La educación irrepetible

Si le preguntásemos a nuestros gobernantes si estarían dispuestos a pagar los salarios de los empleados públicos sólo por concurrir a sus oficinas seguramente la respuesta sería negativa.

Si le consultásemos a nuestros mandatarios si estarían de acuerdo en enviar a sus hijos a escuelas públicas en las que no se repite, ni se rinden exámenes, es altamente probable que la contestación sea la misma.

Ningún padre quiere que la formación de su hijo sea precaria, o que no pueda estar a la altura de las circunstancias, en un mundo cada vez más competitivo.

Cabe preguntarse entonces ¿cuál es la lógica de implementar una reforma educativa como la establecida en Río Negro, por la cual los estudiantes secundarios de bajo rendimiento pasan de año y sólo en quinto deben rendir, evitando las previas y los exámenes de diciembre y marzo?

La respuesta factible parece ser la de evitar por cualquier medio la deserción y el desgranamiento escolar. Cuestión con la que no ha podido ni siquiera una ley nacional que impone el nivel secundario como obligatorio.

El remedio coyuntural que impediría tal éxodo no da respuestas a una serie de cuestiones de las cuales una educación, sostenida en el tiempo, no debería quedar ajena. A saber:

• Formación de futuros ciudadanos: ¿qué clase de ciudadanos estamos formando a futuro? Lejos de soñar con la quimera de un estudio superior, para el cual en muchos casos ya hay un abismo preocupante, esta suerte de asistencialismo educativo propicia la idea de recibir y no de dar.

• Fomento del derecho sin obligación a la vista: la laxitud de la norma aparece como un mensaje tempranero para exigir derechos, sin mayores obligaciones. Así un alumno que haya ido al 75% de las clases tendrá derecho, sin más, a pasar de año.

• Desestímulo al esfuerzo: qué mensaje se le da al alumno que pretende sobresalir, cuando la medida apunta a ignorarlo. Cuesta visualizar una sola disposición que pondere a quien demuestre mayor conocimiento, tenacidad o empeño.

• Preparación para un mundo irreal: no hay facultad, empresa o empleo que no haga una evaluación permanente de sus dependientes, ponderando a aquellos que mejor capacitación y producción evidencien. Sortear los variados exámenes que propone la vida personal o profesional es también una instancia de aprendizaje.

• Carencia de todo riesgo: si no hay un riesgo aunque sea mínimo de superar la dificultad cognitiva que implica una materia, ¿cual será el objeto de su cursado? La idea de aprobar suele ser un agente motivador, que a partir de ahora no existirá. Así un estudiante sabe que tiene aprobada la materia con sólo asistir a “calentar la silla” durante buena parte del año.

• Disciplina: si bien la nota y la conducta no son elementos interdependientes, la distensión de la medida no colabora en generar un clima de atención, dificultando la tarea docente.

En síntesis, la influencia que la educación pueda generar en la actitud futura de las personas es quizás el elemento más importante de su existencia. De allí su carácter irrepetible.

Los adultos que tienen confianza en sí mismos han pasado por el tamiz de quienes apostaron por ellos y le dieron la oportunidad de demostrar lo que valían, exámenes mediante.

En una edad tan maleable como la del adolescente queda más la coherencia del profesor que el contenido de la materia. Queda más el microclima institucional, sus ideales y el desafío por alcanzarlos que cualquier atajo que los esquive.

La educación en valores como el sacrificio y la superación a partir del conocimiento son el norte donde los países más avanzados en la materia (Singapur, Hong Kong, Japón, Taiwán, Finlandia, Canadá o Estonia) cimientan sus esfuerzos desde edades tempranas.

Saben que el progreso de sus pueblos depende de ello. Aún a costa de insistir y de exigir.

*Abogado, profesor nacional de Educación Física y docente universitario

Ningún padre quiere que la formación de su hijo sea precaria, o que no pueda estar a la altura de las circunstancias, en un mundo cada vez más competitivo.

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Ningún padre quiere que la formación de su hijo sea precaria, o que no pueda estar a la altura de las circunstancias, en un mundo cada vez más competitivo.

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