Un sueño de más de 20.000 kilómetros

De Lago Puelo a Roma cuidando casas: dos viajeros argentinosdan la vuelta al mundo haciendo house sitting.

Un viaje nunca comienza cuando parece comenzar sino antes, mucho antes. A veces comienza con la ventana al atardecer y una ciudad que habla. Otras veces con el viento fresco, que trae rumores y palabras de idiomas perdidos. Para mí los viajes comenzaron de pequeña, cuando un Lago Puelo solitario y húmedo se abría ante los primeros pasos de una infancia tranquila.

Fueron viajes las idas y vueltas por el bosquecito de arrayanes, y esa vez que encontramos las manzanas cocidas por un incendio de verano. Fueron viajes las veces que entre las pitras buscamos pistas de la presencia de los duendes, o de la ausencia de las nubes. Y las sucesivas construcciones de casas en los árboles. Eran idas y venidas transformadoras, en búsqueda de clavos, tablas, sogas, tornillos, así como lo eran los debates sobre la altura, los pisos, las ventanas, de esas casas a las cuales no pudimos subir tantas veces como hubiéramos querido, porque la firmeza de la idea nunca se correspondió con el color de la madera. Y eran viajes las pequeñas lagunas de pasto verde en medio de las rosas mosqueta, por supuesto. De allí escuchábamos, a lo lejos, gritar sobre lo pronto de un almuerzo, lo caliente de alguna comida de invierno, la obligación de las habitaciones. Nada importaba, estábamos viajando en la forma de las nubes, en el sabor de las frutas.

Sí, vivir en un parque nacional fue una mágica forma de comenzar este viaje. Luego, cuando mis padres compraron el famoso Torino azul en Santa Fe y con él recorrimos muchísimos lugares de Argentina, algo comenzó a tomar forma adentro mío: la sensación de mirar por la ventanilla del auto y contar los palitos que formaban un eterno alambrado, o acostar la mirada en la ruta y solamente sentir los sonidos de un camino recto y fácil. También el aroma de las mandarinas: el famoso cajón de mandarinas que a mi padre se le ocurrió colocar entre medio de mi hermano y yo, de forma que nuestras arduas peleas se resolvieran en algún simple final.

Las mandarinas funcionaron sólo unos pocos días, porque encontramos otra nueva forma de disputa: esta vez ganaba el que comía el gajito más pequeño de todos, por lo cual seguramente alguno terminaría llorando frente a la derrota. Pero las mandarinas quedaron grabadas en mi memoria como otra forma de viajar, y el sonido del viento zumbando entre las manos llenas de semillas, me recordará siempre esa distancia preciosa que separa Piedra del Águila de Bariloche.

Porque los viajes comienzan cuando los sentidos se extienden, abren la puerta, se desperezan, y por eso las mosquetas, el pasto húmedo, los radales, las pitras, los zorzales, la fruta fresca, fueron formas también de volverme viajera.

Ahora que recuerdo mi infancia y miro por la ventana de esta casa en Olevano Romano, Italia, concibo una infancia feliz, rodeada de la naturaleza fresca y joven de la Patagonia. Nunca más en mis viajes volví a encontrar esos colores, esos gestos de la naturaleza hacia mí, que caían como cerezas corazón de paloma sobre los dedos. Pero desde Lago Puelo comencé a viajar, y simplemente por eso es importante, así que ya he dejado de buscar en el mundo el lugar que se le parece. Simplemente me he dedicado a llenar los sentidos de otros tipos de mundos.

Naturaleza

Y fueron tan fuertes las señales de la ruta, que en años posteriores, ya sin Torino azul, ni padres, ni mandarinas, tuve la oportunidad de seguir conociendo mi país. A Cataratas del Iguazú llegué de casualidad, y también a Paraguay, país en donde el turismo es una rara ausencia y permite conocer un silencio de ruinas desiertas. Y luego Bolivia, y Perú, países tan diferentes entre sí y tan especiales ambos. Y Chile, el país limítrofe más hermoso, lleno de olas, gaviotas y selvas frescas. Mi último viaje en Latinoamérica fue a Uruguay, un país pequeño, y no por eso menos majestuoso. Fue un último viaje, un adiós al español de variantes y regiones, un adiós a la naturaleza sin límites, una despedida de ese continente único y salvaje. No por nada el “realismo mágico latinoamericano”, fue una escritura que se expandió al mundo. Por alguna razón tuvo ese nombre, y lo tuvo gracias a la singular mezcla de cultura y naturaleza que vivimos cada día quienes en aquel continente habitamos.

Crónica de viajes

Había dos cosas que siempre me provocaron muchísima pasión: la escritura (y la lectura, claro), y los viajes, así que de a poquito fue acercándome a esto que hoy llena mis días de un color especial. Hasta los 21 años viví en Olavarría, una ciudad con alma de pueblo en el centro de la provincia de Buenos Aires, en donde estudié con muchísima dedicación Antropología Social. Allí conocí a aquellos viajeros que desde hace muchísimos siglos atrás navegaban mares desconocidos sin rumbo fijo. Alguien me dijo una vez: “Antropología es una carrera para vivirla, no podés sólo estudiarla” y así fue como licenciatura y cotidianidad me llevaron de la mano hacia nuevas formas de conocer, entender y pensar mi país y el mundo.

