Ajuste subrepticio

Que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y sus asesores sean contrarios a los “ajustes” dista de ser un secreto. De tomarse en serio su retórica, los creen crímenes de lesa humanidad que no pueden justificarse nunca y que, para más señas, sólo sirven para agravar todavía más las penurias de la gente en aquellos países cuyos gobiernos se empeñen en concretarlos. Ha sido éste el tema principal de una larga serie de discursos presidenciales pronunciados ante la asamblea general de la ONU. En la cumbre del G20 que se celebró la semana pasada en Francia, Cristina volvió a la carga, para que no queden dudas de su compromiso personal con el crecimiento cueste lo que costare. Sin embargo, a veces hasta los gobiernos más populistas se ven constreñidos a tomar medidas que, de estar en la oposición, no vacilarían en denunciar haciendo uso de lo que a su entender es la palabra más demoledora de todas: ajuste. Es lo que está sucediendo ahora. Sin tener que preocuparse por el impacto político de lo que está haciendo, ya que la presidenta acaba de recibir el respaldo de la mayoría de los votantes, el gobierno no ha vacilado en ordenarle a la Policía y la Gendarmería ayudar a frenar la sangría de capitales y ha comenzado a desenredar la maraña absurdamente complicada de subsidios que se improvisó a fin de mantener bajos los costos para el usuario del transporte urbano y las tarifas energéticas que tienen que abonar los consumidores de clase media. No se trata de una tarea sencilla. Se estima que la eliminación inmediata de dichos subsidios, que suman aproximadamente 70.000 millones de pesos anuales, tendría un efecto inflacionario muy fuerte y que, claro está, perjudicaría enormemente a los habitantes de la Capital Federal y el conurbano bonaerense que se han acostumbrado a tarifas que son llamativamente inferiores a las pagadas por quienes viven en ciudades brasileñas o chilenas, de suerte que el gobierno de Cristina se ha propuesto avanzar con mucha cautela, pero no le será del todo fácil asegurar una salida ordenada del embrollo en el que se ha metido. Como muchos otros gobiernos nacionales tuvieron que aprender, los booms consumistas no pueden sostenerse por mucho tiempo a menos que se vean acompañados por un aumento constante de la productividad de la economía. Puede que algunos sectores, en especial el agrícola, se hayan hecho más eficaces en los años últimos, mientras que los precios internacionales muy altos de los commodities, en especial la soja, han permitido al gobierno contar con una masa importante de recursos financieros, pero parecería que tanto Cristina como el ministro de Economía, Amado Boudou, han llegado a la conclusión de que no les será dado seguir gastando mucho más de lo que recaudan a través de impuestos, retenciones y otros gravámenes, razón por la que han optado por aprovechar el buen momento político para instrumentar medidas que, en teoría por lo menos, ambos repudiarían por motivos ideológicos. Mal que les pese, una vez más la realidad ha resultado ser más poderosa que el relato del gobierno de turno. Para morigerar el impacto del ajuste que ya está en marcha, Cristina podrá imputarlo a la impericia ajena. Aunque la crisis exasperante en la que han caído los países ricos nos perjudicará en términos económicos, le brinda un pretexto inmejorable para tomar medidas poco populares, puesto que podrá atribuirlas a los errores cometidos por los norteamericanos y europeos, como ya hizo hace un par de años al lamentar la aparición inoportuna del “mundo” que interrumpió por algunos meses un período prolongado de crecimiento macroeconómico muy vigoroso. Si bien los problemas que enfrentan los encargados de manejar la economía nacional se deben casi por completo a las deficiencias bien conocidas inherentes a todos los “modelos” populistas, basados como están en el fomento del consumo, el reparto atropellado de lo ya existente y cierta hostilidad hacia los inversores, es de prever que los voceros oficiales procuren hacer pensar que en la raíz de todas las dificultades por venir está la estupidez apenas concebible de los políticos “neoliberales” en Estados Unidos y, sobre todo, Europa, que a pesar de los esfuerzos de Cristina por instruirlos, se resisten a entender que los ajustes nunca sirven para solucionar nada.


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