No existen los hechos, sólo existen interpretaciones

E s imposible no comunicar. Enviamos un e-mail y esperamos que nos respondan. Quizá tan sólo necesitamos que nos den un dato. Pero la persona a la que le enviamos el mensaje no responde. Esa “no-respuesta” es una forma de comunicación. Quizá la persona estaba abrumada de trabajo y decidió tomarse su tiempo para meditarlo, pero nuestra paranoia suele decodificar ese silencio como un signo de rechazo. El otro no hizo nada y ese “no hacer nada” siempre es interpretado. Es imposible no comunicar.

En la comunicación política a nivel internacional hoy hay dos bandos enfrentados por el estilo de sus narraciones, lo que no es para nada algo insignificante. Por un lado está el bando de los que se enorgullecen de construir un relato que sostiene sus posiciones (y que discute las de sus oponentes); por otro lado, el bando de los que sostienen que no sostienen nada, que ellos no elaboran un relato. Pero así como en toda comunicación interpersonal es imposible no comunicar, no existe política sin relato que la sostenga y la exprese.

Entre los orgullosos de sostener un relato político explícito está Donald Trump en los Estados Unidos. Entre los políticos que han hecho de la falta de relato su principal relato político está el presidente argentino, Mauricio Macri.

Como el gobierno de Cambiemos se presenta en sociedad como la contracara absoluta del mandato anterior (y Cristina Kirchner fue una defensora explícita de la teoría del relato político como sostén del sentido de un gobierno) es comprensible que Macri se presente como contrario a que la política sea, entre otras cosas, un enfrentamiento comunicacional.

El problema con el “no-relato” de Cambiemos no es sólo que sea un relato (tan coherente como cualquier otro), sino que al querer sacarlo de la lucha de relatos se lo presenta como “la revelación de la verdad”, con la categoría autoritaria y fanática de las corrientes autoritarias y fanáticas de las religiones que presentan sus creencias como las únicas verdaderas.

Es interesante, en este sentido, leer dos artículos que han debatido este tema en la última semana. El militante oficialista Fernando Iglesias publicó en el diario “La Nación” (http://www. lanacion.com.ar/2012207-cuando-el-dato-mata-el-relato) una columna titulada “Cuando el dato mata el relato”, en la que sostiene, con abundantes datos, la tesis central del macrismo: este gobierno no miente, todo lo que dice es la pura verdad, y el kirchnerismo es la pura mentira. Todo lo que el gobierno nacional dice es objetivo en sí mismo: puro dato.

El otro artículo lo publicó el sociólogo Daniel Schteingart en su blog https://medium.com/ @danyscht/. Allí, Schteingart desarma uno por uno los datos que da Iglesias en su columna.

Demuestra que todas sus frases son falacias (cuando no directamente chicanas, sin ningún sustento). Que cada dato que Iglesias toma para rebatir “el relato” está fuera de contexto está mal leído o directamente es un error. El artículo de Schteingart es largo, pero vale la pena ver cómo se desarma la pretensión de ser “la verdad” al refutarse cada dato que supuestamente sustenta la idea de que “el dato mata al relato”.

Friedrich Nietzsche sostuvo que “no existen los hechos, sólo existen interpretaciones”.

La idea de Nietzsche es muy simple, pero es terriblemente provocativa, ya que si no hay hechos “objetivos” (sino interpretaciones históricas y socioculturales) no existe nada irrefutable ni verdadero de una vez y para siempre. Nadie puede pensar un hecho si no es a través del lenguaje, de su contexto sociocultural y del momento histórico en el que lo piensa.

Pero eso no quiere decir que cada cual pueda decir el delirio que se le ocurra: para que esto no suceda, las sociedades establecen marcos conceptuales mutuamente aceptados, dentro de los cuales mantenemos los debates argumentados (al menos hasta que no aparezca un nuevo Newton o Darwin y nos cambie el marco conceptual).

Las cosas que nos resultan obvias son aquellas que hemos adoptado no porque sean necesarias o verdaderas de por sí, sino porque nuestra forma de ver el mundo las tiene incorporadas (generalmente eso se logró luego de una larga lucha política, como la defensa de los derechos humanos o la igualdad de género).

Sin embargo, con el paso del tiempo lo que hoy es obvio quizá mañana no exista o, incluso, se lo vea como algo repudiable. Hasta el 10 de septiembre de 1977 en Francia se usaba la guillotina para ajusticiar a los condenados a muerte. Hoy eso nos parece horrible, pero durante 200 años fue “lo normal”.

Roland Barthes decía que el fascismo no consiste meramente en prohibir decir lo que al poder le molesta. Eso es mero autoritarismo (y casi todo poder político, por liberal que trate de ser, odia que lo critiquen). El fascismo, según Barthes, consiste en obligar a la sociedad a aplaudir lo que dice (o hace) el poder, y para lograr eso, en primer lugar, trata de hacerse pasar como “la verdad en sí misma”, lo que no puede estar en discusión.

El drama de la democracia (para el espíritu autoritario) es que todo está todo el tiempo en discusión.

El problema con el “no-relato” de Cambiemos no es sólo que sea un relato (tan coherente como cualquier otro), sino que al querer sacarlo de la lucha de relatos se lo presenta como “la revelación”.

El fascismo, según Barthes, consiste en obligar a la sociedad a aplaudir lo que dice (o hace) el poder, y para lograr eso trata de hacerse pasar como “la verdad en sí misma, sin discusión”.

Datos

El problema con el “no-relato” de Cambiemos no es sólo que sea un relato (tan coherente como cualquier otro), sino que al querer sacarlo de la lucha de relatos se lo presenta como “la revelación”.
El fascismo, según Barthes, consiste en obligar a la sociedad a aplaudir lo que dice (o hace) el poder, y para lograr eso trata de hacerse pasar como “la verdad en sí misma, sin discusión”.

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