Tres historias de amor

Mirando al sur

Primer amor es casi sinónimo de adolescencia. Cualquiera que haya amado –correspondido o no– a esa edad sabe que jamás se vuelve a querer de ese modo tan absoluto, tan único, y que se pasa el resto de la vida intentando recrear ese amor. El primer amor revoluciona el alma y el cuerpo, se queda en uno para siempre, pero también cambia todo alrededor, modifica relaciones, altera ánimos. Para los padres de adolescentes, el primer amor de los hijos puede ser tanto el paraíso como el infierno, aunque lo más probable es que tenga un poco de los dos.

I

C. y F., ambos de 17, llevan un año juntos, publicando su amor en las redes. Una relación compartida por amigos, seguidores y desconocidos que vaya uno a saber qué buscan al espiar esta historia. Cuando todo está bien, C. y F. publican fotos juntos, se escriben frases tontas, se declaran una y otra y otra vez su amor total, se hacen bromas que no todos entienden y hasta muestran las capturas de pantalla de lo que hablan en forma privada. Sabemos, por sus publicaciones, cuándo él se queda a dormir en la casa de ella y cuándo ella en la de él, y nos pone felices la aceptación de sus padres. El de C. y F., como el de la mayoría de los adolescentes, es un amor público, sin vergüenzas y sin tabúes. Es muy hermoso leerlos cuando se aman y cuando se ponen pícaros (supongo que a los padres se les atragantarán algunas publicaciones, pero qué podemos hacer, ahora esa es la realidad), pero cuando se pelean, cuando el amor se termina de forma fulminante y violenta, cuando se acusan de todo lo que se puede acusar al otro, pero sobre todo de no haber amado nunca, de no saber lo que es el amor, ahí los seguidores de esta pasión adolescente comprendemos el verdadero significado de la palabra tristeza, y esperamos… Él se despacha con unos insultos que… uf… Y ella dice de él cosas que… Ambos pierden toda esperanza en el amor, en la humanidad y en el futuro. Pero hasta ahora, C. y F. han regresado siempre. De pronto ella borra todo lo malo que ha escrito. Él, varón al fin, olvidadizo y desordenado, no. Allí, en las redes, quedan las cicatrices de la separación, pero ellos ya están juntos de nuevo, más enamorados que nunca, para deleite de sus voyeurs que los seguimos leyendo y soñamos con finales felices y eternos.

En cuanto a los padres de C. y F… qué montaña rusa emocional, ojalá sobrevivan al amor adolescente y publicado de sus hijos.

II

J. no está muy segura de si su hija de 16 años tiene novio. La joven se ofende si se lo preguntan. En verdad, se ofende si le preguntan cualquier cosa, y, justamente porque el diálogo se ha cortado, es que J. sospecha que puede haber un muchacho de por medio. Aunque no es solo por eso: cuando la hija habla con las amigas por celular, o sea casi todo el tiempo, las palabras “lo amo” aparecen más seguidas de lo habitual. Pero el problema, dice J., es que ellas, y ellos también, ahora aman a todos, y se hace difícil distinguir quién es el elegido en medio de esa orgía de amistades amorosas. Y es cierto. Los adolescentes hablan de amor, modulan la palabra, la dicen, la escriben, la divulgan en las redes. Han devaluado el vocablo de tal modo que es posible que ya ni siquiera sepan muy bien qué significa. O tal vez, como bromea J., lo usan como una clave o como un modo de mantener al verdadero amor a salvo de la vista de los padres. “Pero para mí que está enamorada –dice J.– se le nota en los ojos”. Y allí podría terminar la historia, si no fuera porque J. agrega: “Ahora el problema es saber si cuando dice que va a dormir a lo de una amiga… realmente está ahí”.

III

Cuando le pregunto a E. por la historia de amor de su hija, se abren las compuertas de algo que fue desesperación y quedó convertido en resignación, algo que fue lucha y ahora ya no sabe bien qué es. Causa perdida, tal vez. Miedo por lo que vendrá. “Cuando mi hija tenía 16 –dice E.– comenzó a salir con un chico de 21. Con eso parece quedar todo dicho. Lo que sigue es tratar de explicar, de explicarse, qué hacer, qué no hacer, cómo seguir. Por supuesto que de entrada no acepté esa relación, hablé con ella, puse límites a la presencia de él en casa, pero cuanto más avanzaba, más se alejaba mi hija. Comenzó a mentir, desafiarme, ignorarme. Me amenazó con irse de casa. Nuestra relación se rompió y todo lo que yo deseaba era que el chico la dejara, hasta empecé a fantasear con que él tuviera un accidente que lo obligara a estar postrado mucho tiempo, a hacer un tratamiento lejos, no sé, a irse. Pero eso significaría el sufrimiento de ella… entonces, mejor no… Nuestra relación llegó a tal punto de ebullición que no me quedó otra que comenzar a soltar. Me lo aconsejaban todos: si me oponía iba a ser peor. Así que no sé si acepté la situación… me resigné. De todos modos él no puede quedarse a dormir en casa y me tranquiliza un poco que no son de salir de noche, pero… Lo que pase no quiero saberlo (…) Mi hija me ha envejecido, la adolescencia es una úlcera. En un momento parecía que ellos eran Romeo y Julieta y yo el villano que quería separarlos. Cosa que no logré, porque siguen juntos, y yo busco el modo de construir puentes hacia ella, de reconectarme”.

Epílogo

El amor como desafío. El amor efímero. El amor colectivo. El amor desigual. Divino amor que no cambia nunca pero sin embargo cambia. Las formas, los modos, las modas. Cuando nuestros hijos se enamoran nos toca reaprender el amor, ponernos al día. Saber, por ejemplo, que nuestros adolescentes levantan la bandera del ahora: ahora estoy con ella o con él, mañana no sé. Nadie hace promesas, nadie dice para siempre, que suena tan… para siempre. La exclusividad está mal vista. Saber, también, que hoy el amor existe si es visto por los demás, si es compartido por el grupo de pertenencia. Pero hay algo que continúa, que es inmutable. Amar es siempre dar más que recibir, acercarse a un otro, darse tiempo para conocerlo, confiar, ceder. Y entonces, cuando nuestros hijos están listos para hacer eso, cuando nos damos cuenta de que tienen las herramientas necesarias para crear y mantener una relación (que por lo menos eso lo hemos hecho bien), a nosotros nos llega el momento de dar un paso al costado, porque en ese camino no nos corresponde acompañarlos. Y eso también es amor. El más grande.

Allí, en las redes, quedan las cicatrices de la separación, pero ellos ya están juntos de nuevo, más enamorados que nunca, para deleite de sus voyeurs que los seguimos.

Los adolescentes hablan de amor, modulan la palabra, la dicen, la divulgan en las redes. Han devaluado el vocablo de tal modo que ni siquiera saben muy bien qué significa.

Datos

Allí, en las redes, quedan las cicatrices de la separación, pero ellos ya están juntos de nuevo, más enamorados que nunca, para deleite de sus voyeurs que los seguimos.
Los adolescentes hablan de amor, modulan la palabra, la dicen, la divulgan en las redes. Han devaluado el vocablo de tal modo que ni siquiera saben muy bien qué significa.

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