El esfuerzo de los balseros del río Limay para conectar a un pueblo en la cordillera

Cumplen un servicio esencial, que es gratuito, para los habitantes de Villa Llanquín, distante a unos 40 kilómetros de Bariloche. El cruce en balsa por el caudaloso río se convirtió en los años últimos en una atracción turística. Desde hace décadas algunos pobladores piden por un puente.

El movimiento de las cadenas que levantan las compuertas ubicadas en cada extremo anuncia que la breve travesía está por comenzar. Juan Loncón se ubica cerca de la manivela, mientras espera que su hijo, Mauricio, termine los preparativos. Hacen todo en silencio. Los tacos de seguridad ya están puestos en las ruedas de los autos para que no se muevan. Mauricio clava en la tierra un fierro grueso y largo para empujar con fuerza la pequeña embarcación y retirarla de la orilla. El viaje está por comenzar en la emblemática balsa de Villa Llanquín.

Un grueso cable de acero guía el cruce de la embarcación por el caudaloso río Limay. Además, la sostiene para que la corriente no se la lleve. Con la destreza que dan los años, Juan le da la dirección correcta para que la balsa «La Maroma» atraque en la otra orilla sin grandes complicaciones.

Es casi mediodía. El sol luce imponente sobre un cielo despejado e ilumina el agua cristalina del Limay. A lo lejos se observan los cerros escarpados y la Cordillera de los Andes. El entorno natural es una postal.

Juan Loncón sujeta con fuerza la manivela para iniciar la corta travesía por el caudaloso río Limay. (Foto Alfredo Leiva)

De uno y otro lado del río, se forman filas de autos y camionetas, cuyos conductores esperan su turno para cruzar el río. Recién es jueves. Juan asegura que los fines de semana no hay descanso.

Es un ritual que dura menos de 10 minutos, entre los preparativos, la coordinación para ubicar los autos y cruzar de una orilla a otra. La pequeña embarcación lleva casi 40 años de actividad y el paso del tiempo se refleja en su desgastada estructura. Antes hubo otras balsas. Eran más chicas y precarias.

Juan cruzó miles de vehículos en los 25 años de trabajo de balsero que lleva sobre sus espaldas. Sobre la balsa pasó inviernos crudos, de intensas heladas, lluvias torrenciales y nevadas.

Mauricio y su padre, Juan Loncón, dos generaciones de trabajo en un servicio esencial para los pobladores de Villa Llanquín. (foto Alfredo Leiva)

Un servicio cada día más demandado


Recuerda que años atrás el trabajo eran mucho más tranquilo. Hoy, la demanda por el servicio, que es gratuito y está a cargo de Vialidad de Río Negro, creció a un ritmo vertiginoso. En la temporada de verano es agotador.

Los seis balseros que trabajan todos los días de la semana en turnos de 6 horas casi no tienen descanso. Es que no entran más de tres autos chicos en la balsa, que soporta hasta 5 toneladas de peso. Y cuando se trata de una camioneta con un remolque deben cruzarla sola. Los camiones con materiales de construcción o áridos no pasan. Hay que cargar todo en la balsa y descargar al otro lado.

Juan Loncón toma las cadenas para poder sujetar la balsa cuando se acerca a una de las orillas. (Foto Alfredo Leiva)

El cruce de la balsa de Villa Llanquín se convirtió en el último tiempo en una excursión que turistas que se hospedan en la zona no quieren perderse. Además, están los pobladores que necesitan sortear el Limay para ir por la ruta nacional 237 hacia Bariloche o Dina Huapi a hacer sus compras, concurrir al médico, realizar trámites administrativos o bancarios.

Para los habitantes de Villa Llanquín es el único medio que tienen para cruzar con sus vehículos y camionetas. Caso contrario, deben hacer un extenso recorrido por otros caminos de tierra -por lo general en mal estado- para salir de la villa o regresar a sus hogares. A los pobladores y turistas se suman residentes de Bariloche que concurren los fines de semana y demandan el servicio de la balsa.

Los tacos en las ruedas de los automotores son clave para que no se muevan durante el cruce. (foto Alfredo Leiva)

“Llegamos a cruzar hasta 350 autos por día”, indica Juan. Su hijo asiente. A simple vista, la balsa se observa deteriorada por el paso de los años. Algunos pobladores sostienen que tampoco tiene mantenimiento.

