Juego, alcohol y drogas, tentaciones petroleras

La industria petrolera ha cambiado el paisaje humano de varias áreas del país. Ha hecho nacer ciudades en desiertos, y las pobló de personas con sueldos altos. Pueblos con más hombres que mujeres. Lugares de tránsito. Tienen en común la profusión de casinos, bares y cabaret y la escasez de propuestas artísticas, académicas o deportivas.

Esto determina, en cierto modo, los modos de vivir. Y evidencia que el bienestar económico no es garantía de una buena salud psíquica, familiar y social. Es una constante la prevalencia de consumo abusivo de alcohol y cocaína en personas que trabajan en empresas petroleras, y también la ludopatía.

Tanto en Rincón de los Sauces como en Catriel, la oferta económica ha generado canales de abastecimiento de drogas, del tipo delivery.

Es habitual que un petrolero justifique el consumo en motivos como la “exigencia del trabajo”, los horarios nocturnos, la lejanía de la familia o las semanas en los pozos. Por la dificultad de obtener datos, no se hace una estadística de personas adictas a la cocaína en la industria del petróleo, pero extraoficialmente se admite que el porcentaje es alto. El abuso de alcohol es más visible, aunque no menos grave.

Mauricio anda pisando los 50 años. Vive en Catriel, y es padre de tres hijos. Su esposa rompe el hielo: “Cuando a él lo mandaron a Rincón de los Sauces empezó nuestro calvario. A mí me agarraba claustrofobia. El bebé parecía que sabía. La tarde anterior a que el padre se fuera, comenzaba con fiebre. Esa etapa duró un año y después él volvió a trabajar acá. Ahí, la situación se normalizó”.

Hoy Mauricio tiene una mirada distinta de ese trabajo al que le entregó la vida. “Las empresas ahorran dinero y les hacen creer a los trabajadores que les dan la oportunidad de ganar más con horas extras y de alguna manera cuentan con la complicidad gremial. Se trabaja doce horas, mientras que si trabajáramos ocho estaríamos más tiempo en nuestros hogares y cada dos trabajadores habría lugar para uno más. Ese tiempo fuera de la casa es causa de un gran problema social que se esconde debajo de la alfombra, con adicciones al alcohol, a las drogas, al juego o vidas paralelas con otras mujeres. Acá en Catriel hay gran cantidad de familias separadas con lo que significa para los hijos que, en muchos casos, con dinero, se vuelcan al alcohol o la droga. Yo sé de compañeros que en cuota alimentaria reparten dinero en dos o tres hogares y se le van entre 3 y 4 mil pesos y después andan mirando si les pagaron mal, porque ni ellos se dan cuenta en qué se les va la plata. En una oportunidad uno de los sindicatos exigió que se hiciera control de alcoholemia. Primero los resultados daban negativos, porque había un pícaro que avisaba. Después se pidió que fuera sorpresivo y fueron alarmantes los resultados”.

La psiquiatra Mabel Dell’Orfano, responsable de una comunidad terapéutica de rehabilitación de adicciones, afirma: “A nivel individual, se inicia con un consumo de cocaína que va adaptando las neuronas, llegando a una dependencia de la droga y a necesitarla aunque no tenga una exigencia laboral y aunque esté con la familia. En consecuencia, la relación familiar se deteriora, con alguien presente físicamente pero ausente en otros aspectos, como padre, como marido. Además, por la irritabilidad y los cambios de humor”.

Raúl es petrolero de segunda generación. Cuenta: “Conozco cada picada de Catriel mejor que a mis hijos y a mi esposa. Aprendí a comprender a mi padre ypefiano, cuando empecé a trabajar en esto. Me daba bronca que mi viejo estuviera de franco porque no podíamos ni hablar, todo era para que nos acomodara un par de bifes. Nos enterábamos que había llegado porque discutían con mamá. Y hoy parece que viera la película de mis viejos. Amo a mi mujer y creo que ella a mí. Pero llego de estar en el campo, con jefes que sólo les importa producir, y encuentro a mi mujer con un largo rosario de quejas. Me baño y me voy con mis amigos para no discutir, pero a la vuelta parece que el problema hubiera fermentado. Le pido que hablemos y se pone a llorar. Ella es feliz los primeros días del mes cuando llega el sueldo. Yo no soy alcohólico, lo que pasa es que después de tragar arena todo el día querés relajarte. Yo invito a mi mujer al casino y no va. Después se queja porque vuelvo tarde. Es que no te das cuenta del paso del tiempo con las maquinitas. Al cabaret suelo ir con los compañeros. Te reís un poco con las chicas. Si, a veces he tenido sexo con chicas, pero es por una necesidad física, porque hay semanas en que en casa no pasa nada por el malhumor de mi señora. Si yo quisiera hacerle daño a mi mujer me buscaría una amante, que es ya ponerle ficha a una relación sentimental. Con una prostituta no es engaño

