosotros, de la acción común, que es capaz de atacar las relaciones existentes de dominación. Por primera vez, una masa decidida a la acción común engendra poder. Masa es poder. A los enjambres digitales les falta esta decisión. Ellos no marchan. Se disuelven tan deprisa como han surgido. En virtud de esta fugacidad no desarrollan energías políticas”, dice Han.

Comprensiblemente, se han puesto de moda las ideas de este escritor, autor de otros títulos de pesadumbre como “La sociedad del cansancio” y “La agonía del Eros”. Representan bien el desencanto de una sociedad globalizada por el mercado y la tecnología en la que, sin saberlo, hemos debido resignar nuestra condición de ciudadanos para consolarnos en la de consumidores. “Nos embriagamos hoy –advierte Han– con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez. Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crisis actual”.

 

 


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