El horario en el que funciona el servicio de la balsa es de 8 a 20. Sin embargo, los fines de semana tiene que extender para no dejar a las personas sin cruzar, sobre todo, a los pobladores que necesitan retornar a sus casas.

Mauricio comenta que hay días donde se generan discusiones con algunos conductores que no entienden que hay un horario “y reclaman que los crucemos igual”.

La balsa es fundamental para el transporte de todo tipo de cargas que los pobladores de Villa Llanquín necesitan. (foto Alfredo Leiva)

A disposición ante cualquier emergencia


Juan comenta que los balseros están a disposición las 24 horas ante una emergencia de alguno de los habitantes de Villa Llanquín. Cuando eso ocurre son convocados por la Policía para cruzar a la persona que necesita con urgencia, por ejemplo, ir hasta el hospital de Bariloche.

Mientras Juan y Mauricio embarcan autos que esperaban del lado de la ruta nacional 237. Un turista de Montevideo, Uruguay, se acerca a preguntar por el servicio. El hombre viaja con su familia. Le explican que es gratis, pero solo puede cruzar el conductor con el vehículo. La esposa y las dos hijas atraviesan el río por una pasarela angosta que tiene tantos años como Villa Llanquín. Desde esa estructura los turistas toman fotos y filman la travesía.

Juan anota cada vehículo con la patente. Es una información que después entregan a Prefectura Naval que controla la actividad. Mauricio explica que la manivela es la que acorta o alarga los cables de acero de la embarcación que están unidos mediante rondanas al cable principal de más de 100 metros de extensión, que pasa sobre el río, de una orilla a la otra. Ese mecanismo le da el ángulo para aprovechar la fuerza del río que impulsa a la balsa.

Juan lamenta que no cuenten con un sistema mecanizado “con toda la tecnología que hay ahora”. Casi todo es a pulmón.

Juan Loncón y su hijo al finalizar el turno; la posta la tomaron Ignacio Miguel y Roberto. (foto Alfredo Leiva)

Dos generaciones sobre el río Limay


Mauricio entró a trabajar como balsero hace unos 12 años. Tiene 33 y vive con su familia en Villa Llanquín, como su padre que este año se jubilará. Juan está contento de trabajar con su hijo. Son horas del día que comparten.

«Me gusta el trabajo porque a pesar del cansancio, sobre todo en verano, me permite compartir varias horas con mi viejo».

Mauricio Loncón, balsero de Villa Llanquín.

Este verano el río está bajo. Mauricio explica que por ese motivo tienen que impulsar la balsa con los hierros que tienen en cada orilla para que pueda salir la embarcación.

Cuentan que en noviembre sacaron la balsa para colocarle unos ventiladores de metal para evitar que le entre agua, pero le cargaron más peso y se complica el cruce, porque necesita más caudal para flotar.

Juan Loncón vuelca todos los datos de los vehículos transportados para brindar esa información a Prefectura Naval que controla la actividad. (foto Alfredo Leiva)

El turno de Juan y Mauricio está por finalizar. Ignacio Miguel y Roberto ya están listos para relevarlos. Alfredo Miguel, el padre de Ignacio, se jubiló hace poco tras 30 años de servicio. Una camioneta con un tráiler es el último cruce que Juan y su hijo hacen en la jornada. Tras el saludo, la otra dupla de balseros toma la posta. En la otra orilla ya esperan tres camionetas.

Juan se dirige a la vivienda donde se cambian y pasa en limpio los vehículos transportados. Mauricio se despide con amabilidad. Hay que reponer fuerzas para el día siguiente. Su padre se sienta a una mesa y anota los datos en un cuaderno. Por la ventana se observa el ir y venir incesante de la balsa que es parte de la historia y es un ícono de Villa Llanquín.


Las primeras balsas eran mucho más artesanales y pequeñas, pero fueron de mucha ayuda para los pobladores de Villa Llanquín. (foto gentileza)

El reclamo por un puente vehicular que lleva décadas sin respuesta


La historia de Alejandro Riecher y la de su familia está vinculada al río Limay. “Mi padre Hellmut Riecher hizo la balsa del puente Limay, dos en Villa Llanquín, una en Senillosa, y otra en Paso Chacabuco”, relata con una memoria de enciclopedia.

