La ley del más débil

Actualmente la mitad de la riqueza mundial se encuentra en manos de sólo el 1% de la población. Los 80 individuos más ricos del mundo poseen la misma riqueza que el 50% más pobre de la población total, es decir, 3.500 millones de personas.

Miembros del 1% más rico del planeta poseen un promedio de 2,7 millones de dólares por adulto, mientras una de cada nueve personas del mundo no tiene suficiente para comer, y 1.000 millones de personas tienen que sobrevivir con menos de 1,25 dólares al día.

Esas cifras resultan coherentes con el triunfo, desde hace aproximadamente treinta años atrás, del capitalismo mundializado. Se trata del retorno, como sostiene el filósofo Alain Badiou, a una suerte de energía primitiva del capitalismo que propicia y coexiste con un marcado debilitamiento de las formas estatales.

En este contexto, los límites impuestos al capital suelen parecer cosa del pasado. Al menos, los referidos a los acuerdos logrados, en especial en el período de la última posguerra mundial, entre la lógica del capital y otras posibles. Sea aquellas que dieron lugar a logros sindicales, a medidas de nacionalización parcial de la economía y la industria, o bien las que impusieron ciertos límites a los excesos de la propiedad privada.

Y no cabe sino inquietarse por la débil resistencia frente a ese triunfo de las élites económicas y su grandilocuente concentración de los recursos disponibles. Dicha resistencia, en todo caso, está atomizada y dispersa, apenas con una visión de conjunto ante el movimiento dialéctico característico del capital, que se extiende y se concentra simultáneamente.

Ante ese cuadro, el jurista y filósofo Luigi Ferrajoli sostiene que el gran desafío de nuestros días es el generado, por un lado, por el viejo absolutismo de la soberanía externa de los Estados, y por otro, por el nuevo absolutismo de los poderes económicos y financieros transnacionales.

El primero de esos absolutismos se manifiesta en las guerras, en las violaciones masivas de los derechos humanos a cargo de los estados y en su impunidad.

El segundo es un neoabsolutismo regresivo que se traduce, al interior de nuestras democracias, en las sucesivas crisis que atentan contra el relativo bienestar alcanzado por algunas sociedades, así como contra las garantías tanto de los derechos sociales como de los concernientes al trabajo.

Y lo hace, tanto en el plano interno como internacional, en ausencia de cualquier regla. Lo cual ha sido asumido por el actual anarco-capitalismo globalizado como la propia norma fundamental de las relaciones económicas e industriales.

Destaca que contra esta regresión de la economía y de las relaciones del trabajo al modelo paleo-capitalista, tanto como contra la rehabilitación de la guerra como medio de solución de las controversias internacionales, no existen otras alternativas más que el derecho y sus correspondientes garantías.

Y es en este punto en donde el papel de los derechos fundamentales se levanta como verdadera “ley del más débil”. En lo fundamental, debido a que esos derechos constituyen leyes del más débil en franca oposición a la ley del más fuerte que regiría en su ausencia.

En primer lugar el derecho a la vida, contra la ley de quien resulta más fuerte físicamente. En segundo término, los derechos de inmunidad y de libertad, en contra del arbitrio de quien es políticamente más fuerte. Por último, los derechos sociales, que son derechos a la supervivencia contra la ley de quien es social y económicamente preponderante.

La defensa de esos derechos fundamentales requiere de sociedades que los promuevan y de una clase política que, de una vez por todas, los tome en serio.

*Catedrático Unesco, profesor UNRN

No cabe sino inquietarse por la débil resistencia ante el triunfo de las élites económicas y su concentración de los recursos disponibles.

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No cabe sino inquietarse por la débil resistencia ante el triunfo de las élites económicas y su concentración de los recursos disponibles.

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