Pochi, un pionero que pedaleó para hacer historia

Dueño de la bicicletería más antigua de la ciudad, Héctor continúa la tradición que comenzó junto a su padre. Promotor del ciclismo, hace un repaso por sus inicios.

Historias únicas: Héctor Enrique Gingins

El barrio Lera atesora un pequeño trozo de historia de Bariloche. Al fondo de una antigua casa, cuyas paredes se visten de color rosa, está Pochi, el hombre que continúa reparando bicicletas para que sigan rodando por las calles de la ciudad.

La bicicletería es algo de familia. Hace medio siglo que el taller está en el mismo lugar y no parece tener fecha de vencimiento. “Soy la cuarta generación de Gingins”, dice con orgullo Héctor Enrique acerca de sus antepasados, esos que llegaron a la región en 1895 cuando el poblado cabía en los terrenos del Centro Cívico.

En el taller de Pochi se detiene el tiempo. Los que se acercan reviven su infancia y transmiten su sentir a sus hijos, a quienes les obsequian su primera bicicleta de entre las más de quinientas que se guardan en el patio de 9 de Julio al 600.

El comienzo se remonta a la década del 60. Por aquel entonces Pochi trabajaba como cadete en la técnica de la familia Pasqui y, de tanto conocer a los transportistas que traían muebles, se le ocurrió hacer que su padre incursionara en el rubro de las bicicletas.

“Mi viejo vio que el ramo era bueno”, recordó sobre los primeros pedales que salieron con el sello de confianza de los Gingings. Pochi tenía 17 años, aunque asegura que trabaja desde los 11, cuando decidió dejar la cadetería y acompañar el nuevo negocio familiar.

Primero fueron las ventas y los alquileres, luego llegaría el tiempo del primer taller. “Fuimos pioneros”, dice y agrega que desde el mostrador surgió el Pedal Club 9 de Julio al notar la falta de la práctica del ciclismo deportivo.

Con ese mismo empuje, a finales de los 70 logró que el municipio le ceda las tierras en la que años más tarde se construyó el velódromo. “Lo inauguramos en 1982”, rememora sobre el trabajo que incluyó a varios barilochenses.

Las historias de pueblo son inseparables en el mundo de Pochi. Forman parte de los relatos que se transmiten de una generación a otra, tal como hacían sus antepasados. Aquellos que abandonaron suelo europeo para cruzar los oceanos y llegar a tierra en la isla de Chiloé.

Su cercanía con las dos ruedas data de ese tiempo. Al llegar a la Patagonia, los Gingins construyeron sus propios carros y, con la fuerza de sus bueyes, se dedicaron a transportar alimentos y muebles hasta Neuquén o General Roca.

“Lo vas a ver en el Museo de la Patagonia”, promete acerca de las fotos que sirven de testimonio. Por aquel entonces la familia estaba abocada a la siembra de trigo en los pequeños campos que labraron en la zona.

“Sería lindo hacer el camino inverso”, sueña acerca de la posibilidad de recorrer los pasos que dejaron sus ancestros en la región hasta los cantones suizos.

Pochi es un hombre inquieto. Comenzó a trabajar a los 11 años enmarcando fotografías. Todavía lo hace. Tiene otro taller en el que apila las imágenes que sus clientes le encargan para luego decorar las paredes de sus casas.

Esa facilidad para dedicarse a diferentes rubros le sirvió durante las épocas más difíciles de la década de los 90.

Es que la bicicletería recibe trabajo durante el verano pero, en esta región del globo, el uso de las dos ruedas queda vedado por las bajas temperaturas. “Descansamos durante dos o tres meses”, bromea sobre la baja en las ventas.

Pero fue durante esa década difícil en la que Pochi surgió como pionero de otro rubro: las excursiones por la ciudad. Por aquel entonces tomó un carro, casi emulando a sus bisabuelos, lo equipó para que se convirtiera en el vagón de una formación y poder llevar a los turistas por las calles del centro y el Alto de la ciudad. Un panorama distinto.

Entre risas Pochi vuelve a su taller. Ese en el que pasa la mayor parte de sus días y resiste el paso del tiempo.


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