”Los profesionales que atienden casos de alcoholismo, ludopatía o drogadicción hallan elementos comunes. Dell’Orfano afirma que “como a la familia económicamente no le falta nada, pero sí afectivamente, los otros miembros pueden buscar salidas, como esposas que se hacen adictas al casino, para allí encontrar una cierta emoción o satisfacción. O llega la depresión”.

Ana es hija y esposa de petroleros, tiene 34 años y tres hijos. Pasó su infancia y adolescencia extrañando a su padre y con su madre depresiva. El desamparo se transformó en enfermedad. “A los 12 años comencé con gastritis y dolores de cabeza y a mi hermana se le llenó el cuerpo de manchas rojas. Los años nos hicieron entender que eran enfermedades psicosomáticas. Mi hermano es alcohólico desde los 13 años y le recrimina a mamá que no se lo impidió. Mi mamá estaba todo el tiempo enferma. La soledad la superaba. Se bloqueaba, no podía tomar ni la más mínima decisión. Si yo quería ir a la casa de una amiga, me mandaba a que lo llamara a mi papá desde un teléfono público para preguntarle.

_Era un lugar lleno de hombres y yo era muy chica. Nosotros íbamos de casa en casa para que nos cuidaran porque mamá luchaba contra su depresión y papá cuando venía sólo quería descansar, que nadie lo molestara. Él tenía otras mujeres, según nos enteramos con los años”. Ana se casó a los 16 años y,  a poco andar, su marido logró lo que todos los jóvenes de Catriel sueñan: trabajar en la actividad petrolera. Su marido trabaja en Rincón de Los Sauces. Allí está 14 días y toma siete de franco. Curiosamente, el dinero no falta, pero la abundancia no genera satisfacción.

Ana lo sabe: “Esta ciudad es muy consumista y nuestros hijos se acostumbran a que si no tienen una zapatilla o prenda de marca, no pueden mostrarse porque son ridiculizados. Y las mujeres caemos en la necesidad de comprar y comprar. Después te das cuenta que no usas ni la mitad de las cosas. Pero tenés cuatro o cinco tarjetas y dinero. A eso se le suma la competencia entre petroleros. Si uno se compra un auto, el otro tiene que comprar uno más caro o una camioneta. Muchos van al casino y cuentan como una gracia el dinero que perdieron, porque quieren dar la imagen de tío rico que gasta y gasta”.

Vanesa, trabajadora sexual, tiene una clientela casi exclusivamente de petroleros. “Desde mi trabajo te digo que son gente re piola, dentro de todos sanos, a diferencia de lo que una ha podido ver en las grandes ciudades con empresarios o gente poderosa, que son bastante raritos y maltratadores. ”También  Alejandra, que no trabaja en cabaret sino en su casa, coincide: “A los petroleros yo les tengo un gran respeto porque me tratan como a una reina. No sólo me pagan por mis servicios sino que me traen regalos y hasta me ayudan en algún problema económico. A veces te pagan dos horas y una hora se lo pasan conversando. A algunos los animo y les pregunto de sus mujeres y te hablan bien de ellas. Si no fuera porque buscan sexo te diría que buscan una mamá que los abrace, los mime y no les reclame nada”.

Andrés tiene 36 años y dos hijos y hace nueve años que trabaja en los pozos. Es hijo de petrolero, por lo que su historia de ausencias le ayudó a querer ser un padre distinto. “La disolución familiar está muy presente. En cualquier rueda de amigos, el 80 % o está separado o está a punto de irse de su casa. Y el trabajo es la raíz del problema.

