«No me importa que sea peronista, me importa que trabaje bien»

Eso le dijo Don Fernando Rajneri, fundador de este diario, a Hugo Garrido, quien en 1955 le vino a pedir trabajo cuando lo echaron por peronista del Correo en Neuquén. Así empezó una historia que involucra a cuatro generaciones de la familia Garrido como distribuidores de Río Negro en Neuquén.

Es septiembre de 1955 y Hugo Garrido es despedido de su trabajo como telegrafista en el Correo de Neuquén. Lo echan por peronista en los tiempos de la sangrienta Revolución Libertadora. Necesita con urgencia conseguir un nuevo empleo y alguien le dice que pruebe en el Río Negro, que con su oficio podía tener suerte. Pocos días después, luego de almorzar, se sube a su moto Zeppe fabricada en Hungría y maneja unos 50 km a los saltos por la ruta 22, de tierra y poceada, hasta Roca. Lo acompaña Nélida Baier, su mujer. Se presentan en la sede central y los atiende don Fernando Rajneri, fundador del diario.

Hugo le explica la situación y no esconde ningún dato. “Mire que yo soy peronista”, le dice. Don Fernando tampoco duda: “A mí no me importa que usted sea peronista, me importa que trabaje bien”, le responde. “Vuelva a las seis de la tarde, vamos a hacer una prueba”, le indica.

Hugo Garrido. Su padre viajo en moto de Neuquén a Roca para buscar trabajo. Así empezó la relación de la familia con Río Negro.

Hugo y Nélida hacen tiempo, dan una vuelta en moto, esperan afuera. Casi setenta años después ella no recuerda si pararon a tomar algo, pero sí que cuando llega el momento Don Fernando observa con atención a ese hombre concentrado que no falla con el telégrafo. Y que después le estrecha la mano y lo despide así: “Empieza mañana a las 18”.

Así empieza también la historia de Hugo Garrido como distribuidor del diario. Porque se le ocurre llevar 10 periódicos en la moto de regreso a casa a la una de la madrugada para que sus padres Eduardo y Sabina vendan en la zona centro oeste en Neuquén, hoy parte de la locomotora de la Patagonia pero hace 70 años estaba despoblada, tenía una chacra abandonada enfrente y pocos vecinos cerca, aunque justo les tocó una que se les quejaba por el gallinero y lo tuvieron que sacar.

A la izquierda, Eduardo Garrido, la primera generación con el diario. A su lado, Nélida.

Es una radiante mañana de otoño y la luz que se filtra por la ventana le ilumina la mirada. Nélida apura un mate y continúa con el relato, sonrisa franca, puro entusiasmo a los 88. Cuando Hugo trae los primeros diarios aparecen más clientes y se le complica para llevar más ejemplares en la moto, pero en 1958, cuando Río Negro pasa a circular todos los días, comienzan a llegar en colectivo de línea y después en camioneta y todo cambia: cada vez son más y ella reparte a canillitas y puntos de venta a pie, en bicicleta, en moto y más tarde en auto. Mientras su pequeña hija Sabina juega con los vendedores que vienen a buscarlos, comprueba lo pesados que son los paquetes de 200 ejemplares.

A la izquierda Hugo Garrido, el telegrafista que buscó trabajo en el río Negro cuando lo echaron del correo en 1955. A la izquierda, Nélida.

Si se alborotaban los canillitas a la espera de que les dieran los diarios, Hugo encuentra una solución: tira una pelota al medio y santo remedio. «Se armaba el picado y listo», cuenta su hijo.

Tantas décadas y noticias después, hoy ya son cuatro las generaciones de la familia involucradas con la distribución de Río Negro en la capital provincial. Un trabajo silencioso, anónimo y sacrificado con los horarios cambiados y sin feriados que les permitió, les permite, ganarse la vida.

Los ojos de Nélida lo vieron todo: de la muerte del Che a la conquista de la Luna, de la guerra de Vietnam al Choconazo, de la bendita 22 que nunca se termina a los nuevos puentes. De los tiempos fundacionales de don Felipe a esta Neuquén llena de petroleros y 4×4, de aquel páramo a este barrio Greloni y todas sus casas y sus habitantes. Y ahora, en el recuerdo, aún la asombra aquel furor por el diario en los 60, los 70, los 80.  

“Era algo impresionante, yo iba y venía de un lado para el otro con los diarios para llevar los paquetes a los canillitas y los kioscos. Si había un accidente la gente buscaba saber qué pasó, a quién le pasó. Y así con todo, porque si no tenías el diario te faltaba algo, eso sentían los clientes”, dice.

"Llegaron tarde, ya me chorearon"

Ahora, para repasar picos de venta que siguieron, toma la posta su hijo Hugo (65). Es hermano de Sabina y padre de Eduardo (33), la cuarta generación: “La guerra de Malvinas, cuando Alfonsín ganó las elecciones, el caso Carrasco, las Torres Gemelas”, enumera entre otros. Como toda la familia, desarrolló el olfato para detectar qué es lo que más les interesa a los lectores, la calle le dio el pulso para saber si pedir más o menos ejemplares para acercar a los kioscos que abastece, que hoy son 43. “Y yo le digo ‘Hugui’, si tenés que salir andá, que yo entrego los diarios”, cuenta Nélida.   


Disparos en la madrugada


No todos los recuerdos son agradables, como aquella noche de los 80′ que entraron a robarles a punta de pistola dos hombres que pasaron caminando con dos mujeres, relojearon, volvieron sobre sus pasos y encañonaron a Hugo, que estaba en el sector de la casa desde donde salen los diarios.

Eduardo, Hugo y Nélida, una vida con el diario. Por aquí los entregan. Foto: Matías Subat.

Se llevaron toda la recaudación y esa misma noche otros dos ladrones entraron a asaltarlo. “Llegaron tarde, ya me chorearon”, les dijo. Revisaron, comprobaron que no mentía. Pero insistieron. “¡Dame algo, dame algo!”, le exigía uno. Al final se llevaron un control remoto. Así que no quedó otra que reforzar las medidas de seguridad para protegerse.

Y otros recuerdos son deliciosos. Como cuando Hugo padre tenía problemas estomacales y debía tomar leche, pero la que les vendían estaba demasiado rebajada y no le servía. Entonces Nélida propuso pedir un préstamo para comprar una vaca. “No se si nos van a dar un crédito a sola firma”, dudó él. Pero fueron igual a la sede del Banco de Río Negro y Neuquén en Cipolletti y le contaron el caso al gerente Isla. Como la charla se hacía larga en un momento le dijeron que no le quitaban más tiempo, que se iban. “Bueno, pero antes pasen a retirar la plata del crédito”, respondió.

En la familia todos dan una mano para distribuir el diario. Foto: Matías Subat.

“Nos compramos la vaca y el ternerito. Y mi marido mejoró”, dice Nélida y vuelve a sonreír, como cada vez que evoca las anécdotas de esta historia que unió a sus suegros, su marido, sus hijos y sus nietos con las noticias del barrio, de la provincia y del mundo.


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