Toda su vida transcurrió en Villa Llanquín. El patio de la casa de Alejandro limita con ese río al que respeta y admira por su belleza.

Rememora que la primera balsa funcionó por 1945. Era pequeña. Relata que la balsa que hoy cruza el caudaloso Limay la botaron con bombos y platillos en 1984. Su esposa, Lidia Velázquez, precisa que fue en octubre.

Dice que la presentaron como una balsa nueva. “Mentira, yo la había visto antes que la usaban en Conesa”, indica. Afirma que al día siguiente que un ingeniero de Prefectura la presentó oficialmente, la embarcación zozobró. Cuenta que tomó unos pedazos de muestra y los llevó hasta Bariloche para que los responsables vean que “el fondo de la estructura estaba podrida” por los años de uso. Su reclamo hizo que la repararan. Por esos años, eran pocos habitantes.

Reconoce que la balsa es parte de la historia del pueblo, pero asegura que necesitan un puente vehicular. Hace décadas que ese reclamo no encuentra eco en ninguno de los gobiernos provinciales. Tampoco nacionales.

Cuenta que el año pasado le entregaron una carta, con decenas de firmas de vecinos, al presidente Alberto Fernández, durante una visita a Bariloche, en la que solicitaban la construcción de un puente. Hasta ahora nunca hubo una respuesta.

La balsa actual se botó en octubre de 1984 al río Limay, pero como era usada y estaba deteriorada al día siguiente zozobró, relató Alejandro Riecher, poblador y pionero de Villa Llanquín. (foto gentileza)

Una mayoría a favor


Alejandro y Lidia sostienen que la mayoría de los habitantes de Villa Llanquín están de acuerdo con tener un puente para acceder a la ruta nacional 237, que está a menos de 500 metros. También admiten que hay algunos vecinos en contra, porque temen que el pueblo pierda la tranquilidad y la seguridad que tiene. “Los chorros igual pueden entrar por la pasarela”, advierte Alejandro.

Sostiene que los días de mucha demanda por cruzar en la balsa, hay familias que esperan mucho tiempo para volver a sus hogares. Indica que la villa pasó de unos 350 habitantes a cerca de 600 en apenas 3 años. Dice que ese aislamiento repercute en los precios de los artículos básicos que encarecen.

Comenta que años atrás un ingeniero, de apellido García, hizo un estudio para hacer el puente en un sector donde el río tiene solo 24 metros desde una orilla a la otra. La iniciativa no avanzó por la resistencia de “una excomisionada”. “Dijeron en ese momento que Parques Nacionales no quería que se hicieran voladuras en la zona”, relata.

Riecher propone construir el puente y que la balsa siga como un servicio turístico. Reconoce el esfuerzo de muchos balseros que dejaron años de trabajo en ese oficio. Y los menciona: Segundo González. Roberto Olavarría, Hugo Salinas, Armando Llanquín, Alfredo Miguel, Héctor Toro y Cornelio Crespo. Todos -menos Miguel- trabajaron en los años de la balsa vieja.

“Antes se tiraba la soga a pulso. Nos juntábamos entre tres o cuatro vecinos todos a tirar la soga hasta que recoja la cola la balsa (vieja) y cruce. Como seguridad tenía unas cadenas gruesas”, rememora.

Por esos años, en el siglo pasado, cuando eran pocas las personas se las cruzaba en bote a remo. Ese trabajo lo hicieron Crespo y Toro, asegura Riecher.

Recuerda que en una ocasión, a un poblador, Leónidas Leiva, se le cayó un carro con bueyes al río. “Los bueyes salieron nadando con el carro a la cincha”, recuerda con nostalgia y suelta una carcajada. Son anécdotas que permanecen en la memoria de los pobladores y pioneros de un pequeño pueblo, como Villa Llanquín, donde aún se respira tranquilidad.

«Hemos tenido muy buenos balseros, muy sacrificados, muy pendientes de que la gente pase sin problemas».

Alejandro Reicher, poblador y pionero de Villa Llanquín.

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