11-S: 20 años después, un Estados Unidos más vulnerable trastoca el orden global

Los atentados más mortíferos de la historia dejaron casi 3.000 muertos. En dos décadas la superpotencia pasó de una “guerra al terrorismo” a la disputa por la supremacía global con China.

Francesco Fontemaggi y Shaun Tandon/ AFP


Un trueno en un cielo que parecía tan diáfanamente azul. El 11 de septiembre de 2001, ataques sorpresivos golpearon a un Estados Unidos que se creía intocable tras ganar la Guerra Fría y destrozaron la ilusión de un futuro pacífico. Cuando los atentados de la red islamista Al Qaida mataron a casi 3.000 personas, Estados Unidos, y el mundo con él, se sumergieron en una “guerra contra el terrorismo” que dominará las relaciones internacionales por dos décadas, alterando el equilibrio en Medio Oriente y enmascarando el resurgimiento de Rusia como rival estratégico y la aparición de China como el nuevo adversario número uno.

“Hoy llegamos al final de un ciclo estratégico y cerramos un paréntesis donde el yihadismo internacional era el único enemigo identificado”, dijo Elie Tenenbaum, coautor de libro “La guerra de veinte años”.

Según este investigador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), “la competencia estratégica entre grandes potencias vuelve a ser el paradigma internacional”, con “el surgimiento de otras cuestiones que relativizan la amenaza terrorista”, empezando por un enfrentamiento con aires de nueva guerra fría entre Washington y Pekín. Para mostrar que finalmente el círculo se había cerrado, Joe Biden quería que este vigésimo aniversario coincidiera con la retirada total de las fuerzas estadounidenses de Afganistán, invadido tras los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono para dar caza a Al Qaida, que los había perpetrado, y expulsar a los talibanes, que habían ofrecido un santuario a la red yihadista.

Fuego y humo tras el ataque en la torre norte del World Trade Center, el 11 de septiembre de 2001. (AP Photo/David Karp)

Pero el símbolo se ha vuelto en contra : en vísperas del 11 de septiembre de 2021, los talibanes vuelven a controlar Kabul, gracias a una meteórica victoria sobre el ejército afgano que Washington se jactaba de haber formado, financiado y equipado.

Si “el círculo parece estar bien cerrado” es porque esta parte del mundo corre el riesgo de acoger una vez más a “extremistas muy violentos”, deploró Mark Green, legislador republicano en el momento de los ataques y hoy presidente del instituto de investigación Wilson Center.

La brusca salida de Afganistán reaviva el debate sobre el controvertido legado de estos conflictos lanzados por los estadounidenses a miles de kilómetros de casa en nombre de la sacrosanta “seguridad nacional”.

“Guerra contra el terrorismo” fue la expresión acuñada por el entonces presidente George W. Bush desde la noche del 11 de septiembre de 2001. Era tiempo de unanimidad. Con casi 3.000 muertos en casa, Estados Unidos estaba impactado como nunca desde el ataque a Pearl Harbor en 1941, y debía contraatacar.

Ese año 2001 inclinó al mundo hacia el nuevo milenio. Terminaba una década, la de 1990, durante la cual Estados Unidos adquirió el estatus un tanto engañoso de superpotencia. La caída de la Unión Soviética y la Guerra del Golfo, seguida de la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), establecieron la idea de una supremacía total de Estados Unidos. El intelectual estadounidense Francis Fukuyama incluso evocó el “fin de la historia” con la victoria de la democracia liberal.

Para Andrew Bacevich, presidente del Quincy Institute for Responsible Statecraft, esta “arrogancia ideológica” y esta “creencia de que las fuerzas estadounidenses eran invencibles” tuvieron consecuencias.

Llevaron a Bush y a quienes lo rodeaban “a ver el 11-S no sólo como una bofetada imperdonable, sino también como una oportunidad para demostrar, sin sombra de duda”, el pretendido superpoder estadounidense, dijo.

“Nosotros o los terroristas”


Colin Powell, George Bush, Dick Cheney, protagonistas de la «guerra contra el terrorismo». (AP Photo/Doug Mills, File)

Rodeado de neoconservadores intervencionistas decididos a promover el “modelo democrático” en todo el planeta, el presidente republicano ofrecía una definición muy amplia de su “guerra contra el terrorismo”.

“O estás con nosotros o estás con los terroristas”, resumía “W. En enero de 2002, cuando los talibanes habían sido derrocados y Al Qaida ya había sufrido considerablemente, Bush designó un “eje del mal” muy alejado del objetivo inicial, integrado por Irán, Irak y Corea del Norte.

Y su gobierno se embarcó en una peligrosa guerra en Irak, acusando sin pruebas a Sadam Husein de esconder armas de destrucción masiva. Pero se equivocó: “La unanimidad se erosiona muy rápidamente” y “la imagen de Estados Unidos no cesa de caer”, subrayó Tenenbaum.

La invasión de Irak, en 2003, “reflotará ideológicamente al yihadismo internacional que, de hecho, estaba bastante debilitado después de 2001”, dijo. Una nueva generación de extremistas emergió, formada por jóvenes de la región pero también por occidentales, que van a enfrentarse a las “fuerzas ocupantes” tras la caída de Sadam.

Diez años después, la salida de los estadounidenses dejó un vacío que favoreció el surgimiento del grupo yihadista Estado Islámico (EI) y su “califato” en Irak y Siria. Y Washington se vio obligado a volver, en 2014, con una coalición militar internacional.

Imagen empañada


Restos del World Trade Center tras el ataque. (AP Photo/Alexandre Fuchs)

El balance de la guerra contra el terrorismo es por lo tanto mixto, por decir lo mínimo.

Más de 800.000 personas han muerto, con un alto precio pagado por civiles iraquíes y afganos, a un costo de más de 6,4 billones de dólares para Estados Unidos, según un estudio de 2019 de la Universidad de Brown.

No hubo un nuevo 11 de septiembre, pero los espectaculares ataques del EI han dejado a Europa de luto y la amenaza terrorista persiste, aunque más difusa y descentralizada: hoy hay dos o tres veces más yihadistas en todo el mundo que en 2001.

En cuanto a la imagen de Estados Unidos, está empañada. El uso de la tortura, la apertura de la prisión de Guantánamo, en Cuba, para privar a los acusados de las protecciones constitucionales estadounidenses, o incluso la trivialización de las “eliminaciones selectivas” por drones , han puesto a la potencia mundial al margen del Estado de derecho.

La observación de Marsin Alshamary, especialista en Medio Oriente radicada en Bagdad, “el 11-S desató dos guerras que cambiarán para siempre el equilibrio de poder en la región”.

El debilitamiento de Irak ha fortalecido paradójicamente “el poder regional de Irán”, el gran enemigo de Estados Unidos, “empujando a Arabia Saudita a reaccionar en una competencia con efectos desastrosos”, dijo.

China, “desafío” del siglo

Un cierto consenso se perfila hoy: la guerra contra el terrorismo se ha esfumado. Al justificar la retirada de Afganistán, Biden argumenta que Estados Unidos debe reservar fuerzas y recursos para enfrentar a sus “competidores estratégicos reales, China y Rusia”.

Es además Pekín, y ya no el terrorismo, lo que la administración Biden ha erigido como “el mayor desafío geopolítico del siglo XXI”, al unísono con la gran mayoría de líderes, diplomáticos e intelectuales estadounidenses.

Para Bacevich, se está “a la deriva hacia una nueva Guerra Fría con China”. “Es un cambio hacia un nuevo escenario en el que se reanudará el esfuerzo por preservar o restaurar la primacía estadounidense”, dijo.


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