El marino calabrés que se asentó en la costa del Nahuel Huapi

Partió del puerto de Calabria y tardó más de 50 años en regresar. Durante ese tiempo formó su familia en Bariloche sin dejar de mirar hacia el Mediterráneo.

Historias únicas: Livio Trícoli

Al final de la calle Elflein un pequeño cartel se asoma ofreciendo los recuerdos de un hombre. “Se venden barcos de madera”, propone una placa pintada a mano, decorada por pequeños moluscos y el bosquejo de un velero que se encuentra con un faro. Dentro de la casa, Livio Trícoli aguarda pacientemente a los interesados en llevar a navegar a sus barcos.

Acaba de cumplir 87 años pero el acento italiano no se le borra. Por las tardes sintoniza la RAI, el canal público de la península itálica, para sentirse cerca del mar Mediterráneo.

“Nací a una cuadra del mar”, comenta rodeado de embarcaciones de todo tipo.

Sobre el fogón una toma aérea de Crotone, una pequeña ciudad del sureste de Italia, que muestra orgulloso a todo el que pregunta.

El destino lo dejó en la cordillera pero cada tanto se acerca al Nahuel Huapi para extrañar un poco menos. Entre sus hermanos, Livio fue el único marinero cuyo barco encalló lejos de la costa, pero cada una de sus embarcaciones le permiten volver al sur de Italia cada vez que así lo desea.

Apenas llegado a la Argentina Livio consiguió ser contratado por la compañía Philips que se disponía a instalar antenas de comunicación en el sur. Así fue como recorrió parte de la Patagonia hasta que se asentó a orillas del Nahuel Huapi.

Sobre el fogón expone la última embarcación que talló con sus propias manos. “De una rama salen los barcos”, explica sobre un proceso que comienza con la selección del trozo de madera adecuado: “hay que buscar porque tiene que estar sano”, recomienda. Todas sus creaciones surgen de una sola pieza y hasta el mínimo detalle es tenido en cuenta para completar sus modelos.

Medio siglo después, todavía atesora en su memoria sus años en la región de Calabria. “Nosotros teníamos barcos allá”, relata sobre un pasado que le sirve de inspiración antes de comenzar a tallar. Cada barco requiere de unos diez días de trabajo, aunque no se apura. “Lo agarro un rato, una o dos horas y lo dejo”, comenta sobre el esfuerzo, y la paciencia, que requiere llevar adelante un astillero en la cordillera.

El taller de Livio tiene dos sucursales. Una está en el fondo de un pasillo y todas sus paredes están cubiertas por barcos de distintos tamaños y colores. La otra está frente a una ventana que da a la calle y que, en invierno, lo resguarda del frío por el fogón que enciende a su lado.

“Es mucho laburo de entrada”, asegura sobre las primeras maniobras que incluyen un hacha para definir la proa y la popa. Este carpintero naval solo se excusa de usar sus manos cuando tiene que tomar la máquina de lijar.

El nivel de detalle de cada barco es tal que un navío pirata le puede llevar casi un mes, incluyendo cañones, barcos salvavidas hechos con cáscaras de nueces, el timón y los postes en los que encastrará velas cosidas a mano.

La fábrica surgió hace unos 10 años. Cuando Livio decidió dejar de trabajar y darle más tiempo a su esposa María Rosa, con quien lleva más de 50 años de casado, y a su salud. Tras un cálculo pormenorizado, explica que más de 200 barcos fueron construidos en su casa.

“Hacer los barcos me reconforta”, reconoce sobre un pasatiempo que, junto a la tecnología, terminó de acortar distancias con su familia y la costa crotona.

Por lo general, cada comprador bautiza su embarcación. Pero si permanece mucho tiempo en su casa termina por adoptar algún nombre en italiano. Este es el caso del Amba Doria, un acorazado de la Segunda Guerra Mundial que transformó en un barco pesquero “de altura”, de esos que permanecen meses en el mar.

Solo uno de sus barcos tiene un nombre que no evoca al pasado. “María Rosa”, reza un pequeño letrero hecho a mano. Así se llame el amor de su vida, ese con el que comparte el mismo barco para navegar la vida.

Datos

“Nací a una cuadra del mar”, comenta rodeado de embarcaciones de todo tipo.
“Hacer los barcos me reconforta”, reconoce sobre un pasatiempo que, junto a la tecnología, terminó de acortar distancias con su familia y la costa crotona.

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