A la pesca del tiger

Un apasionado de la captura de truchas y dorados en nuestro país narra con humor y lenguaje de experto su primera experiencia con la pesca del legendario “tigerfish” en el magnífico río Zambezi, que atraviesa varias naciones africanas y ofrece la posibilidad de asomarse a las cataratas Victoria.

Fines de agosto. La temporada truchera aún está lejana, los dorados no se presentan por el frío, el Caribe en tiempo de huracanes y los pejerreyes del río de la Plata están faltando sin causa justificada. Tal suma de desgraciados acontecimientos desencadenaron en mí un agudísimo síndrome de abstinencia. Así estaba yo, boqueando, cuando un “rayo misterioso” iluminó el cielo dibujando sobre las nubes estas raras palabras: “África… río Zambezi… tigerfish”. El río Zambezi es el tercero en magnitud en África después del Nilo y el Congo, atravesando 9 países antes de desembocar en el Índico en Mozambique. Las famosas cataratas Victoria lo dividen en dos tramos bien definidos: el “upper” y el “lower” y a sus orillas se instalaron infinidad de lodges, a cual más pintoresco y confortable. Mas de 70 lenguas se hablan a lo largo de su recorrido, aunque el inglés sigue siendo obligatorio en sus aulas. Con mis cañas 6 y 8 , algunas lineas y moscas de dorado y bajo la férrea supervisión de mi mujer Patricia, llegamos una soleada mañana a Livingstone, pequeña ciudad zambiana al borde de los Victoria Falls. Hasta aquí todo estaba programado, y desde aquí, nada. Resultó que el Zambezi convoca a cientos de pescadores, que van tras los tigerfish con equipos de spinning y bait, pescando fundamentalmente de trolling. Ya en el vuelo desde Johannesburgo venia una operación de Rapala con mas de 20 ferreteros. Livingstone es algo más chica que la ciudad de Corrientes pero, al igual que en ésta, todo el mundo está al tanto de la pesca, así que nos fue fácil encontrar un taxista que nos condujo, por algo de unos 100 kilómetros a un establecimiento dentro de un delta donde confluye el alto Zambezi con el río Chobe. La cuestión que estaba en una zona que comparten Zambia, Botswana, Namibia y Zimbabwe y que para evitar conflictos llaman “nomansland”, algo como “tierra de nadie”. Instalados en una muy africana y confortable carpa (welltent) y superlativa atención, me asignaron un guía, que poco y nada sabia de fly, pero al menos era alegre y conducía una correcta lancha con la que inmediatamente salimos al río. Es difícil describir lo que se siente navegando el Zambezi, de aguas casi transparentes, con costas tupidas de papiros, cada tanto alguna aldea milenaria, una fauna que impacta constantemente –cocodrilos gigantes, elefantes, hipopótamos– y la omnipresencia del nativo, remando de pie, parsimoniosamente, en su mokoro, esa canoa que se construye con el tronco de un árbol. Hay algo que se siente profundamente en el alma… Ahora sí… ¡línea al agua! y enseñarle a este morocho como se pesca… garete suave, levante y tendido, vida a esa mosca ni bien toca el agua… stripeos de todos los colores y, fundamentalmente, ¡mucha intuición! Al cabo de dos o tres horas… nada acontece… Finalmente Boni, con todo respeto y delicadeza, me “sugiere” que ponga línea de hundimiento y una “clouser” con ojos de media tonelada, que saca de su bolsito y la sujeta con cuerda de piano (es un cable muy fino , monofilamento). Resultado: la linea baja ahora como plomada y al stripear siento un tremendo tirón como si algo me quiere arrancar la caña de la mano, no alcanzo a clavar ya que una corrida frenética me saca ya parte del backing y remata en un formidable salto: ¡¡¡tigerfish on line!!! pero la alegría duró bien poco, y se transformó en frustración y vacío, no lo clavé ni lo afirmé, y el susodicho me devolvió la mosca y se tomó el palo… El guía se transformó en Shaka Zulú por unos instantes y no hubo más piques por el resto del día. Con la sangre en el ojo, arranqué la mañana siguiente sediento de venganza, aspiración que se concretó con otro buen pique, con clavada “doble”, y buen combate que sorprendentemente terminó demasiado rápido, con el pescado panza arriba. Es lo normal, me comenta Boni. Conclusiones: si a la Steelhead le dicen la trucha de los 1.000 casteos a éste lo podemos bautizar “de los 1.001”, tiene un muy violento pique, que creo es su mayor virtud , pero en todo lo demás no le llega a la suela de los zapatos a nuestras truchas, dorados, pirapitaes y pacúes. Así que, muchachos, no se pierden nada. Ah, las cataratas… sí, muy lindas. Esta nota fue publicada en el foro de www.pescaydevolucion.com


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