Alejandro Zambra habla de la reedición de su novela «Facsímil»

Publicado originalmente en 2014, el texto se ofrece como una experiencia lúdica para el lector y recrea con ironía la dinámica automatizada de la prueba de aptitud verbal que los estudiantes chilenos enfrentaron durante años para entrar a la universidad.

Entre preguntas, opciones binarias y escenarios hipotéticos, el escritor chileno Alejandro Zambra propone en su libro “Facsímil” una experiencia lúdica para el lector y recrea con ironía la dinámica automatizada de la prueba de aptitud verbal que los estudiantes chilenos enfrentaron durante años para entrar a la universidad: “La prueba indicaba un solo camino. Una forma de ordenar el discurso, la correcta. Un lenguaje congelado en acepciones autoritarias, nada más”, reflexiona el autor, en una crítica a la forma despiadada en la que el sistema trata a los estudiantes y a cómo eso también se refleja en las heridas de Chile.

Zambra (Santiago de Chile, 1975) cuenta que al escribir “Facsímil” -publicado en 2014 y reeditado ahora por Anagrama – se propuso que pudiera leerse como un texto experimental que aludiera a determinadas líneas de la poesía o de la narrativa, pero que también funcionara fuera de ese circuito, en una línea más directa con los problemas que plantea: la simplificación de los discursos y las respuestas únicas cuando se trata de la patria, la familia o el amor.

Radicado actualmente en México, donde vive junto a su mujer, la escritora Jazmina Barrera y su hijo, el autor de «Bonsái», «La vida privada de los árboles», «Formas de volver a casa», «Mis documentos», «Tema libre» y la novela «Poeta chileno» que tanto se leyó durante la pandemia, cree que la simplificación es un problema con mucha actualidad y que también “en tiempos angustiosos como los que vivimos” hace falta reelaborar los diálogos, “sin disimular las contradicciones ni evitar artificialmente la complejidad de la experiencia”.

P: El acceso a la educación es uno de los grandes clivajes de la política y la sociedad chilena en las últimas décadas. ¿Por qué en aquel momento tomaste como punto de partida aquel multiple choice de ingreso a la universidad que tanto impacta en la forma del libro?

Alejandro Zambra: Había escrito un relato largo (o una novela corta) sobre 1993, el año en que dimos esa prueba, pero no me gustaba, lo sentía como una repetición. Un día me puse a parodiar ejercicios y el espacio se proyectó, se amplió, era como pintar bigotes en las fotos ajenas y también en las fotos propias. Hice parodias de los ejercicios tal y como los recordaba y luego encontré los ejercicios reales y también los parodié y luego hice también parodias de mis parodias… Un amigo me dijo que le gustaban, porque era como si “el escritor de la prueba” se hubiera vuelto loco. Esas pruebas las escriben varios, tienen varios “autores”, pero la intuición de mi amigo me gustó: en ese tiempo creíamos que era sólo uno, un único Dios-dictador-autor que sabía todas las respuestas correctas y las escondía.

El concepto de obra, de tener una obra, es un lastre, una carga innecesaria, prefiero la sensación de estar comenzando, la calidez de la tabula rasa»

Alejandro Zambra.

P: En lo formal, el libro propone algo muy lúdico. ¿Por qué elegiste esta forma de contar la historia? ¿La literatura es juego?

A.Z.: Me di una vuelta larga antes de decidirlo. En esa prueba se jugaba todo, tu vida entera, eso te hacían creer. Solo podías darla una vez al año. Recuerdo que incluso nos aconsejaban cómo evitar enfermedades, porque si te enfermabas ese día estabas frito, quedabas para el año siguiente. No sé, toda ese ambiente de fin de mundo o de final de la copa del mundo… La lógica del rendimiento, del entrenamiento. Muchos preparábamos la prueba con cierta desesperación, tratando de comprender la estructura, dominarla, adivinar las trampas. Entonces muchos lectores chilenos de «Facsímil» están, por así decirlo, más “preparados” para entender una estructura como esa que para leer un poema o una novela. “Facsímil” contradice lo que la prueba inducía, porque esas normalizaciones negaban, por ejemplo, la idea de estilo o la importancia de los detalles en un relato. Esa dimensión o proyección extraliteraria me interesaba, me importaba mucho mientras escribía el libro: que se pudiera leer como un texto experimental y en ese sentido sofisticado, convocando determinadas líneas de la poesía o de la narrativa, pero también, y sobre todo, que funcionara fuera de ese circuito, en diálogo directo, no literario, con los problemas que el libro plantea.

P: En «Facsímil», pareciera haber una suerte de interpelación al lector para que complete los blancos. ¿Imaginás a tus lectores cuando escribís? ¿Te interesa proponerles caminos o claves de lectura?

A.Z: Bueno, eso pasa con todos los libros, “Facsímil” hace un poco más explícita esa apelación, pide más directamente lo que todo libro pide o propone. Pero no es un elige tu aventura, en ese caso más bien sería, como dijo alguien por ahí, un elige tu desventura, porque algunas decisiones son dolorosas o amargas.

P: Has dicho que se trata de “un libro contra la ilusión de una respuesta única”. ¿Por qué crees que queremos reducirlo todo a unos cuantos incisos o a un solo camino?

A.Z: No creo que queramos eso, yo no quiero eso. Pero es natural que cada tanto reaparezca el deseo de respuestas únicas, de definiciones absolutas, de fórmulas infalibles para definir la patria, la familia, el amor, sobre todo en tiempos angustiosos como los que vivimos. De pronto aparecen unos cuantos imbéciles que prometen solucionarlo todo y la gente vota por ellos. Hace falta reelaborar los diálogos, sin disimular las contradicciones ni evitar artificialmente la complejidad de la experiencia. Reconquistar colectivamente la humildad, tal vez, y tratar de aprenderlo todo de nuevo.

La prueba indicaba un solo camino. Una forma de ordenar el discurso, la correcta. Un lenguaje congelado en acepciones autoritarias, una lectura correcta, nada más. Para entrar a la universidad tenías que saber, por ejemplo, “eliminar oraciones”. Después, creo que en 1995, quitaron esos ejercicios de la prueba, quizás se dieron cuenta de que estaban relacionados de manera vergonzosa con la censura (y por eso los “censuraron”). Mi impresión sobre ese tiempo es que te borraban los detalles, que la información era sometida a reducciones extremas, hasta llegar a su reducción final en el silencio. Y claro, éramos objeto de censura pero también aprendices de censura.

P: Tras la publicación de «Poeta chileno», se pueden rastrear algunos «gérmenes» que ya estaban en “Facsímil”: la figura del padre, el poeta, la pareja-matrimonio, ¿encontrás, en la mirada retrospectiva, un hilo conductor en tus libros?

A.Z: Sí, pero me pasa igual que a ti, retroactivamente. Al escribir no pienso mucho en continuidades. Eso, puro, paraliza. A veces siento que escribo el mismo libro porque la intensidad del ejercicio es similar, pero más bien suelo pensar que mis libros son demasiado distintos entre sí. Supongo que escribo para situarme, entonces siempre es como un primer libro. Por eso me interesan más las discontinuidades que las fidelidades. El concepto de obra, de tener una obra, es un lastre, una carga innecesaria, prefiero la sensación de estar comenzando, la calidez de la tabula rasa.

Ana Clara Pérez Cotten / Agencia Télam


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