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Crisis de los misiles: una lección desaprendida

Hoy el riesgo recrudece con la escalada de la guerra en Ucrania, y la amenaza de las armas nucleares vuelve a ponernos en vilo.

*por Eduardo Tempone, Diplomático

Cuando el 14 de octubre de 1962 un avión espía estadounidense fotografió la construcción de sitios de lanzamiento de misiles soviéticos en Cuba, Estados Unidos bloqueó la isla y debatió durante 13 días la posibilidad de invadirla. La proyección de esos misiles era suficiente para alcanzar gran parte de la costa este de los Estados Unidos.

Mientras la tensión aumentaba, el mundo se enfrentó, aterrorizado, a la posibilidad de un cataclismo nuclear. La guerra parecía inminente. Sin embargo, hubo una fuerte y secreta voluntad de acuerdo. Nikita Khrushchev accedió a retirar los misiles soviéticos ofensivos, si Estados Unidos se comprometía a no invadir Cuba y a retirar los misiles nucleares estadounidenses de Turquía. Para el 28 de octubre, todo había terminado.

Desde entonces, la crisis de los misiles cubanos fue un símbolo decisivo del enfrentamiento de la Guerra Fría. El momento en que la humanidad rozó muy cerca la hecatombe. Hoy, sesenta años después, el riesgo recrudece con la escalada de la guerra en Ucrania, y la amenaza de las armas nucleares vuelve a ponernos en vilo.

Por años, los historiadores y expertos han estudiado los detalles de esos fatídicos 13 días, los factores que contribuyeron a su desenlace y los peligros reales de ese momento. Dean Acheson, que asesoró al presidente John F. Kennedy durante la crisis de Cuba, al reseñar las memorias de Robert F. Kennedy describió, de forma sorprendente, que la guerra nuclear se evitó, en gran medida, gracias a “la buena suerte”.

Investigaciones posteriores a esta crisis confirmaron que un misil nuclear estuvo a punto de ser disparado no una sino dos veces. La primera, por el 498º Grupo de misiles tácticos en la base estadounidense de Okinawa (Japón). Y la otra, por un submarino soviético en aguas cubanas. En ambos casos, la resistencia de un solo individuo que no estaba de acuerdo con la orden recibida desbarató el lanzamiento.

La historia está claramente articulada en «Gambling with Armageddon», un libro de 2020 del historiador Martin J. Sherwin, que extrae lecciones relevantes, tanto sobre las circunstancias que pueden llevar a la humanidad al borde de la aniquilación, como también, sobre la forma en que podemos retroceder de ese precipicio.

La lección es inquietante. Independientemente de cuántas decisiones sabias y prudentes tomen los líderes, los imponderables y la buena suerte son cruciales.

Se pueden reducir los riesgos de un conflicto nuclear mediante el establecimiento de comunicaciones o líneas directas entre los líderes mundiales. Como el famoso teléfono rojo que se convirtió en una suerte de leyenda. Pero mientras existan armas nucleares, un pequeño malentendido o fallo de comunicación puede tener consecuencias catastróficas.

La suerte no es una estrategia. Kennedy y Khrushchev estaban lo suficientemente aterrorizados ante la posibilidad de un conflicto nuclear, lo que los llevo a iniciar conversaciones de control de armas. Y en 1963 lograron establecer una prohibición parcial de las pruebas nucleares. En América Latina y el Caribe la crisis de los misiles actuó como un catalizador para declararse una región libre de armas nucleares (Tratado de Tlatelolco, 1967). Un hito que abrió el camino para que otras zonas del mundo hicieran lo mismo y contribuyeran a la paz y la seguridad internacionales.

El proceso de control de armas ayudó a estabilizar la Guerra Fría y, finalmente, a ponerle fin. No obstante, en agosto de 2019, Estados Unidos y Rusia abandonaron oficialmente el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio firmado en 1987, y dejaron la puerta abierta al desarrollo de nuevos misiles. China tiene 300 armas nucleares y se espera que duplique su arsenal en la próxima década. En 2021, el Reino Unido elevó el límite de su arsenal nuclear en más del 40%, el primer aumento proyectado desde el final de la Guerra Fría.

Con el debilitamiento de los acuerdos de control de armamentos, nos enfrentamos a la primera expansión armamentista incontrolada desde la década de 1960.

Estos eventos muestran que el mundo no aprendió la lección fundamental de la crisis: que mientras existan armas nucleares, el riesgo de una guerra nuclear será un peligro recurrente y constante que requerirá habilidad y suerte para manejarlo. La situación en Ucrania hace que este punto sea más claro que nunca.

Lo que estamos presenciando hoy es la llegada de una segunda era nuclear. Pero estamos en un mundo más peligroso e impredecible que durante la Guerra Fría porque hay más potencias preparadas para amenazar con armas nucleares. Tenemos que volver a aprender las lecciones de la historia.


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