Conectados: La virgen decapitada

La gaviota que se arrojó contra el coche cuando estacionamos en La Rinconada, el perro que nos toreó al asomarnos por la bajada y hasta el estruendo de una ola al chocar contra el acantilado debió haber bastado para disuadirnos de entrar al parador más apartado de Las Grutas. No fue así.

Atrás quedaba Viedma y nuestros empleos, la ansiedad por empezar cuanto antes el fin de semana largo nos hizo desoír lo que ahora parece señal clara de peligro.

Del local solo quedaban los despojos de otros tiempos. Amancay lamentaba que allí donde habíamos comido las mejores rabas fritas de toda la costa rionegrina hoy era una montaña de basura. Recordaba con nostalgia a una moza colombiana que nos había regalado un free pass a Margarita mientras yo, indiferente, buscaba en el mar alguna ballena perdida que se dejara fotografiar.

El viento parecía traer desde el océano un adelanto de lo que sería el invierno. Pero cuando ella gritó mi nombre luego de ingresar por un ventanal roto, hasta la marea pareció revertir su curso y hacer silencio.

-Traé la cámara. Esto te va a encantar.

2

Una estatuilla de la virgen María decapitada y con las manos mutiladas descansaba en el centro de un pentagrama dibujado en el piso. Alrededor, cinco velas derretidas completaban el macabro hallazgo.

–¿Por qué pones esa cara? ¿Hay poca luz acá adentro?

–No, no es eso –respondí mientras buscaba con la máquina una nueva toma–. Algo se mueve alrededor de la figura cada vez que disparo el flash.

Amancay se acercó justo cuando el viento sopló de golpe, reavivando la llama de los cinco pabilos.

Decidimos que era buen momento para irnos corriendo.

–Después de Semana Santa acá solo quedan los fantasmas –bromeó Rolo, el encargado del Complejo, mientras abría el portón–. Vayan al ocho que es único duplex limpio.

Amancay diría mas tarde que si ese lugar estaba limpio no quería conocer el estado de los otros. El ronroneo del motor al subir la rampa y los pedregullos del ripio de la entrada hacían un ruido similar a la estática. Rolo gritó algo que se oyó como si hablara desde una radio mal sintonizada.

–Viejo loco –dijo ella mientras desprendió su cinturón de seguridad y acomodaba el equipo de mate.

–No le alcancé a entender.

–Que por las dudas igual nos va alcanzar agua bendita.

4

–Señor, acá le traigo la botella
–dijo Rolo por la ventana del living–, si necesita más le traigo.

–Lavandina sería mejor –gritó indignada Amancay desde la habitación de arriba.

Dejé la llave francesa sobre la mesa y fui a su encuentro. Le pregunté si era normal que saliera tanto olor a gas de la cocina.

–Ahora vengo con mis herramientas –contestó mientas dejó el envase en el marco de la ventana– Tenga cuidado con esto –y se perdió tras la cortina.

En ese momento se escuchó el sonido de la persiana en la planta superior. Se formó una correntada que sacudió el polvo de los muebles y desparramó aun más la mugre del piso.

La botella no resistió la caída.

5

La primera vez que vi lo que se llama un loco de remate fue cuando conocí a mi tío de Cinco Saltos. La impresión resultó tan grande que ya no puedo escuchar hablar de brujería, maléficos o cualquier tipo de mancia sin recordar el desencajado rostro de mi abuela al explicarme cómo se enfermó su hijo.

Yo no tenía más de once años, apenas entendía los alcances de las fuerzas oscuras por las novelas de terror que coleccionaba. Pero nada decían esos libros sobre adultos que usan pañales, se chupan el dedo y cantan canciones de iglesia cuando algo parecía molestarle.

Mi madre me había dicho durante el viaje que algo pasaba con el tío Braulio, como si eso alcanzara para evitarme la impresión. Fue mi abuela quien me explicó cómo funcionan los misterios de la mente humana.

–El era normal, no nació así como lo ves. Tenía tu edad cuando de camino a la iglesia se encontró con una gallina degollada sobre un pentagrama en medio de la plaza del centro. Las velas negras aun ardían en cada vértice de la estrella, entonces decidió que era mejor apagarlas. ¡No sé qué les enseñan en catecismo hoy en día! Él debía saberlo. Nunca hay que tocar los objetos utilizados para trabajos satánicos. ¡Esas cochinadas te ensucian el alma!

Braulio, que había seguido con la mirada cada movimiento de mi abuela, con el pañal pesado y su dedo gordo como micrófono interrumpió el relato a los gritos:

–Pon tu mano en la mano del señor de galileaaa…

6

Las Grutas es una ciudad que crece al margen del acantilado. Solo se puede acceder a la playa mediante diferentes bajadas distantes entre sí. Siguen una numeración ascendente hacia el sur, hasta que la barranca finalmente pierde altura y se disuelve en una playa de restinga.

