En Viedma y Chapadmalal, dos bodegas cerca del mar

En Argentina también se pueden hacer vinos oceánicos. Vinos con brisas saladas que recuerdan a los blancos neozelandeses, al albariño gallego o a los tintos de Burdeos...

En Viedma y Chapadmalal, dos bodegas cerca del mar

En Argentina también se pueden hacer vinos oceánicos. Vinos con brisas saladas que recuerdan a los blancos neozelandeses, al albariño gallego o a los tintos de Burdeos…

María Josefina Cerutti (*)

“El 90% de los vinos que se producen en el mundo se cultivan en clima oceánicos”, comenta Marcelo Belmonte, gerente vitícola de Bodegas Trapiche: sudafricanos, europeos, californianos, australianos o neozelandeses, la gran parte de los vinos que hemos aprendido a saborear se alimentan de climas oceánicos o marítimos.

Los vinos marítimos también empezaron con los griegos. Allá lejos hace mucho tiempo, los “inventores” de la democracia nos enseñaron no sólo a hacer vinos, sino también a festejarlos, disfrutarlos y contarlos. El gran comunicador fue Dionisio, el dios griego del vino, que navegaba entre una “polis” y otra para difundir los placeres del fermentado más rico. Conocido como el “macho-hembra” o “el bailarín”, Dionisio fue el único dios que moría y volvía a nacer.

Tierras de arena y fósiles. Viñas perfumadas de mar. Mar perfumado de mosto, navegado y anclado en botellas que cuentan de rutas y viajes truncados. Mediterráneo, cuna del vino que nos llegó por el Atlántico.

El mar, el vino. La marea y el mareo. Mar y vino siempre juntos. La relación entre el vino y el mar es tan antigua que, para los líricos griegos, los participantes del simposio (esa reunión de hombres dedicados a honrar a Dionisio), eran navegantes dispuestos a emprender un viaje.

Hubo en Mendoza una creencia popular que decía que en Argentina sólo se podía hacer vino al pié de los Andes. Frutado, con mucho sol y gran amplitud térmica, es el vino de altura. Pero en Argentina también se pueden hacer vinos oceánicos. Vinos con brisas saladas que recuerdan a los blancos neozelandeses, al albariño gallego o a los tintos de Burdeos, por ejemplo.

Trapiche y Tapiz, aún estando a 700 kilómetros de distancia, son las dos bodegas que apostaron al viento y al océano. Costa y Pampa de Trapiche, en Chapadmalal, a seis kilómetros del mar; y Wapisa de Tapiz, en San Javier, Viedma, a 30 kilómetros de las olas.

“Cuando en Trapiche buscábamos una zona vitivinícola con influencia oceánica, una noche de verano, mientras comíamos asado en una estancia cerca del mar, nos llamó la atención que las temperaturas nocturnas fueran bajas y que el sol calentara tanto la arena durante el día. Semejante amplitud térmica, para nosotros, los enólogos, nunca pasa desapercibida. Decidimos experimentar ahí con variedades para espumantes porque son uvas que necesitan menos madurez que las destinadas a vinos tranquilos”, comenta Belmonte, supervisor del proyecto con Daniel Pi, chief wine maker de Trapiche, que plantó 25 hectáreas de viñedos en las Sierras de Tandilia (desde Olavarría hasta Cabo Corrientes en Mar del Plata).

Los viñedos se asientan en la cresta de una tosca de carbonato de calcio. La bodega exporta partidas escasas todavía a Gran Bretaña, Estados Unidos, Noruega y Lituania.

“Costa y Pampa hace vitivinicultura de secano. Viñedos que se alimentan de lluvias, sin riego artificial, a diferencia de los vinos al pie de Los Andes. Entre fines de septiembre, cuando brotan los viñedos y fines de abril cuando hacemos la vendimia, llueve entre 450 y 520 mm. ¡Milímetros impensados para Cuyo!”, comenta Belmonte.

El clima húmedo y más frío es ideal para las variedades de ciclo corto. También son tierras que brindan la posibilidad de cultivar cepas poco conocidas en Argentina, como Riesling-Gewürztraminer, y otras más conocidas como Chardonnay-Sauvignon Blanc, y Pinot Noir entre las uvas tintas. “El año próximo presentaremos el Albariño, una variedad originaria de Galicia muy expresiva con notas aromáticas a especies y flores blancas”, adelanta Belmonte.

A diferencia de los vinos de montaña, los vinos de climas oceánicos, siempre ventosos, son frescos, con menos azúcares y baja graduación alcohólica. “El viento -dice Belmonte- tiene un efecto particular sobre la temperatura de la uva que, al cerrarse para defenderse del frío, evita la pérdida de aromas que luego nos darán un vino más elegante y delicado”.

Costa y Pampa también se propone como alternativa turística enoturística. La bodega está construida en antiguos silos transformados.

El vino de la costa oceánica es un desafío enorme. Compramos 120 hectáreas de viñedos. La zona es muy parecida a Burdeos. Siempre digo que los franceses tienen la Bahía de Arcachon y nosotros el Río Negro. En las dos zonas, ostras y vino blanco”, comenta a su vez Patricia Freuler de Ortiz, de Bodega Tapiz, que este año presentó Wapisa, su línea de vinos oceánicos. Wapisa quiere decir ballena en la lengua de los yamanes, antiguos habitantes de la Patagonia.

Patricia está trabajando con el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) para crear una denominación que no entraría en la categoría de vinos patagónicos, sino en una nueva que podría ser “patagónicos atlánticos”.

Por ahora, Tapiz decidió hacer producir 60 hectáreas donde plantó Albariño, Sauvignon Blanc y Pinot Noir. “La diferencia con los vinos de montaña es que los oceánicos son más cítricos, más minerales y filosos”, dice Patricia,

Para Jorge Lascano, también propietario de Tapiz / Wapisa, la apuesta fue una novedad porque “en un país tan grande como el nuestro, el vino y sus territorios todavía no han dado todo lo que podrían dar”.

(*) periodista gastronómica


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