Luego de algunos meses viviendo en Capital Federal y en las sierras de Córdoba (lugar en el que nací hace exactamente 27 años), arribé a la ciudad de Córdoba. Allí viví cuatro años: me apropié de sus calles, sus jacarandás y su espeso y cálido viento de agosto. Y en Córdoba, además de estudiar Letras Modernas y seguir conociendo formas de escribir acerca de los viajes, y de la experiencia que significa estar inmerso en una cultura determinada, conocí a Ramiro, con el cual comencé el viaje más largo de mi vida.

Arribar a Europa

El día 21 de marzo de este año, aterrizamos a Venecia. ¿Pero cómo? ¿Y por qué? En Córdoba teníamos una hermosa vida: trabajábamos, estudiábamos, cuidábamos una cachorra llamada Sassy (que un día de lluvia se fue de viaje ella también). Vivíamos en uno de los barrios más hermosos y tranquilos de la ciudad, en una casa con balcón a las nubes naranjas de la tarde. Fue una hermosa etapa, pero algo latía: tanto para Ramiro como para mí había llegado la hora de cruzar el Atlántico. ¿Con qué fin? Con el fin de saber quiénes éramos en otro lugar, en un mundo diferente. Con el fin de saber si Córdoba era nuestro lugar en el mundo, o no. Y por supuesto, con el fin de viajar, porque desde que Ramiro llegó a una de las cimas de la Cordillera Blanca, en Perú, y miró hacia abajo, supo que su vida tenía la forma de dos palabras: fotografía y mundo.

Venecia fue la primera ciudad europea que conocimos. La primera ciudad en la que calculamos pesos por euros, y escuchamos este dulce y a la vez arrogante idioma italiano. Y también este continente fue en el que creamos una nueva forma de vivir, viajar y trabajar, denominada house sitting.

Hoy escribo en Olevano Romano, a 40 kilómetros de la ciudad de Roma. Afuera hace frío. El invierno llegó a Italia. El fogón prendido me recuerda las cocinas y rituales sureños de ese invierno gris que habita meses por encima de los techos de las casas.

Cuidamos la casa de Jim, un piloto estadounidense, y a sus tres hermosas mascotas: Jerry y Sally (los perros) y Oscar (el gato). Esta forma de viajar nos permite vivir los lugares a través de sus ciclos propios, tener tiempo de reconocer las particularidades de cada espacio habitado, hacer amigos, aprender idiomas, recorrer tranquilamente cada país, sin la urgencia que a veces impone un determinado tiempo de viaje. Así hemos conocido España, Italia y República Checa, un país del cual sabíamos poco y nada, y sin embargo no paró de sorprendernos durante los dos meses en que residimos allí.

Además, trabajamos mientras viajamos, por lo que no podríamos dividir jamás nuestra vida en horas de trabajo y vacaciones: a través de nuestro blog de viajes nos hemos puesto en contacto con una hermosa y solidaria comunidad viajera, con la cual compartimos cada día anécdotas, experiencias y consejos.

Nuestras próximas casas para cuidar se encuentran en Turquía y en Fiji, lo cual trae nuevos desafíos a esta nueva forma de vida, ya que son países diferentes, muy diferentes a nuestra lejana y querida Argentina, no sólo en lo que respecta a sus idiomas oficiales, sino al modo en que todo lo cotidiano se desarrolla cada día.

Viaje local

Y este es un espacio para hablar de esta nueva y mágica forma de viajar, para mostrar a través de fotografías y escritos, poesías, relatos, diálogos, murmullos que brotan de las paredes de estas casas tan diferentes, estos pequeños rincones que caminamos cada día como si fuésemos locales. Praga, esa ciudad mágica que nos cautivó desde el primer momento en que la conocimos. Pisa, reconocida por su torre inclinada pero con muchas cosas más para mostrar. Andalucía, esa región única de España en donde los quiosqueros siguen escribiendo con tiza las recomendaciones del día. Venecia, ciudad de puentes y sabores. Roma, por supuesto, y esta región única de Italia llamada Lazio. También queremos compartir con ustedes lo que hemos aprendido acerca de house sitting. ¿Qué es? ¿Dónde surgió? ¿Cómo dejar tu casa al cuidado de un viajero o convertirte en cuidador de casas por el mundo?

Así comienza este sueño por el mundo, llenándose de infancia y de recuerdos de esa Patagonia que, aunque lejana, preparó nuestros sentidos para degustar el aroma a café italiano o vislumbrar el sutil color que el sol andaluz desprende en sus orillas. Un sueño que comenzó hace casi nueve meses atrás, y que les iremos narrando de a poco, como se narran las historias alrededor de un fogón sureño, mientras se miran las estrellas y se escuchan, seguramente, los rumores de algún lago cercano.

www.caminomundos.com

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Magalí Vidoz

Fotos: Ramiro Ramírez


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