 En el mejor de los casos trabajás 12 horas y a eso sumale dos horas de viaje que suman 14 horas en las que no vivís para vos. Más una hora entre la ducha y el desayuno y otra media hora a la vuelta hasta que te vestís de ser humano. Son 15 horas y media que no te pertenecen. Si dormís ocho, terminás teniendo una hora para revisar los cuadernos de los chicos, hacer las compras con tu esposa y sin tiempo de conversar nada con nadie. Eso te va produciendo un vacío, una sensación de angustia y ahí aparece el alcohol que te pone pilas para tener buen ánimo. Yo les digo a mis compañeros; che, vos pasás frío, calor, tragás tierra, ¿todo para llegar a fin de mes y tirar la plata en el cabaret o en el casino?. Cuando se los decís, se quedan pen- sando, aunque algunos después se olvidan”.

A los 18 años, Orlando conoce lo que es ser hijo de petroleros. Su padre se separó, se volvió a casar y su nueva esposa no le permite ver a sus hijos. “El dinero llega pero a él no lo vimos más. Nunca nos dio una explicación. Hace siete años que no lo veo. Yo no tengo planes de conversar con él, pero si se diera no tendría problema. Yo voy a una iglesia y si algo aprendí es perdonar. En algún momento sentía una profunda bronca porque los demás tenían cosas que a mí me faltaban y me daban ganas de romper todo. Acá te marginan los mismos chicos de tu edad si no vestís ropa de marca, si no tenés un celular caro y hasta si no tomás alcohol”.

Nancy pasó los 50 años, es madre de dos hijos. Sufrió varias internaciones psiquiátricas a raíz de una infancia difícil y 30 años de matrimonio con un petrolero que casi nunca estaba. Hoy su esposo se jubiló y cobra muy poco. Pero ella dice que recién ahora empezó a vivir. “Mi esposo se perdió ver crecer a los hijos. Mi enfermedad –trastorno bipolar– surgió cuando nuestro primer hijo era un bebé. Estuve 23 años así. Me daban droga, me la sacaban, me volvían dar. Hasta que un psiquiatra me pasó de drogas y quedé en estado casi vegetativo. Mis chicos tenían 8 y 12 años. Ellos me cuidaban. Iban a la escuela y me dejaban encerrada. Mi marido venía llorando y se volvía a ir a trabajar llorando. Mi hijo a los 9 años manejaba el auto para poder llevarme al médico ya que mi marido estaba todo el tiempo en el campo. Otras mujeres caen en adicciones como ir del súper al casino, el tema es gastar y gastar. Se pierden valores. Hoy nos damos cuenta que mi marido perdió muchísimos años de gusto, porque llegó a la jubilación y no tenemos nada resuelto. Afortunadamente pudimos conservar la familia”. El escenario en la crisis Si en tiempos normales una adicción es un problema serio –físico, económico, legal y emocional– en una situación de crisis de la actividad petrolera peor aún.Alberto está en esa encrucijada: “Antes de comenzar a trabajar en el petróleo consumía, pero no tenía dinero para hacerlo en forma tan continua.

Al tener un sueldo mucho mejor, la soledad, el estar lejos de mi familia, creo que fue lo que me llevó a consumir todos los días y en grandes cantidades ya que por las noches necesitaba de alguna manera evadir la realidad. Con el tiempo rompí con los lazos familiares y amigos que no estaban en la misma que yo, sólo me juntaba con los que yo creía que me entendían. Cuando surge la crisis económica y comencé a quedarme en mi casa más tiempo, me di cuenta de que no era vida la que llevaba. Comencé a estar mal física y emocionalmente y me sentía cada vez más solo, terminé peleándome con todo el mundo y esto me llevo a querer cambiar, me di cuenta que me estaba muriendo en vida, comencé hablándolo con mi familia y a reconocer mi adicción.  Empecé el tratamiento con profesionales que me están ayudando a salir de esto a pesar que se me hace muy difícil porque la tentación siempre la tengo, pero también me doy cuenta que hoy disfruto compartir con mis afectos los asados, las reuniones, vivir el día. Espero lograr salir de esto”.

Las áreas sociales de Estado consideran que no les corresponde ocuparse de personas pudientes. El gremio pondera la clínica que instaló en Rincón de los Sauces, pero difícilmente estos temas llegan a la consulta médica. Las grandes empresas no tienen personal de campo. Y las firmas de servicios petroleros no pueden darse una política de recursos humanos que atienda la salud emocional de sus operarios. Con pocas inversiones hechas en los tiempo de las “vacas gordas”, y con las neuronas y el físico en general dañado por las drogas, las personas, que llegaron a enfermarse –porque el consumo de drogas es una enfermedad– no encuentran salida a su problemática.  

 

 

ALICIA MILLER

RUBÉN LARRONDO

DAMIÁN COPPONI


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