Aborto legal: esto recién comienza

Luciana Wainer *

Buenos Aires está tapizada con pañuelos verdes que cuelgan de los balcones de las casas y adornan las puertas de los negocios. Los puestos callejeros, que han aumentado a causa de la pandemia y la crisis económica, venden tanto cubrebocas con la cara de Maradona como camisetas con leyendas estampadas que piden por el aborto legal.

El Senado argentino aprobó legalizar el aborto en las primeras 14 semanas de embarazo. Ganó el sí: el sí a la posibilidad de elegir, a que el Estado implemente política pública sobre un problema de salud, a la decisión que las mujeres tenemos sobre el propio cuerpo. En Argentina, 450.000 mujeres abortan todos los años.


Argentina ya es el cuarto país de América Latina en permitir el derecho al aborto libre, después de Cuba, Uruguay y Guyana. Aún hay países como El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Haití que lo prohíben sin excepciones. Y otros, como Guatemala o Paraguay, donde hay una prohibición de facto. Sin embargo, la aprobación de la interrupción legal del embarazo en el resto de América Latina es solo una cuestión de tiempo.


En América Latina se realizan 6.5 millones de abortos cada año y solo uno de cada cuatro es seguro. Hasta antes de la legalización en Argentina, más de 97% de las mujeres en edad reproductiva en América Latina y el Caribe vivían en países con leyes de aborto restrictivas.


Si bien la primera movilización masiva por el derecho a la interrupción legal del embarazo en Argentina se realizó en 2003, durante el Encuentro Nacional de Mujeres, fue hasta 2018 que se habilitó el debate parlamentario. Hoy a esa marea verde se la ve en México, en Colombia, en Chile y más países del continente. En todos ellos quienes tienen la palabra son las más jóvenes. Quienes por ejemplo, en Argentina, portan con orgullo carteles en los que te piden que, si crees que son demasiado chicas para usar el pañuelo verde, intentes imaginarlas pariendo. O quienes se organizaron en las escuelas y desafiaron a sus padres para estar en las afueras del Congreso, en medio de una pandemia, esperando en vigilia a que los senadores escucharan, al fin, sus reclamos.


Muchas de quienes portan el pañuelo son estudiantes argentinas de preparatoria o universidad. Y saben que el pañuelo tiene una historia. Aunque no lo vivieron en carne propia saben que hubo un tiempo, no tan lejano, en el que la calle les pertenecía únicamente a los militares. Y que un grupo de mujeres se reunió durante todos los jueves de esos largos años de dictadura –entre 1976 y 1983– a caminar en silencio, con un pañuelo blanco en la cabeza, alrededor de Plaza de Mayo. Con ello evadían el estado de sitio y la prohibición de manifestación para exigir la aparición con vida de sus hijos e hijas que el Estado se había llevado.


A partir de ese momento, el pañuelo blanco se transformó en el símbolo de lucha de las Madres de Plaza de Mayo y en la memoria de los 30.000 desaparecidos que dejó la dictadura. Después de cuatro décadas, el uso del pañuelo vuelve a hermanar a un grupo de mujeres que, a pesar de la distancia de contexto y características, toman las calles para luchar porque se las reconozca como sujetas plenas, autónomas y dueñas de su propio cuerpo. Porque si algo han aprendido de la historia es que a los derechos se los conquista arrancándoselos con uñas y dientes a los tomadores de decisiones, contra viento y prejuicio.


Con la aprobación de esta ley le decimos adiós a tener que usar ganchos de ropa, agujas de tejer, hojas de perejil, tés de ruda y sondas. También a los consultorios clandestinos y la culpa que conlleva la ilegalidad. Y, sobre todo, a la desigualdad que provocaba que unos cuantos miles de pesos hicieran la diferencia entre un aborto clandestino en una clínica privada o uno en el patio de una casa sin condiciones mínimas de higiene o seguridad. Anualmente, cerca de 760.000 mujeres en América Latina reciben tratamiento por complicaciones de abortos inseguros.

Esta revolución de los pañuelos verdes no termina con esta victoria. La marejada de las mujeres inundará la región con sus cantos, sus bailes y, principalmente, con la lucha por garantizar que los derechos humanos no solo sean para todos, sino también para todas. El mundo está cambiando, la narrativa social ya no puede escribirse exclusivamente en masculino y los espacios públicos, políticos y sociales están dejando de pertenecer a la mitad históricamente favorecida de la población. Ayer los pañuelos teñían de verde los balcones, hoy la ley se escribe con tinta del mismo color. Y esto es recién el comienzo.


* Periodista argentina. Conductora en la televisora mexicana 


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