La Rinconada es conocida como la bajada más aislada por ser la única coronada de médanos. La costanera tipo terraza se interrumpe en la anterior y se retoma en la siguiente, por lo tanto alrededor suyo solo tiene arena, yuyos y una pequeña playa de estacionamiento –vacía incluso en temporada alta.

Estoy en pareja con Amancay hace casi once años, de los cuales por lo menos siete hemos visitado la ciudad. Al principio en verano, pero pronto descubrimos que nos gusta más cuando no hay turistas abarrotando la playa ni vendedores ambulantes pregonando incansablemente sus productos.

Esta vez decidimos alojarnos lo más apartado posible del centro de la ciudad, y éste parecía ser el lugar indicado.

7

El asado tierno y jugoso –al principio la leña no agarraba fuego pero una pastilla de encendido dejó en claro quién manda en la parrilla–, el vino en cantidad y la música hard rock de un playlist de spotify me envalentonaron lo suficiente como para sacar el tema de las extrañas fotos que tomé a la Virgen Decapitada.

–Ni se te ocurra –me advirtió Amancay–, y menos de noche. Te va a pasar lo mismo que a tu tío Braulio.

Se le notaba en los ojos. La idea le había parecido muy, muy mala: improvisar un estudio en el duplex, buscar la estatuilla, ponerla bajo la luz adecuada y hacer una pequeña sesión de fotos.

¿Qué podría salir mal?

8

Todo oscuro, sin estrellas.

El rocío de otoño caía sobre una ciudad apagada. El ruido de las olas al otro lado del médano era menos que un arrullo. Al pasar delante de los otros departamentos del complejo, supuestamente vacíos, noté que las cortinas se sacudían como si las ventanas estuvieran abiertas.

Pero no había viento. Aquella noche no corría una gota de aire.

A mi mente acudieron las palabras de Rolo.

–Después de Semana Santa acá solo quedan los fantasmas. Vayan al ocho que es único duplex limpio.

Esa palabra me traía recuerdos.

¿No era acaso mi abuela quien buscaba limpiarle el alma al loco de mi tío a fuerza de rezos y plegarias? Si el departamento era, tal como Amancay había dicho, una verdadera pocilga, ¿de qué clase de suciedad nos advertía el encargado?

–Para algo sería el agua bendita –murmuré mientras abría el baúl del auto y sacaba la linterna.

9

No sé cómo explicarlo, pero en el mismo momento en que me colgué la linterna al cuello y alcé a la mutilada virgen de yeso supe que, en Cinco Saltos, el tío Braulio –el loco, el maldito– despertaba en su cama con los pañales rebalsados de pis y caca, entonando a gritos esa canción religiosa tan conocida en mi familia.

10

No lo puedo negar, sentí placer al contrariar las más elementales advertencias religiosas con las que me había criado. Pero también frustración al advertir que las fotografías, en las condiciones adecuadas, salían perfectas. Ya no había movimiento, solo la figura de María carcomida por la sal y el viento.

No hubo ningún ataque de esquizofrenia, ni sentí nada cochino ensuciarme el alma. La única secuela sería un dolor en el tobillo al torcerme con una piedra del ripio, pero eso era solo culpa del vino y no por otra cosa. Amancay se reía al ver en la pantalla de la cámara cada foto porque, en el fondo, ella también se había asustado.

–Es increíble que en pleno siglo veintiuno todavía haya quien crea en maléficos y brujerías –soltó superada.

–Sin embargo –le confesé con vergüenza–, estaba tan sugestionado de camino al parador que sentí como si alguien me estuviera mirando desde los duplex vacíos.

Amancay soltó la carcajada y se zampó lo poco que quedaba en su copa de vino.

11

Rolo, al otro lado de la ventana, no le veía la gracia. Empuñaba un cuchillo con los ojos fijos en la estatuilla, mientras mascullaba una plegaria furioso porque no habíamos respetado la limpieza del lugar.

Perfil


Ignacio Román González

Datos

Nació en Punta Alta, Buenos Aires (1985). Es profesor y psicólogo. Se formó académicamente en Bahía Blanca, donde residía al momento de publicar su libro de cuentos “Perspectiva Modelo” (Ediciones de La Cultura, 2011). Fue ganador de la primera edición del concurso de cuento de Editorial Planeta, con “¡Alte killer!”.
En el 2013 obtuvo el tercer puesto en la VII Edición del Concurso Provincial Haroldo Conti. Y en el 2016, el premio Pelos de Punta con la novela “La analogía del cielo” (LaOtraGemela Editora).
Desde el 2014 reside en Viedma.

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